Se podría escribir un cuento sobre un hechicero electrónico que un día, en lo más profundo de una nave espacial abandonada, descubrió una máquina capaz de hacer música, y que desde entonces ya no supo hacer música sin ella.
Sería un cuento de ficción, por supuesto, aunque a veces me de la sensación de que EON fue a la vez una apuesta transgresora, rupturista, futurista, y quizá demasiado valiente, como entrar a explorar esa nave abandonada, por parte de Jean Michel Jarre.
Porque ahora es inevitable pensar que estas cosas de sus últimos discos también estén generadas de forma aleatoria. Porque realmente la voluntad que debería adivinarse detrás de una estructura musical humana capaz de emocionarme yo no la encuentro en Oxymore. Al menos, no encuentro la diferencia.
Tiene algunas cosillas que sí, por unos segundos llegan a emocionarte. Pero luego no hay nada. No digo que esto sea así, que la música esté hecha de forma aleatoria, y aunque fuese así, reconozco el trabajo previo que habría en ello.
Al fin y al cabo, sería aleatoria a partir de un trabajo previo del artista. Y el arte en sí mismo, ligado aquí a lo tecnológico más que nunca, por lo que supongo que se resiente toda la música (aunque creo que quizá cabrían otros caminos).
En fin. Un álbum más, este Oxymore, del Jarre experimental y tecnólogo, y uno menos del Jarre que me hizo enamorarme de la música en general y de la electrónica en particular, y que me ayudó a aprender a amar la realidad. Ahí es nada.
Y sé que se trata de eso, de un disco experimental, cuyo contexto está en la música concreta francesa practicada por Pierre Schaeffer y Pierre Henry, bajo cuya dirección Jarre dio sus primeros pasos cuando era un joven que buscaba todavía su camino en la música. Pero yo creo que esa es la clave, que buscaba su camino en la música. No en la ciencia.
Oxymore sí me parece un disco muy interesante desde el punto de vista de la ciencia y la tecnología sonoras, de la innovación, e incluso desde una perspectiva de la ciencia ficción, por lo que trae consigo de querer ahondar en los mundos virtuales.
La música de Jarre me ayudó a amar la realidad. Pero no la virtual. Para mi gusto, se trata de un disco demasiado experimental y conceptual. Ha sacado tres seguidos así. Siento decir que apenas me transmiten nada. No son cosas que yo busque en la música.
Hay una belleza sombría, pero llena de maravilla, en la Tierra Media, que han sabido recoger y mostrarnos en la serie de Los Anillos de Poder.
Como decía Tolkien, en su ensayo «Sobre los cuentos de hadas»: «Ancho y profundo es el Reino Peligroso, y lleno todo él de cosas diversas:
Hay allí toda suerte de bestias y pájaros; mares sin riberas e incontables estrellas; belleza que embelesa y un peligro siempre presente; la alegría, lo mismo que la tristeza, son afiladas como espadas. Tal vez un hombre pueda sentirse dichoso de haber vagado por ese reino (haciendo de la metáfora humana cuento, tal fue el caso de Beren), pero su misma plenitud y condición arcana atan la lengua del viajero que desee describirlo. Y mientras está en él le resulta peligroso hacer demasiadas preguntas, no vaya a ser que las puertas se cierren y desaparezcan las llaves».
Pues bien, este último capítulo de la primera temporada de la serie capta todo eso. Esa belleza y ese peligro que anidan en el corazón de la Tierra Media: Galadriel y Sauron. La Magia de los Anillos es indispensable para que la belleza de los Elfos no se extinga. Aunque lo combatan, los Elfos necesitan a Sauron, como la luz a la sombra, para poder existir en la Tierra Media. Por eso terminarán por irse, cuando Sauron sea vencido. Porque ya no tendrán un propósito en la Tierra Media. Y entonces la fantasía se diluirá en los detalles.
Al hilo de todo esto, y poniéndonos más prosaicos… Bien, dirán los puristas, ¿pero no era en forma de elfo llamado Annatar, que Sauron «engañaba» a los Eldar? Bueno, usemos la imaginación. Participemos de la obra de manera activa, y no pasiva. Esa es una versión de aquella historia, que ha llegado a nosotros. Pero, perteneciendo la Tierra Media al imaginario colectivo, este bien puede cambiarse por obra de esta serie, si esta impregna lo suficiente ese imaginario. ¿Qué habría pasado, que explique las dos versiones? Bien fácil… Los cronistas Elfos sin duda adornaron la historia, porque les avergonzaba que Sauron les hubiese engañado con la forma de un hombre desgreñado. «Adornémoslo un poco» se dijeron: «fue un Señor Elfo, lleno de gracia y belleza. Así es como pudo engañarnos».
No, los engañó porque lo necesitaban, tanto como él necesitaba a los Elfos, aunque al mismo tiempo los odiase. Todos participan de la misma canción. Sauron fue uno de los Maiar. No se trata de poderes antagónicos, sino complementarios. Tolkien es mucho menos maniqueo de lo que la gente piensa, y esta serie lo ha sabido ver muy bien.
Y el nombre vino marcado por los hechos: Nos dio unos regalos. Era el Señor Oscuro, pero el Señor de los Dones. Annatar. Así que las dos versiones son verdad, o acabarán siéndolo, en el imaginario colectivo.
Porque esta es ya una historia universal, creo yo. Y estoy seguro de que a Tolkien le habría gustado así.
Este texto lo escribí como respuesta en la video reseña del último capítulo de la temporada del canal de Youtube : «Un Delórean por Rivendel».
Ese momento que comentas que igual no gusta a los puristas es magistral, y una de las mejores cosas de un episodio espectacular, de una serie que será inolvidable. Yo leí ESdlA y El Silmarillion años antes de las pelis, tengo una copia numerada y que leí tb de Los Hijos de Hurin en su primera edición… soy además TS de Realización Audiovisual… vamos, que sé un poco de lo que hablo. Esta serie es muy profundamente respetuosa con la esencia de la obra de Tolkien. De Sauron dijeron los sabios, en su momento, que tras la derrota de Melkor volvió a ansiar el bien, si bien algunos pusieron en duda si esta era una intención real o lo hacía por miedo a la cólera de los Valar y de los Eldar. En este sentido, nunca la obra de Tolkien ha sido tan maniquea como muchos han querido ver, y creo que ese momento que alude al romance está magistralmente tocado por los showrunners. Lo hacen de forma elegante, sutil, pero muy potente. ¿Por qué no pudo haber esa invitación? La historia de la Segunda Edad apenas ha sido nunca contada. Nunca con la profundidad y ambición que pretende esta serie. Había pues, lógicamente, margen para la invención. Y se trata además de lenguaje audiovisual, no de una novela.
Pero es puro Tolkien todo lo que hemos visto. El Profesor estaría muy orgulloso de esta serie, no me cabe la más mínima duda. En cierto modo esta serie es mejor que la trilogía de Jackson, aunque deudora de sus logros audiovisuales. Pero da la sensación de que la trilogía se queda ya escasita, por lo poco detallada que resulta en muchos aspectos de la obra escrita, de la cual, según palabras de Ursula K. Le Guin, es apenas una sombra. (Le Guin habló bastante favorablemente en su día del guión de la primera película, pero en estos términos más despreciativos, años después, del conjunto de las tres películas).
La mayor parte de las críticas negativas a esta serie se han fundamentado siempre en la cerrazón y la ignorancia, cuando no directamente en la maldad. Otra cosa es que guste más o menos, allá los gustos de cada cual. pero cuando se ha tratado de atacarla, ahí se trata de simple maldad. Diré además, como ejemplo de esto, que en la página 440 del vol. 9 de La Historia de la Tierra Media, Christopher Tolkien rescata unas notas manuscritas de su padre, en las que Tolkien habla de la presencia de dos Istari ya en la Segunda Edad, para ayudar a la Tierra Media en su lucha contra Sauron. Los posiciona sobre todo en el Este, mientras Glorfindel aparecería en escena también (algo que parece solo mencionarse en esa nota) para ayudar en la guerra en Eriador contra Sauron, durante la Segunda Edad. Todo esto es ignorado por casi todos los fanáticos recalcitrantes que dicen hablar en nombre de Tolkien (no lo hacen, solo hablan en nombre del mal, de la estupidez, es decir, precisamente de todo lo que Tolkien quiso combatir con su obra).
Así, resulta que sí había Istari en la Segunda Edad. Aunque, en cualquier caso, fue también Ursula k. Le Guin quien hablando ex profeso de la adaptación de La Comunidad del Anillo, dijo que los cineastas no debían estar constreñidos por la versión escrita, que, al fin y al cabo, se trataba de lenguajes distintos, y a la postre de obras diferentes, aunque esencialmente una misma obra, contada de formas diferentes. El caso es que, si sí hubo Istari en la Sergunda Edad, ¿por qué no Gandalf? Incluso aunque él y nosotros, conocedores de su historia, solo hayamos sabido de él en la Tercera Edad, ¿no olvidó Gandalf casi quién era, cuando regresó resucitado como Gandalf el Blanco? ¿Cuánto más no habría olvidado haber participado en los hechos de la Segunda Edad? Y con esto estoy prácticamente seguro de que tendrá un final trágico en esta serie.
Yo siempre estuve abierto a dejarme sorprender por esta serie, que más allá de los prejuicios es genuinamente maravillosa, de un nivel rara vez visto, incluso en esta época de muchas buenas series de fantasía que estamos viviendo. Pero no ha dejado de sorprenderme cada vez más el nivel al que esta gente ha sido capaz de llegar. Nos han hecho disfrutar de la obra de Tolkien a un nivel que yo no recuerdo desde la lectura de El Señor de los Anillos. En fin… fui de los muy pocos que aventuró que esta serie, cuando se anunció, hace años, estaría ambientada en la época de la forja de los anillos, y lo dije en Twitter. La forma en que han sido capaces de enhebrar en la trama la necesidad de los Elfos de fabricar los Anillos, de que podamos comprender cómo pudieron ser corrompidos, engañados por Sauron… Uffffff…. MAGISTRAL. PD: No voy a contestar, ni siquiera leer, cualquier comentario de índole negativo a todo esto. No me gusta perder el tiempo. Por cierto, te ha dado el «Like» nº 300. La duda gorda que me queda a mí es si en las siguientes temporadas, en las que veremos la forja de los anillos de los enanos y de los hombres (antes de la forja del Único, of course), Sauron se presentará ante ellos también como Halbrand, para aprovechar el tirón del actor que ya conocemos, o será en otra forma, lo que estaría bien, porque de nuevo no tendríamos claro quién es Sauron.
Aquí traigo información de esa todavía difícil de encontrar. Esta es de una web wiki de fans especializada en el juego Marvel Champions, que se hacen eco en una publicación de las novedades de FF en unas jornadas de juegos recientes. Traduzco:
Por lo visto, esta imagen de la portada de la caja del Acto 2 se vio por primera vez en las camisetas que llevaban puestas los de Descent (en el equipo de FF) en la Gen Con.
«Hoy es el primer aniversario de la nueva edición de Descent. “No podríamos estar más satisfechos con la recepción”, dice Gerber. El Acto 2 continuará la historia “justo donde termina el Acto 1″. Mientras tanto, «Ghosts of Greyhaven» sigue siendo una historia paralela, aunque no forma parte de la estructura/argumento principal del juego. “Todavía estamos trabajando en ese producto”, dice Gerber, “mientras priorizamos el Acto 2”. Todavía está destinado a ser una historia paralela para jugar en cualquier momento.»
A menudo me pregunto si debería dedicar el tiempo libre, que para mí es más precioso que el dinero, a escribir o a hacer música. Aunque siempre he querido escribir, a veces pienso que soy más feliz cuando me entrego a hacer música (que, no en vano, si es por tiempo, es en realidad a lo que he dedicado más tiempo libre a lo largo de mi vida). Me gustaría vivir 200 años, para que me diese tiempo a todo, pero, claro, eso no es posible. A veces hay que elegir, pero esa elección es muy difícil. Lo que debería ser una bendición, que se te de bien hacer dos cosas diferentes, a veces es una maldición, y creo que hasta que llegue a los 60 y deje mi trabajo, realmente no tendré tiempo para hacer las dos cosas bien. Bueno, tampoco me quedan tantos años, ya, para eso.
La música ha sido algo muy importante en mi vida. Para mí siempre ha tenido un significado muy parecido al de la literatura. Aunque el lenguaje de la música derive de las matemáticas, su uso no tiene nada que ver con ellas. Podríamos decir que la música es una forma de hacer literatura con elementos matemáticos, de forma intuitiva. Es el arte, además, con el que pintamos la realidad. Si la arquitectura, las obras del hombre en la naturaleza (y cuando digo hombre me refiero al ser humano, y, por tanto, también a la mujer, evidentemente), es el arte del espacio que perdura a lo largo de un tiempo dado, la música es el arte del tiempo, que perdura en un espacio dado.
La música solo puede sonar cuando hay atmósfera, es, en cierto modo, síntoma de vida, lo es, sin duda, de inteligencia, de civilización.
Cuando era pequeño, no entendía la industria discográfica. Era algo ajeno a mí, solo para «personas mayores». Había muchas cosas que me gustaban, que venían siempre de la televisión, o el cine, en menor medida de la radio. En mi casa no había una cultura musical. No se escuchaba música. Aunque heredé el buen gusto y muy buen oído de mi madre y la pasión por las cosas, también por la música (popular, de su tiempo, en su caso) de mi padre.
Llegó un momento en el que, por lo tan ajena a mí que era la industria musical, grababa la música de John Williams, de los títulos de crédito de las películas, en un radio cassette que grababa audio ambiente, para luego escucharlo, en esa ínfima calidad. Y para mí entonces era el no va más.
No tardé mucho, después de aquello, en descubrir la música de Jean Michel Jarre. Jarre y su discografía, hacia finales de 1991 fue lo que me abrió las puertas, como oyente, de la industria discográfica. Empecé a asociar, y ya tenían por entonces 16 años, que comprar un disco y disfrutar de la música eran todo uno.
A día de hoy, después de ser fan de Jarre durante la mayor parte de mi vida, ya no lo soy. Descubrir su discografía, desde 1977 a 1990 fue algo realmente maravilloso para mí, en el sentido más profundo de la palabra. (Hoy muchos dirían: «brutal», pero yo detesto ese adjetivo, el «pitufante» de nuestros días, que se usa para definirlo todo, en tiempos realmente brutales, que lo que menos necesitan es ese tipo de adjetivo como sinónimo de algo que ya tiene otras palabras mucho más adecuadas).
Aquellas eran músicas que me sonaban de toda mi vida. Una vez, incluso, lo había visto en la tele, en un programa de conciertos que daban en TVE los sábados por la tarde. Era el concierto en Houston, ofrecido meses, quizá un año después de que se celebrase. Yo no sabía quién era aquel músico que prestidigitaba música del futuro con rayos láser, y órganos de luz, bajo fuegos artificiales reflejados en rascacielos. Pero cuando me compré el recopilatorio de las navidades de 1991, descubrí quién era. Habían anunciado aquel disco en la tele. «Nunca nadie ha sabido poner mejor música a la imaginación», decía la locución. Y era cierto. De la mano de la música de Jean Michel Jarre, que escuché tantísimo durante aquellos años, y mucho, aún más años después, aprendí a amar la música más que nunca, y de la mano de esta, amé la realidad, las cosas, la arquitectura de mi tiempo.
También es cierto que siempre me habían atraído la ciencia ficción, el futuro, el espacio, y que yo me sentía como en casa, escuchando aquella música.
Hay muchísima IGNORANCIA, aún hoy, entre la gente, respecto a lo que es la música electrónica. Muchos la asocian a música dance, para bailar, con poco arte, o mérito, la asocian con lo programado, como contraposición a lo acústico, lo real, lo palpable. Por supuesto, no tienen ni jodida idea de lo que hablan. La música electrónica es la que más ligada está a la realidad, la más palpable y visceral que existe, cuando se hace bien. Porque está en todo. Es la más básica, la que se puede combinar con cualquier instrumento, voz, tendencia. Es, además, la manifestación musical del tiempo en que vivimos. Beethoven no hizo más que usar la tecnología más puntera de su tiempo, cuando componía, el piano, y Vivaldi hizo lo propio con el violín. No sería, pues, natural al músico de nuestro tiempo no hacer música con los instrumentos de nuestro tiempo. No sería natural anclarse en instrumentos del pasado, por miedo a salir de la zona de confort de la música.
En este sentido, Jean Michel Jarre ha sido siempre una mente inquieta, rompedora, sin miedo a experimentar con los instrumentos electrónicos. Fue uno de los pioneros, quizá el más importante, a la hora de popularizar esos sonidos, y acercarlos, a través de una música a caballo entre la clásica y la popular, al público general. Ha habido también otros muy importantes: Mike Oldfield, Vangelis (que se nos ha ido este año, aunque su obra perdure mientras lo haga la humanidad), y unos cuantos más. Aunque hoy la música electrónica como género ya casi no existe; sus sonidos están permeados en los demás géneros. Aunque sigue habiendo gente muy prometedora. Músicos sensacionales.
Hoy en día, ya no soy fan de Jarre. Su música ya no me emociona. Lo hizo durante muchos años, pero si miramos atrás desde hoy, en realidad faltan pocos años para que podamos decir que la parte buena de la carrera musical de Jarre ocupó tan solo un tercio de su vida. Así es, para mi gusto su último gran álbum fue Chronologie, en 1993. Tuve la inmensa suerte de que fuese el primer álbum suyo que descubrí ya siendo fan. Y la desgracia de que fue el último gran álbum suyo que descubrí como fan.
Su música, como digo, fue tan importante para mí, que durante años la renta del pasado fue suficiente para que yo siguiese amando lo que hacía. Pero esa renta, hoy, ya se ha agotado. Desde 1993 hasta hoy van casi 30 años. Su edad dorada abarcó 17 años, de 1977 a 1993. El Oxígeno 7-13, de 1997, para el que ya empezó a tardar más de la cuenta, tenía algunas cosas buenas, pero fue ya un peor disco. Metamorphoses fue un disco ya no digno del Jarre que yo había conocido, y luego cada disco posterior fue de mal en peor, hasta el doble álbum de colaboraciones, el Electronica, que nos hizo pensar que quizá Jarre volvía, pero que, visto y escuchado con retrospectiva, es un disco que apenas he tenido ganas de volver a escuchar. Hace tiempo que mis necesidades musicales las cubro con otros músicos y artistas. Sus últimos tres discos, Eon, Amazonia y Brutalism, ya no hay por dónde cogerlos. No hay nada de Jarre, de verdadera música, en ellos. Al menos no de lo que yo busco, he buscado siempre, en la música.
A lo largo de todos estos años he escuchado y disfrutado con muchos otros músicos, desde hace bastantes años, claro. Mencionaré algunos de los más significativos para mí:
Ya he mencionado a Vangelis y a Mike Oldfield, y a John Williams y las bandas sonoras de cine en general. También he disfrutado puntualmente con diferentes cosas de la música clásica, sobre todo con Beethoven, y sus sinfonías, especialmente la Novena. Aunque también Mozart, Vivaldi, y otros no tan conocidos.
También tuve mis momentos de música tradicional, sobre todo a través de Carlos Núñez. Y también música minimalista, a medio camino entre el cine y la clásica, como Michael Nyman, o Phillip Glass, Wim Mertens… aunque estos también solo de forma puntual.
Dentro de la música popular, me gustaron mucho Los Cranberries, La Oreja de Van Gogh (aún me gustan enormemente), algunas cosas de Amaral… Por regla general, el pop rock anglosajón siempre me ha aburrido soberanamente, al contrario que en literatura, donde lo anglosajón es siempre lo que más suele gustarme. El heavy ya no digamos. No entiendo los registros de ese género. Me parece ruidoso y de mal gusto. No digo que sea mala música, pero a mí me sobra toda la parafernalia estrambótica y exagerada de la que se rodea, y sin cuyos arreglos se quedaría a veces en cosas mucho más interesantes unas veces, y totalmente mediocres otras. Creo que la gente que es fan de la música heavy es porque en el fondo de sí es muy pasiva, y necesita esos sonidos fuertes, esas voces exageradas, para despertar. Mi caso es absolutamente el contrario. Necesito música que me tranquilice, pero a la vez que tenga belleza, significado, vitalidad. Emoción. Supongo que dependiendo de los gustos y necesidades de cada persona, lo de significado vitalidad y emoción lo buscamos todos, los que escuchamos música. Los que hacemos música. No encuentro casi nada de eso en Jarre hoy en día. Ni significado ni vitalidad ni emoción.
¿Lo que más me gusta, lo que más escucho hoy en día?
No son muchos nombres, pero son estos:
La Oreja de Van Gogh; Rone; L’Impératrice; Kid Francescoli; Au Revoir Simone (las descubrí, como muchos, en la genial nueva temporada de Twin Peaks); Hania Rani… bandas sonoras de cine, eso siempre… Y poco más.
Con estos cubro actualmente todas mis necesidades musicales, sin cerrar las puertas a algo que de nuevo me sorprenda.
En cuanto a conciertos a los que he ido:
Jean Michel Jarre: En Santiago de Compostela, 2 veces (en 1993 y 2010); Merzouga (Sáhara marroquí, en 2006); París (en un teatro, en 2008), Madrid y Valladolid (dentro de la misma gira, de conciertos pequeños, en salas, en 2009); Mónaco (2011); Roma (2016); y Liébana (2017).
Mención especial los conciertos de Santiago, en 1993, que fue vivir dentro de un sueño; Merzouga, toda una aventura, junto a un variopinto y estupendo grupo de amigos que nos conocimos para la ocasión; Mónaco, que fui solo hasta allí en autobús; París y Roma, en el que buena parte del grupo de amigos de Merzouga nos encontramos otra vez, en días que fueron realmente especiales.
La Oreja de Van Gogh: En Cádiz, Madrid, Ferrol, y Santander, hace años, con Amaia, y hace solo unos pocos días, por primera vez con Leire, en Madrid. No tengo palabras para decir lo buenos que son estos músicos en directo. El buen rollo y energía que transmiten, las versiones asombrosas que se curran de muchos de sus temas, los arreglos electrónicos que hacen, lo cercanos y humanos que se muestran. Seguramente sea en los conciertos suyos donde mejor me lo paso.
Sacaron su primer disco, «Dile al sol», coincidiendo con cuando me fui por primera vez de casa, a los 22 años. Fui destinado a Cádiz. Allí, en el primer barco en el que navegué, un patrullero que navegaba un montón por aguas del Estrecho sobre todo, tenía un oficial, en las guardias, que era super fan de aquel primer disco, que ponía a todas horas, y al que yo casi acabé cogiendo un poco de manía. Jajajaja. A partir del segundo ya me convertí en fan. Recuerdo una noche en una pequeña discoteca en el puerto, en Ceuta, en la que pusieron un single de su segundo disco. Fue una pasada.
Hay gente que todavía osa mirar por encima a la música de este grupo. Aquí la gente es muy de etiquetar y de generar prejuicios absurdos, basados en falsedades. Es el grupo español que más vende y actúa. Los números están ahí, y es por algo. Son unos músicos como la copa de un pino, que, aún siendo fieles a su esencia, han sabido evolucionar para ser cada vez mejores, de forma incansable. Sus directos transmiten una energía y un buen rollo difíciles de sentir y experimentar hoy en día.
De este grupo debo decir, además, que en noviembre de 2021, cuando estaba destinado en un pueblo de Castilla la Mancha, haciendo maquetas de temas para un nuevo proyecto musical, en mi tiempo libre, compartí uno de esos temas en Twitter, cuando me di cuenta del parecido que tenía con el estilo de LODVG. Mencioné al grupo. Fue antes de acostarme. Ellos estaban de gira por Estados Unidos, en Nueva York, en aquel momento. Creo que tocaban allí por primera vez. A la mañana siguiente vi que me habían respondido al tema. Pensé, al principio, que era una cuenta de fans, no oficial. Pero no, cuando me restregué las legañas de los ojos vi que era la cuenta oficial del propio grupo. Aquí:
Me excité tantísimo que me puse para ir a trabajar calcetines de colores, no los del trabajo, sin saber lo que hacía. Le compartí lo que me había pasado a mi compañera de trabajo, una chica que a la postre resultó ser fan de LODVG cuando era más joven, y que tenía gustos musicales y literarios similares a los míos, de la que, por otras causas, además, llegué a enamorarme, después de más de 12 años de no sentir nada así por nadie.
La cosa no salió bien, y casi, por primera vez en mi vida, acabo en depresión. Tuve que dejar el pueblo, pero no hubo mal que por bien no viniese, porque gracias a eso conseguí volver destinado a Madrid, donde mejor me siento viviendo. Al principio fue aún duro, pero volví a quedar con viejos amigos y conocí a gente nueva y majísima. Y, casi un año después, pude volver a escuchar a LODVG, y no solo eso, como digo, hace pocos días, fui a verlos en directo en el teatro de Príncipe Pío. El lugar no me gusta mucho, es pequeño y con mala acústica. Yo prefiero los conciertos al aire libre. Pero aún así, fue un concierto maravilloso. Hacía tiempo que no me lo pasaba tan bien en un concierto.
Y esto me lleva a recordar aquel tuit, que tanto me alucinó. ¡Un tema mío, le molaba muchísimo, a La Oreja de Van Gogh! Me los imaginé diciendo: «Eh, mira este pavo, nos ha mencionado diciendo que ha hecho un tema que se parece a nosotros» «A ver, ¿ponlo?» Todo esto, en un rato que tendrían muerto, de esos que deben tener los grupos, entre sus viajes y actuaciones, y: «Oye, ¿cómo mola, no?» Flipante.
He tenido otros momentos musicales inolvidables, en lo que a la música que hago se refiere, como cuando me seleccionaron un tema como demo destacada del mes en la revista, entonces aún en papel, Future Music (un abrazo a mi querido maestro de los sintes, José Antonio Álvarez); o cuando probando un workstation Yamaha en una tienda de Madrid noté que la gente disfrutaba de las cosas que estaba improvisando a partir de los inspiradores programas de aquella bestia. (El de la tienda dijo que le recordé a Klaus Schulze).
En marzo anterior, este mismo año, 2021, también disfruté muchísimo a L’Impératrice, el joven grupo francés, la primera vez que tocaban en Madrid. Otro grupo del que ya soy fan, con una energía y versiones alucinantes en directo, también humildes y dándolo todo. Se lo recomiendo a todo el mundo.
Aquí abajo, una foto que saqué al grupo, cuando estaban posando para dos jóvenes fans, que los pillé así casi nada más llegar al lugar de la sala del concierto…
Este verano fui a otro concierto, de Yann Tiersen y Hania Rani (Por separado, primero ella y depsués él). Fue en Las Noches del Botánico, en Madrid, en la Complutense. Ya había visto a Tiersen en Las Noches del Botánico, hacía unos ocho años, en un concierto magnífico, con su banda. Este de 2022 fue una completa decepción. Lo dije en su día en Twitter, y hubo gente que se hizo eco de mi opinión, mostrándose de acuerdo. Tiersen estuvo frío, distante, inexistente. Podría haber programado su música sin estar él presente, y el resultado habría sido el mismo. En cambio, Hania Rani fue una sensación. Un descubrimiento. Ya había escuchado cosas suyas en YT, pero su actuación hizo que aquel día realmente mereciese la pena.
De hecho, acercándome al recinto al aire libre donde era el concierto, que está muy bien pensado (da gusto ir a conciertos de Las Noches del Botánico), escuché una música electrizante, mientras aún ensayaban, que erróneamente asocié a Tiersen, pero era Hania Rani, pianista posmoderna. Era de esas músicas, secuencias electrónicas que empapan un lugar y lo transforman por un momento en algo diferente, lleno de hechizo, de fantasía. Es algo que sentí también en 1993, en O Monte do Gozo, escuchando los ensayos de Jean Michel Jarre, horas antes de entrar.
Otros conciertos a los que he ido:
Dos de Carlos Núñez, el primero de ellos en un recinto que era poco más que un garaje habilitado para la ocasión, muy cerca de la casa en la que vivía con mi familia por entonces en Ferrol.
Dos de Kraftwerk, uno en la sala La Riviera, en Madrid, hace bastantes años, y otro en el Guggenheim, en Bilbao, hace pocos años. No son unos músicos que evolucionen mucho. Con todos los años por en medio las dos actuaciones fueron bastante similares. Sobre todo el primero, fue muy especial para mí.
Uno de Bjork, en Madrid. Fue un poco insípido y decepcionante. Mucha parafernalia con los trajes, pero poco quedó en mi memoria de aquel concierto. Se notaba ya que a ella actuar no le gustaba. Dio lo justito.
Uno de Amaral, en una de las calles principales de Zaragoza. Todavía no habían sacado el disco con la canción «Hacia lo salvaje», tema suyo que más me fascina.
Tuve la entrada comprada para ir a uno de Mike Oldfield, pero al final no me apeteció ir a verlo, tenía que viajar de Ferrol a Madrid por aquel entonces. Quizá perdiese mi única oportunidad, porque ya no parece que se mueve mucho. Y casi fui también a uno de Franco Battiato, otro músico que me gustó bastante en su momento, y cuyos temas aún disfruto de vez en cuando.
Otra músico muy especial para mí, a la que no creo que nunca pueda ver en directo, porque no da conciertos, es Enya. Ella y el productor Nicky Ryan inventaron un nuevo género, de cuya etiqueta, «new age», Enya siempre ha huido. Y lo entiendo, porque eso que la gente suele llamar «New Age» nunca le hizo justicia a la música que Enya es capaz de regalarnos, cuando quiere. Escribí este artículo para la Future Music, en 2015, a raíz de la llegada del que hasta ahora es su último álbum.
Y en este rememorar de mis vivencias musicales… ¡creo que me está quedando ya una entrada demasiado larga!
Es hora de ir cerrándola. Es una paradoja, quizá, que pase tanto rato escribiendo, una de las dos cosas que más me gusta hacer en la vida, para querer expresar que, en esta etapa de mi vida, creo que me apetece volver a hacer música, seguir con aquellos temas que empecé el año pasado.
Pero eso es lo que voy a hacer.
Esta es la música que estoy haciendo, en estos días:
No soy la persona más idónea para recomendar la lectura de los libros que conforman esta saga, ya que estoy empezando a leer el primero. Pero por si algún lector despistado tropieza alguna vez con esta entrada de este blog en sus vagabundeos internáuticos, me gustaría comentar por aquí brevemente algunas cosas por las que debería lanzarse a descubrir estos libros y leerlos con tanto disfrute como el que yo sentí en su día, leyendo las novelas de la Fundación de Asimov, por ejemplo. Y no es un ejemplo casual.
«Fundación» es una de las mejores sagas de ciencia ficción de la Historia. Y no es que haya muchos más ejemplos, que abarquen tantos libros. (Entre los más evidentes, aunque con menos libros: Dune, de Frank Herbert y 2001, de Arthur C. Clarke). La saga de Vorkosigan es la que más libros tiene, pero no la recomiendo aquí por su cantidad, lo cual es bueno, si nos gustan, sino por su calidad. Porque también es la más galardonada de la historia, por la cantidad de premios Hugo (y algunos otros más) por novela, tres en total ha recibido Lois McMaster Bujold por tres obras de la serie: «El juego de los Vor», «Barrayar»y «Danza de espejos», así como un premio Hugo a mejor novela corta para «Las montañas de la aflicción» recogida dentro de la novela recopilatoria (es una de las que conforman la saga, la número 7 de 15 novelas en total) «Fronteras del infinito». Además, la serie entera recibió el Hugo a mejor saga de novelas de ciencia ficción, como tal, de 2017. Este fue el reconocimiento definitivo a una autora que nunca lo tuvo fácil con los críticos. La crítica reaccionaria, en unos tiempos en los que triunfar dentro de un mundo de hombres era más difícil que ahora, así como muchos lectores, miraban a esta autora con aires de superioridad, acusando a su obra de ser demasiado simplista en sus tramas, y de pocas miras en comparación con otras obras magnas del género. Ilustrándome, y leyendo diferentes fuentes, pues hace unos pocos años compré los diez primeros libros de la saga del tirón, cuando se volvieron a publicar en edición de bolsillo (estaban descatalogados en español), con esquemáticas y coloridas portadas, no exentas de cierto encanto (foto abajo), he llegado a la conclusión de que me estaba perdiendo algo que realmente vale la pena, al demorar su lectura.
Los premios Hugo no se dan por casualidad o por capricho, ni ahora ni entonces. Hay, en esta saga de LMB (enumero directamente de la entrada de un blog de un experto en el tema, https://rudy.sportula.es/fragmentos-de-vorkosigan/), temas tales como : Transhumanismo, identidad, esclavismo, políticas de conveniencia, violación y malos tratos, roles de género, infanticidio, memoria, poder… cosas que hacen de ella una serie de ciencia ficción actual y humana. Pero, sobre todo, los libros de los Vorkosigan son, no nos asustemos por tanta temática social, una larga historia de aventuras de ciencia ficción en el espacio (space opera). Ni más ni menos. Son divertidos, llenos de sentido del humor y con un fuerte sentido de la ironía. Y, además, saben tocar la fibra.
El primer libro, publicado en 1986, cuenta la historia de cómo se conocen los padres de Miles Vorkosigan. No es que sea una «precuela» que se añadiese después a la serie, no. Fue el primer libro de la saga en escribirse. De la unión de dos rivales, y condicionado por lo controvertido de esa unión, nace Miles Vorkosigan, el protagonista en casi todas las novelas. Condicionado, porque su madre fue envenenada durante su embarazo, provocando que Miles naciese deforme, enclenque y bajito. Así es, Miles Vorkosigan no es el típico héroe alto y guapo, fuerte, siempre ganador (vaya, como Paul Atreides, que, cuando no tenía ni idea de qué iba esta serie, era la imagen que tenía yo del protagonista). Miles Vorkosigan es Tyrion Lannister en el espacio, un personaje condicionado por su deficiencia, siempre al borde del fracaso, que consigue salir airoso gracias a su inteligencia y a la lealtad que de algún modo es capaz de provocar en quienes lo rodean. Teniendo en cuenta que nace en una sociedad militarista, dentro de la élite (el prefijo «Vor» es propio solo de las familias más poderosas de Barrayar), podemos adivinar las tremendas dificultades en la infancia y juventud de Miles. Los principales fuertes de Lois McMaster Bujold como escritora, son, por cierto, el retrato de los personajes y la fluidez de su narración.
Una aclaración aquí. El primer libro era tan extenso que los editores en su día obligaron a la autora a acortarlo, para su publicación. Tras el éxito de la serie, lo que se cortó se añadió años después, con el título «Barrayar».
Aquí abajo, los diez primeros libros de la actual edición (única que hay ahora mismo en español) de la serie. Son libros en edición de bolsillo. No es lo mejor, pero oye, las portadas están chulas, y al menos nos sale más barato, porque son quince en total, todos ya publicados. Imagino que también estará para libro digital, pero yo paso de leer en digital. Me quitaron los cds, me quitaron los dvds… pero no me van a quitar los libros.
Como ya os comenté, yo acabo de empezar a leer el primer libro, y tras el primer capítulo ya estoy muy enganchado.
Así empieza:
«Un mar de bruma gravitaba sobre el bosque nublado, suave, gris, luminiscente (…)»
«Huérfanos de la Tierra», primer volumen de la trilogía «La Arquitectura Final», es la segunda novela que leo de este autor, del que a día de hoy solo hay tres libros traducidos a nuestro idioma. Pronto habrá alguno más, incluyendo dos novelas cortas y la continuación de «Herederos del tiempo». También habremos de ver publicadas las siguientes entregas de la trilogía de los Arquitectos, que se inicia con esta, «Huérfanos de la Tierra», y una trilogía de fantasía, «The tiger and the wolf». Con todas estas novedades, seguramente escriba pronto una entrada dedicada solo a lo que está por venir de Adrian Tchaikovsky en nuestro idioma.
Soy un lector que siempre está leyendo, pero que últimamente deja sin terminar de leer, o aparca para otra ocasión, más de la mitad de los libros que lee. No ha sido el caso con las dos novelas que he leído de Tchaikovsky: dos de dos. Lo cual en mí significa que estoy ante un escritor que verdaderamente me gusta.
«Huérfanos de la Tierra» es la primera parte de una trilogía que, en palabras del propio autor, es su primera saga «space opera». Ya que, también según él mismo, otras novelas de ciencia ficción suyas eran esencialmente eso: ciencia ficción.
Tampoco esperemos algo del estilo de Star Wars, al sumergirnos en el espacio interestelar de Tchaikovsky. Esto es ópera espacial, sí, pero «a la Tchaikovsky». Tiene cosillas, solo cosillas, que me han recordado a la trilogía de videojuegos «Mass Effect». Las especies alienígenas son aquí realmente alienígenas, con características propias de insectos, crustáceos y moluscos. Seres bizarros. Una de las cosas más sorprendentes de esta novela es cómo Tchaikovsky es capaz de imprimir una verdadera sensación de poder y horror en la contemplación un alien que es una especie de percebe humanoide. ¿Suena cómico? No lo es, os lo aseguro, aunque el propio escritor use a veces esa denominación en momentos que siempre resultan graciosos.
Pero los personajes principales son humanos. Esta historia está contada desde el punto de vista de la humanidad. La Tierra ya no existe. Fue esquilmada, «arquitecturizada» por seres de proporciones colosales, del tamaño de pequeñas lunas. Pero eso pertenece a las pesadillas del pasado, y la historia empieza en medio de los problemas políticos cotidianos de una humanidad a la que vemos dividida en el «Hum», una especie de gobierno panhumano; las colonias, con sus partes más extremistas; los espaciales, a los que pertenecen nuestros protagonistas; el Partenon, una sororidad eugenésica de ángeles guerreras («parteni»), creadas dentro del seno de la humanidad, pero que en la actualidad son una fuerza política independiente, y la más poderosa humana; la Hegemonía, la principal fuerza alienígena en este escenario, conglomerada en torno a la raza essiel: seres con forma de moluscos bivalvos con cierto parecido también a los percebes, de los que hablábamos antes; un grupo de sectáreos humanos que proclaman la necesidad de que la humanidad se una a la Hegemonía, para tener mayor protección frente a los ataques de los Arquitectos, cuyo regreso también anuncian… y bueno, unas cuantas razas alienígenas y grupos más, todos ellos descritos de forma bastante conveniente al final del libro.
Nuestros protagonistas viajan en su propia nave espacial, la Dios Cuervo. «desfaciendo entuertos» por la galaxia. Pero no por amor al arte, no, sino por un buen dinero. Hasta que, en el primer encargo que les hacen cuando empieza la novela, se meten en un lío colosal, de esos que afectan a toda la humanidad y la mayor parte de la galaxia conocida. Ese lío tiene que ver con los Arquitectos, a los que ya se enfrentó en el pasado uno de los tripulantes de la Dios Cuervo: Idris Telemmier.
Idris Telemmier es el principal protagonista, aunque la historia se cuenta desde su punto de vista y el de algunos otros personajes de la nave, así como el de un agente de la Casa Ácida, ajeno a la tripulación de la nave. La Casa Ácida es algo así como una especie de policía secreta del «Hum».
Telemmier pertenece a una «élite» (entrecomillo, porque ser un ínter es más un castigo y un sufrimiento que otra cosa) de humanos mejorados, los «intermediarios», o inters, con algunas cosillas que recuerdan a los poderes mentales Jedi o típicos de Dune, aunque quedándose exclusivamente en lo mental. Nada de psiónica ni de telequinesis; y los prodigios en combate aquí pertenecen a las parteni. En cuanto a fuerza física, los inters son unos blandurrios. Pero tienen otra característica muy destacada, que hace muy original a esta historia por la forma en que se aborda el viaje hiperespacial. Los inters son imprescindibles como pilotos, para que las naves humanas puedan viajar de forma independiente por el nospacio, que es como se llama en esta saga al hiperespacio. Esto recuerda también un poco a Dune, pero Tchaikovsky lo lleva por otros derroteros y nos describe una forma muy chula de viajar por el hiperespacio, de la mano de estos inters. Son viajes en los que la tripulación debe ir dormida en cápsulas de sueño, para que su cordura no se vea afectada por los horrores psicológicos que afrontan los pobres pilotos inters. Una suerte de presencia esquiva, pero palpable. Una presencia que parece estar siempre al acecho justo detrás de tu hombro, en la nave, cuando viajas por el nospacio, pero que no se deja ver. Es algo a lo que ningún ínter se acostumbra jamás, por más veces que viaje.
En fin, una historia de ciencia ficción «space opera» muy entretenida, con momentos para la camaradería, la lágrima, la diversión y la emoción, como debe ser en este tipo de historias. Este libro es el primero de una trilogía. La historia concluye de forma gratificante, pero dejando asfaltado el camino para todo lo que ha de venir.
Una historia original donde el héroe no gana a base de fuerza bruta, ni siquiera ingenio o perspicacia. Idris es un pobre desgraciado cuya fuerza está en su humanidad. Su arma es su mente. Su mente humana, que expande hasta forzar todos los límites.
En cuanto a la edición y la traducción llevada a cabo por Alamut, aquí vienen todas las pegas. Ahora que por fin parece que ya se animan a empezar a traducir a este pedazo de escritor con mejor ritmo, he de decir que la edición deja bastante que desear. Es un libro caro. Para venir en la edición que hacen siempre, sin sobrecubierta, pero peor que antes, ya que ahora ni cosen las páginas, los 30 euros que cuesta son un poco excesivos. Para mí la novela vale ese precio, pero hay otras cosas que devalúan más esta edición. Muy especialmente su horrible traducción. El traductor es un leísta fervoroso y convencido. En todo lo que sea masculino, da igual la circunstancia, usa «le», cayendo habitualmente en leísmos garrafales, que más de una vez me sacan de lo que estoy leyendo. Erratas, de todos los tipos y por todas partes, que a veces llegan a perjudicar seriamente la lectura, sobre todo porque Tchaikovsky es un autor en algunos momentos un pelín espeso en cosas que supongo que él como escritor ve diáfanas, pero que no siempre se pillan a la primera. Y con esta traducción horrorosa, pierdes seguridad en que lo que estás leyendo realmente esté bien o sea un error del traductor. Una verdadera lástima. Este libro necesita sí o sí una revisión en profundidad para una nueva y más decente edición en español. Con todo y con eso, me lo acabé, encantado con la historia. Lo que dice mucho y bien de su autor. Normalmente no hubiera tenido paciencia para soportar una edición así.
Esta es la portada de la edición en español, de Alamut, (que a mí ni fu ni fa):
PD:
Solo he encontrado otra reseña en español sobre este libro, a fecha de la publicación de esta entrada, que acabo de leer después de publicar la mía, y me sorprende que mencione expresamente al traductor (cuyo nombre yo prefiero omitir) agradeciéndole su labor. A ver… La traducción, aunque solo sea por el leísmo constante y la cantidad de erratas, no está nada bien. No queda otra que hacer de tripas corazón, claro, ya que si no no hay otra forma de leer esto en nuestro idioma. De leerlo, vaya. Porque por muy bien que se le de a uno el inglés, leer toda una novela en un idioma que no es el tuyo suele ser tarea non grata.
Digo todo esto porque creo que el punto de vista que se adopta el 95% de las veces, en otros blogs, es el de la complacencia y el de la falsedad, con tal de llegar a encontrar un hueco en Internet y en las redes sociales, donde poder codearse con la comunidad. No es el caso de este blog.
La otra única reseña que acabo de ver es una en YT, del señor de Cyberdark. Ahí apunta que la traducción que él leyó estaba en bruto. Pues en bruto debió quedarse. Además dice que el traductor es un histórico de la ciencia ficción en España. Y quizá ahí radique el problema. Ser un experto en ciencia ficción no te hace buen traductor. El dominio del lenguaje sí.
No digo que fuese culpa del traductor, sino de Alamut, por no supervisar bien el trabajo. Puliendo el leísmo y las erratas, seguramente la traducción habría estado bastante mejor.
Si todos cayésemos en este tipo de mentira, lo que pasaría es que las editoriales se creerían que lo hacen de puta madre cuando no es así, y estaríamos condenados a tener ediciones malas, cada vez más a menudo.
Dicho todo lo cual, ¿Recomiendo, con todo lo que he dicho, la compra y lectura de este libro?
Sí. Merece la pena. Porque Tchaikovsky es un gran escritor, y el libro lo merece, pese a las pegas de esta edición en español. Después de todo, yo no suelo reseñar libros que no me han gustado.
En otro orden de cosas, Alamut ha confirmado que tendremos en 2023 en español el volumen dos de esta apasionante trilogía, titulado «La mirada del vacío». Esta es su portada en la edición en español. Esta sí es chula:
Este segundo volumen ahondará en los misterios que nos plantea el primero. Tendrá seiscientas y pico páginas. Unas 150 páginas más que las 461 del primero (446, la historia en sí, sin contar los apéndices).
Esta es su sinopsis en castellano (traducción propia). Ojo, mejor no leerla si no has leído aún el primero.
¿Qué espera en las sombras mientras luchamos contra nuestro mayor enemigo? Al terminar la batalla, los Arquitectos desaparecieron. Sin embargo, la frágil paz de la humanidad dura poco. Porque, cuarenta años después, el mayor enemigo alienígena de la galaxia ha regresado. Esta vez, los artefactos de los originarios, que antaño preservaron mundos enteros de la destrucción, son ineficaces. Ningún planeta está a salvo. Los mundos de las colonias humanas están en crisis mientras se enfrentan a la extinción. Algunos creen que las alianzas con otras especies pueden salvarlos. Otros insisten en que la humanidad debe luchar sola. Pero nadie tiene la potencia de fuego o la tecnología para asegurar la victoria, ya que los Arquitectos se acercan cada vez más. Idris ha pasado décadas huyendo de los horrores de la última guerra. Sin embargo, como intermediario, modificado para navegar en el espacio profundo, es una de las únicas armas de la humanidad. Por lo tanto, se ve obligado a volver a la acción. Con un puñado de aliados, Idris debe encontrar algo, cualquier cosa, para detener el avance despiadado de los Arquitectos. Pero para hacerlo, debe volver a la pesadilla del nospacio, donde su mente fue rota y reconstruida. Lo que descubre allí lo cambiará todo.
No soy tan sabio como la mayor parte de la gente que opina a favor o en contra de esta serie en Internet. He aquí quizá la clave de la cuestión: esta serie, como sucedió con la última trilogía de Star Wars, ha polarizado a los seguidores entre personas más o menos normales y personas gilipollas.
Lo que está claro es que, si viésemos esta serie cambiando los nombres, para que no fuesen de la Tierra Media, sino de algún otro lugar, les parecería a todos los aficionados a la fantasía, y aun a las buenas series, una gran producción.
Los gilipollas son, por supuesto, todos aquellos que creen que la obra de Tolkien debería ser contada solo dentro de un museo, sin que nadie ose tocar una sola coma de los escritos del Profesor, para contar, recrear una historia basada en ellos. Entre sus más hondos argumentos en contra de esta recreación, su asimilación de que el hecho de que aparezcan elfos o enanos o hobbits de piel negra es algo político, y no lo que realmente es: un símbolo de los tiempos que vivimos, los cuales, paradójicamente, en ciertos aspectos son cada vez más cercanos al espíritu que emana de la obra de Tolkien. Tolkien mismo, se reiría hoy con ganas, después de quitarse la pipa de la boca, de todas estas mamarrachadas de los que pretenden ser más tolkinianos que nadie, y ven fantasmas ideológicos en todas partes.
Pues una de las intenciones profundas de todo lo escrito por Tolkien es calmar el anhelo por las especies desconocidas u olvidadas, que habitaron y habitarán los bosques intemporales junto a lo humano. Ya ves, como para enfadarse porque un elfo tenga la piel negra. Putos ridículos.
Otra cosa que los mamarrachos estos le critican a la serie es que osen que Galadriel (¡joder, GALADRIEL, uno de los personajes más poderosos jamás concebidos por el escritor inglés!) sea tan preponderante. Y en base a esto se inventan a un Tolkien construido a su imagen y semejanza, un ídolo misógino que es un insulto a su memoria. Ursula K. Le Guin, una de las mejores escritoras de fantasía de la historia, de crecientes convicciones feministas a lo largo de su vida y obra, fue admiradora de Tolkien hasta el último de sus días, y hubiera llamado cuatro cosas a estos mamarrachos.
Pero centrémonos en la serie. Yo ya dije, cuando se anunció en 2017, que solo tendría algún sentido si se ambientaba en la Segunda Edad. Era algo que prácticamente nadie vio entonces, excepto los propios showrunners, que todavía no existían como tales, y yo mismo. Tengo lo que escribí por aquellas fechas en Twitter, para atestiguarlo.
El caso es que la Segunda Edad solo se describe por encima, en cualquier escrito de Tolkien, a través de pinceladas. Pinceladas magníficas, pero pinceladas.
Desde luego, para mí, poco interés habría tenido hacer spin offs de los personajes ya conocidos de la trilogía de novelas luego adaptadas por Peter Jackson. Pero eso es lo que la práctica totalidad de la gente imaginó que sería esta serie, cuando se anunció.
Para ponerse a describir esas historias esperando ser contadas de la Segunda Edad, creo que los showrunners finalmente elegidos (elegidos por tener precisamente esa intención, fresca y ambiciosa a la vez) J. D.Payne y Patrick McKay han demostrado tener una sensibilidad muy profunda sobre lo que es la Tierra Media. A un nivel audiovisual asistimos a un espectáculo totalmente deudor del lenguaje cinematográfico que en cierto modo tanto hizo evolucionar Peter Jackson, en lo que se refiere a cómo debe ser contada una gran aventura de fantasía épica. En cuanto a las historias, son las que que siempre hemos intuido y querido conocer, sobre la forja de los Anillos de Poder, el auge y caída de Numenor y la última Gran Alianza entre los Pueblos Libres de la Tierra Media.
La sombra de Peter Jackson es tan alargada como la del mismo Tolkien, en la recreación de esta Tierra Media audiovisual. Palpita en los decorados, el vestuario, las tomas aéreas y de paisajes inmensos, el uso de la música y hasta en la inflexión del tono de voz de los actores. Pura Tierra Media, en lo que se refiere a lo audiovisual. Una vez asumido esto, recordemos que una autora tan admiradora de Tolkien como lo fue Ursula K. Le Guin, le puso muy buena nota, en un artículo escrito para la ocasión, a la película de «La Comunidad del Anillo» de Peter Jackson.
La historia que se nos cuenta aquí es una que ya desde el inicio va adentrándose en la oscuridad desde la luz, pero de una forma abordable gracias al notable desarrollo de los personajes protagonistas, incluidos hobbits (pelosos llamados aquí, por cuestiones de derechos, aunque digo yo que bien podrían haberlos llamado «medianos»… aunque, en fin, a mí lo de pelosos me gusta), de los que no muchos llegaron alguna vez a creer que pudieran existir en edades anteriores a la tercera . Yo, nuevamente, sí, y también había escrito sobre ello. Así que es fácil imaginar que me siento MUY CÓMODO dentro de la visión de la Segunda Edad que nos proponen J. D.Payne y Patrick McKay.
No voy a eternizarme repitiendo cosas obvias sobre los dos primeros episodios de la serie, que ya se ha dicho de todo, y casi todo bueno. Diré, eso sí, que estoy de acuerdo con todo eso bueno que se ha dicho. En cuanto a los gilipollas, son legión. Llama la atención cómo en ciertas webs entran a votar y dar una sola estrella, intentando con ello, y lográndolo, joder la media de una votación en la que la gente normal (o quizá deberíamos decir, con una inteligencia sensible mayor, mucho mayor) vota lo que de verdad le ha parecido, entre «5» y «10», predominando los dieces.
A mí, estos gilipollas (cuando me refiero a ellos con este calificativo no está en mi intención insultarles, ojo, sino usar la definición del diccionario que más se adecúa a su forma de actuar), me recuerdan a los habitantes del pueblo ese de habitantes herederos de hombres que se aliaron con Morgoth, y a la escena de cuando llega una de ellos, Bronwyn, y les dice: «que los que quieran vivir partan al alba a la torre vigía elfa». Los gilipollas son los que no parten al alba. Los que no creen. Los que viven en el odio y la oscuridad. Los que quieren poseer lo que codician, solo para ellos.
Solo poder ser testigos de esa llegada a Valinor y de la duda de Galadriel, que rechaza la luz por combatir una oscuridad que pocos más que ella se atreven a mirar, y cómo se prepara todo eso en la historia desde el inicio, a lo largo del primer episodio… esa llegada a Valinor, aderezada con acontecimientos que pasan en otras partes del mundo, con testigos como los ents… joder… joder…qué belleza. Solo desde la atrofia mental, un fan puede denigrar algo así.
Y me refiero aquí a los fans. Luego hay otra clase de crítico: El que siempre ha odiado la obra de Tolkien (y mayormente la fantasía en general) y se disfraza entre los fans recalcitrantes de Tolkien, como si fuese uno más de ellos, para intentar verter su mierda sobre esta serie. Pero se los pilla al momento.
Tras ver los dos primeros episodios, me ha pasado una cosa que nunca me había pasado antes con NINGUNA serie: en esta era de plataformas, y de decenas de series nuevas cada mes, siempre me he limitado al «streaming». Lo único que tengo guardado en el ordenador son las películas de las trilogías de Star Wars, y Avatar. Pues bien. Hoy he descargado para tener guardados en el ordenador los dos primeros episodios de «Los Anillos de Poder».
En cuanto a la música de Bear McCreary, es el mismo autor de la música de la magnífica serie de la Fundación, en Apple TV+(si damos por hecho que aquella serie se inspira, más que basarse en las novelas de Asimov, lo cual al principio a mí me costó un poquito). Y hay algunos pasajes en los que McCreary echa mano de forma sutil de la melodía de la potente intro de Fundación. Howard Shore firma la música de la intro.
En fin… Hay muchos tipos posibles de fantasía épica. Estoy disfrutando enormemente también «La Casa del Dragón», serie igual de fantástica, aunque más terrenal, que parece atraer más a gente a la que normalmente no gusta la fantasía, lo cual está bien. Esa gente debería recordar que personas como yo conocimos las novelas de George R. R. Martin muchos años antes de que existiese el rumor de que iba a haber una serie llamada Juego de Tronos (como el título del primer libro). Yo compré y leí Juego de Tronos, en su primera edición, a principios de los años 2000.
La evolución del género cuyas bases sentó Tolkien (bebiendo a su vez de otras fuentes, como Lord Dunsany) pasó por otros autores, más concretamente Tad Williams y su saga de novelas de Osten Ard, antes de llegar a Martin. Pero todas ellas, aunque con diferentes registros, lenguajes y perspectivas más modernas o más clásicas, pertenecen a un mismo género, el de la fantasía épica. Querer establecer un marco comparativo en el que se favorezca una de las series por denigrar la otra sería un poco tonto, la verdad. Cierto es que cada una tiene su tono particular, que en el caso de estos primeros episodios de «Los Anillos de Poder», magistralmente dirigidos por J. A. Bayona, tiene momentos de un cierto aire a cine clásico, pero dentro del contexto grandioso a la vez que detallista de las cosas, aprendido de Peter Jackson; y todo ello no exento de la propia firma personal de Bayona.
Como digo, yo me siento afortunado de poder ser testigo en un mismo periodo de tiempo de dos series tan distintas y a la vez tan cercanas. Y de disfrutar por igual de ambas. Por cierto, ambas series se basan en libros que cuentan cosas que pasaron antes en sus respectivas historias fantásticas.
En el Caso de «Los Anillos de Poder», es curioso darse cuenta de que lo que se nos cuenta en esta serie era lo que se contaba en el prólogo de las películas de Peter Jackson, y que a su vez el prólogo de esta serie nos retrotrae a la Primera Edad, la lucha contra Morgoth (del que Sauron solo es su principal lugarteniente) y la forja de los Silmarils. Así que tened por seguro de que algún día tendremos una nueva serie o películas que nos cuenten una historia todavía más grande y más épica, ambientada en el imaginario tolkiniano. Su prólogo nos llevará aún más atrás en el tiempo de la historia. Pero todo eso, solo si los gilipollas nos dan permiso, claro. O, bueno, también sin él. Después de todo, ¿quién va a hacer caso a un gilipollas?
PD: Quizá alguien piense que soy un poco duro de más con los críticos negativos de esta serie. No. Ese es el estilo de este blog. Cuanto más necias sean las críticas a algo, más duro soy yo con los críticos de ese algo. Este blog no nació para ser políticamente correcto.
Nací en 1975. Así que crecí rodeado de la magia de la trilogía original. Me recuerdo a mis nueve años, en casa, cuando los vídeos y los videoclubs eran algo tan novedoso e increíble (más, en realidad, claro) como hoy pueda ser tener plataformas de «streaming». Me recuerdo sosteniendo en mis propias manos una copia en VHS de «El Retorno del Jedi», que fue la primera película que vimos de Star Wars, en el cine.
Recuerdo el aura de legendaria que por aquellos años tenía la primera, «Una nueva esperanza», que era la más difícil de ver en la tele. Y cómo llegó a nuestra casa la copia en VHS de «El Imperio Contraataca», que era la que nos faltaba por ver de la trilogía, y cómo nos quedamos con ella, y la veíamos casi todos los sábados por la mañana, durante muchos meses, tanto que jugábamos a anticipar los diálogos.
En aquellos años, mientras yo iba creciendo, evocar la posibilidad de una nueva película de Star Wars era algo que seducía la imaginación de casi todos los fans, tan difícil de ver como una nueva Copa de Europa del Madrid, o un Mundial ganado por España. Recuerdo en especial una sitcom (no qué sitcom era), en la que alguien hacía una broma comparando algo con la posibilidad de que hubiera algún día una nueva película de Star Wars. E incluso algo así, tan pequeño, encendía mi imaginación.
A todo esto hay que añadir que en aquella época prácticamente nadie tenía Internet, en casa ni siquiera teníamos ordenador, y cualquier noticia nueva sobre algo llegaba a través de la televisión, la radio o la prensa.
Fue así como me enteré de que George Lucas estaba trabajando en nuevas películas de la saga. Serían precuelas, y contarían la historia de Anakin Skywalker antes de convertirse en el Señor Oscuro del Sith, Darth Vader.
Y yo lo entendí. Muchos otros, no. De hecho, poca gente lo entendió. Supe que estábamos ante una historia que iba a contarnos cómo y por qué un joven, que en la primera película solo era un niño inocente y algo díscolo, se convertiría en la personificación del mal que asombró a la gente en los cines a finales de los setenta.
No caí en presuposiciones, que es lo que suele hacer la gente impaciente y con poca imaginación. Disfruté de la novedad, de los alardes de sonido con que «La amenaza fantasma» llegaba a las salas de cine, lo cual coincidió con mis primeros años fuera de casa. Me dejé llevar por la historia y la disfruté, aunque muchos no entendieron nada.
Algunos acabaron entendiendo lo que quería contar George Lucas cuando vieron el Episodio III, «La Venganza de los Sith». Vistas desde hoy, no cabe duda de que aquellas películas dotaron de un sentido mucho más profundo al visionado de la trilogía original.
Fue triste, aunque no sorprendente, asistir a la estupidez de gran parte de los que vieron las precuelas, e igual de triste, y aún menos sorprendente (dije que pasaría exactamente eso antes de ver «El Despertar de la Fuerza»), ser testigos de la estupidez de los que odiaron las secuelas, estando incluso entre ellos jóvenes que amaron las precuelas.
La mayor parte de la gente aún no ha entendido las secuelas. No porque sea especialmente difícil comprenderlas, sino porque, sencillamente, no les ha dado la gana de hacerlo. Sus mentes son demasiado estrechas para abrirse a su historia.
Lo que nos propone la trilogía secuela es una historia de amor, al igual que la precuela, pero inversa a aquella. En los Episodios I, II y III asistíamos a la caída en la oscuridad de Anakin Skywalker. En los Episodios VII, VIII y IX somos testigos de cómo Ben Solo (Skywalker también, o a ver si es que en la lejana galaxia el padre importaba más que la madre para significar más un apellido que otro) se redime y vuelve a la luz, que es justo lo que vimos en la trilogía original con su abuelo. Se trata de una onda de luz y oscuridad, de valles y picos que se suceden a lo largo de las tres trilogías, con escenas, imágenes, estructuras especulares entre las tres trilogías.
Hay muchos (tontos) que han dicho que se fue improvisando a lo largo de las tres películas, pero no es así. Siempre hubo un plan maestro. Luego cada cineasta y cada guionista que participó en dar forma a la historia aportó su propia visión, ideas y cosas originales, pero siguiendo siempre ese plan maestro.
La gente apenas supo ver, prestando verdadera atención a la película, «El Despertar de la Fuerza». Tenía pistas que anticipaban casi todo lo que iba a pasar. Hablé y escribí sobre ellas antes de ver los Episodios VIII y IX, por cierto.
Esas pistas estaban, sobre todo, aunque no únicamente, en la secuencia en la que Rey «de Ningún Lugar» y Ben Solo dialogan por primera vez, mientras él la retiene prisionera, en la base Starkiller. Él ya está fascinado por ella, aunque no entiende por qué. Hay algo en ella que se le escapa. En esa secuencia, el sonido, al que casi nadie prestó atención (yo, insisto, escribí sobre ello en su día), es fundamental. A ella la escuchamos literalmente rugir, como un monstruo, el monstruo que lleva dentro, no algo necesariamente malvado (al estar imbuido por ella), sino una fuerza que Rey no entiende. Ni Ben, entonces, tampoco, y para la que desde luego no estaba preparado. Escuchamos al espíritu interior de Rey rugir, cuando Ben la acorrala con su poder de la Fuerza, cuando hurga en su mente. Ella se revuelve, el monstruo salta, y Ben retrocede, con el rabo entre las piernas.
La principal crítica, lo más inteligente que los hater fueron capaces de decir de esta película fue que era como «Una nueva esperanza», y sí, el paralelismo es evidente y está ahí, aunque se trataba de un parecido estructural bastante insignificante si se contrasta con los detalles importantes en la historia, donde las concomitancias que la vinculan más profundamente con otros aspectos de la saga fueron ignoradas. La otra cosa «inteligente» por la que los haters protestaron fue porque un «negro» cogiese un sable láser, y además dijeron que Ben Solo era «maricón«, porque le vencía una «mujer«. Un Ben Solo herido, contra un personaje, el de Rey, que (en una de las preparaciones anti deus ex machina más brillantes que yo recuerde haber visto en una película) había hecho retroceder acobardado, ya antes, a ese mismo contrincante en aquel duelo mental. Y esto siendo Ben Solo un poderoso usuario de la Fuerza entrenado en las sombras (eso aún no se sabía, pero se intuía) por el espíritu del defenestrado emperador Sheev Palpatine y aún antes por Luke Skywaker.
Era un poder, el de Palpatine, presente en ella, que Ben notó y temió, porque temía a su maestro, una encarnación del espíritu del emperador (algo muy tolkiniano, como casi todo en Star Wars).
Además, el propio Ben «DESPERTÓ» la Fuerza en Rey, en esa escena clave, con ella al borde del precipicio, cuando ella recuerda las palabras de Maz Kanata, un personaje tan longevo como el mismo Yoda (y del que es una lástima no saber más cosas en las pelis).
La segunda película, «Los Últimos Jedi», es el tour de force audiovisual para mi gusto más bello a la vez que original de las nueve películas, aunque algunos se cebaran en un microcosmos de falsedades producto de su desmesurada estupidez. Tiene escenas que aún hoy me ponen los pelos de punta, y otras que me siguen divirtiendo. Supo entretejer de forma genial los hilos de la trilogía precuela con lo ya planteado por Abrams en el Episodio VII, haciendo avanzar la trilogía (algo mucho más importante que los detalles intrascendentes y seguramente mal comprendidos del guion, que muchos le critican), y la historia de odio y amor entre Rey y Ben. Descubrimos cosas sobre el pasado de Ben, y el propio Luke sale también espantado de su encuentro con Rey, de nuevo el monstruo, la sombra de quien realmente es, después de que ella misma le hable sobre ese poder que siente dentro de ella, y que le da miedo. Como veis, de improvisación, no hay NADA.
Hay una escena muy chula, en la que, mediante ese nuevo poder de la Fuerza, por el que pueden sentirse uno al otro (gracias, entonces aún no lo sabemos, a las artes de Palpatine, que de nuevo, como en la precuela y en el Episodio VI, intenta usar el amor para incrementar su propio poder): vemos cómo caen gotas de lluvia sobre Rey a la vez que chispas de fuego sobre Ben. Hermosa metáfora, lo que pasa cuando ambos elementos se mezclan, que nos dice algo sobre su futuro.
Hay muchos paralelismos en este Episodio con toda la saga. La forma en que ella acude voluntariamente a él, al que cree redimible, metiéndose en la boca del lobo como lo hizo Luke en el Episodio VI, creyendo también a su padre redimible. Los ritmos no son los mismos, pero las formas sí.
Cuando empieza el Episodio IX ya el uno no puede vivir sin el otro. Están destinados a volver a encontrarse.
«El Ascenso de Skywalker» la he visto muchas menos veces de las que me gustaría, por la manía que tengo de querer ver las películas de una en una desde el principio, lo cual, claro, hago muy pocas veces a lo largo del año, porque son muchas, y hay muchas otras cosas que ver y leer. Tiene escenas fascinantes, como la de Rey en el desierto, esperando la llegada de Ben en su caza, y todo lo que pasa después. Por fin se revela la verdad sobre ella, la razón del monstruo que acecha en su interior. Al dejar que la alejaran de él, Palpatine cometió su mayor error. Ella es, fundamentalmente, más allá del monstruo interior que la acecha, ajeno a su verdadera psique, un espíritu libre. Un ser inocente. Y esa inocencia, esa ingenuidad, esa bondad, son la base de su poder. Algo muy poco maniqueo, por cierto, alguien con la sangre de Palpatine puede ser bueno. Mensaje profundo. No estamos predestinados. Podemos elegir nuestro futuro. En cierto modo, Ben, en el Episodio VIII, le dijo la verdad: No eres nadie. Sublime. No he leído ninguna de las novelas de Star Wars, y no sé si en la trilogía de novelas «Consecuencias», que se escribieron a la par que los guiones de esta trilogía, se dice algo más acerca de los padres de Rey, pero hay una historia digna de ser contada en ellos, mucho más interesante que cualquiera de las series que está programando Disney a día de hoy, y que no se nos cuenta por cobardía de la propia Disney, que, por temor a los haters, prefiere contentar al «fandom» con productos mucho más «fanservice», como «El Mandaloriano», que en el fondo apenas tiene nada que contar, más allá de que Grogu mole.
Al final, Ben se Redime. Es redimido por ella, como Luke redimió a Anakin, en un nuevo paralelismo con el final de «El Retorno del Jedi». Ella le había devuelto la vida a él mediante la Fuerza, y cuando él la cura a ella, en cierto modo se la devuelve. Demasiado débil, muere. Tras sonreír y ser feliz, por primera vez en toda la trilogía, Ben muere.
Rey es Rey Skywalker. Es quien le da la gana. «Haz lo que quieras», con lo difícil que es eso, como sabemos los lectores de Michael Ende: conseguir hacer tu verdadera voluntad.
Se podía haber contado esta trilogía de muchas formas distintas. Seguro que muchos fans descontentos, si se les diesen los medios necesarios, habrían sabido contar una historia mucho mejor. Nadie obliga a nadie a que le guste algo. Es lógico, que en esta era de redes sociales lleguen hasta nosotros opiniones de gente que nos importan un bledo, gente dictadora de cómo deben ser las cosas que su fanatismo posee, como un tesoro.
Ojo, si no la has visto, hay muy pocos espóileres, pero alguno hay.
No sabía yo prácticamente nada sobre esta película. Vi que en el canal de YT de Sensacine, el del señor ese tan majo de la gorra, hacían una crítica, pero no la vi. Luego vi el cartel por la calle, y me llamó lo bastante la atención para recordar lo de YT y ver la crítica, que ponía a la película por las nubes. (Jaja).
A ver. Está bien, pero no es para tanto. Se ha comparado al director de esta película con Steven Spielberg y con Shyamalan. Y es una comparación certera. Lo del segundo, porque para ser una historia de ciencia ficción consigue mucho con más bien pocos medios. Y lo del primero, bueno, es evidente, tras ver la película, si has visto las primeras películas de Spielberg: «El diablo sobre ruedas» y «Tiburón» sobre todo. Hay también, por la temática, algo de «Encuentros en la tercera fase», y de «Parque Jurásico». La primera por lo más evidente en la historia (aunque luego se tuerza, y «Nop» palidezca si se la compara con la obra maestra de Spielberg), y la segunda por el tema subyacente, que es lo que justifica la escena inicial del chimpancé asesino: el peligro de intentar dominar y hacer espectáculo de cosas que no deberíamos.
Esta película, para mi gusto, no merece muchas más palabras. He querido hacer esta crítica por la gran decepción que ha sido para mí. Una decepción más grande que otras muchas, por lo brillante que es la película desde una perspectiva cinematográfica. Pero hay un punto de giro en la historia en el que yo, de repente, dejo de creer totalmente en lo que se me esta contando, y me salgo por completo de ella. A partir de ahí la seguí viendo por el gusto de lo bien filmada que está, por la maestría de su director para rodar y llevar a la pantalla ciertas escenas. Pero tan fuera de lo que me estaba contando que, en realidad, no disfrutaba ya de la película.
Porque el cine debería incluir también la parte del guion. Es una lástima, porque yo no he visto jamás, más allá de la escena de «Encuentros en la tercera fase», en la que los extraterrestres se llevan al niño de la casa en el campo, una película sobre ese tema que fuese buena y terrorífica a la vez. Pues bien, «Nop» lo estaba siendo. Yo no daba crédito ante lo que estaba viendo. Era demasiado bueno para creerlo. No podía ser. Joder, alguien lo estaba haciendo por fin. Solo que no, claro. No pudo ser, esta vez, tampoco. Giro absurdo del guion, y todas mis expectativas por los suelos. Si Jordan Peele hubiera sido capaz de contarme la historia esa, la de cuando el criador de caballos se encuentra en su rancho con unas figuras extrañas que al espectador nos hace creer que son extraterrestres (después de habernos preparado de forma magistral para llegar a ese momento), si hubiese sido capaz de contarnos una historia coherente y terrorífica a partir de ahí, con las dotes cinematográficas que se le ve que tiene… Uf… pero no. Una verdadera lástima. Una ocasión desperdiciada. Y una película un poco endiosada, para lo poco original que es en el fondo. Porque al final me dio la sensación, no de que se nos hubiera querido contar una buena historia, que para mí eso es el cine, sino la de que se quiso usar una historia para hacer buen cine.
Dicho de otro modo: En «Nop» la historia está al servicio del cine. Yo prefiero que el cine esté al servicio de la historia.