
El 22 de noviembre de 2022 era la fecha anunciada para la llegada de Starfield. Era, porque Bethesda quiere lanzar el juego a la altura de lo que creen que tienen entre manos, y que salga lo mejor posible. Así que esa fecha se ha pospuesto a la primera mitad de 2023.
Por si lee esta entrada gente que no sea habitualmente muy jugona, como es mi caso, y no sepa a qué me refiero, Starfield es uno de esos juegos que, muy de vez en cuando, hacen que me olvide de la vida y dedique todo mi tiempo libre a jugar videojuegos.
¿Qué es lo que tiene este juego de especial?
Bueno, es el nuevo videojuego de Bethesda. Bethesda, la de Elder Scrolls. Es su primera franquicia nueva en 25 años, pues es una empresa que habitualmente se ha centrado en sacar al mercado muy pocos videojuegos y hacerlo muy bien: Elder Scrolls, mención especial para Oblivion y Skyrim, los que yo he jugado, y los Fallout, y casi para de contar.
En Bethesda hace tiempo que tenían claro que cuando se pusiesen a trabajar en una nueva franquicia, un nuevo videojuego desde cero (no es el caso de Fallout, que creo que compraron a otra empresa), este sería de ciencia ficción. De exploración espacial.
Yo he jugado muy pocos videojuegos de esos que digo que me hacen olvidarme de la vida mientras juego. Para empezar, en mi casa nunca hubo consolas ni ordenadores. Mi primer ordenador me lo compré yo a los 30 años. Y fue para empezar a usar Reason para hacer música. Desde entonces siempre he ido alternando PCs y Macs, y tengo claro que mi próximo ordenador será PC, solo por poder jugar lo mejor posible a Starfield, ya que mi actual PC portátil, un Alienware, ya tendrá por entonces más de 6 años. (Vale, está la opción de la Xbox, pero no soy nada consolero, la verdad, y el ordenador lo puedo usar para más cosas).
Para empezar, los juegos que siempre me han llamado son los que aportan una sensación de descubrimiento, exploración, también de inmersión en una nueva realidad. Habitualmente de rol, o simuladores espaciales con elementos de rol. Los juegos que cumplían alguna de estas cosas que me entusiasmaron cuando los jugué fueron, como digo, muy contados: el KOTOR 2, Knights of the old Republic… no jugué el primero; el Jedi Knight, Jedi Academy; Oblivion; Skyrim; Mass Effect (la trilogía); el WoW; No Man’s Sky. (Mención aparte, luego, para este último).
El World of Warcraft, siempre en plan casual. Me fascinó, sobre todo al principio, en comparación con otros MMORPGS. Probé muchos en su día, empezando, claro, por el Star Wars Galaxies, porque me atraía, siempre lo ha hecho, la idea de un mundo digital persistente de fantasía. Es un intento de recrear (de forma todavía, pero cada vez menos, torpe y limitada), con la tecnología que ofrecen los videojuegos, el poder de la literatura: la capacidad de soñar con mundos posibles, una necesidad del espíritu humano que algunos sentimos y otros no. Yo creo que casi todas las personas sentimos eso de algún modo, y que cada una lo gestionamos a nuestra manera, dedicándonos a unas cosas o a otras para intentar llenar ese vacío.
Se trata de un vacío que suele tener incluso gente amante de la literatura convencional, la que trata sobre la realidad, esa literatura que a mí me suele aburrir soberanamente, incluso aunque se trate de clásicos, y más si son best sellers actuales.
No os creáis que me voy por los cerros de Úbeda, todo esto que escribo está relacionado.
Vivimos en una realidad donde nuestro universo tiene más galaxias que granos de arena en todas las playas de la Tierra, y cada galaxia más estrellas que granos de arena en todas las playas de la Tierra. Además, la ciencia y la tecnología, la divulgación científica y las novelas de ciencia ficción nos han hecho poder soñar e imaginar algo de lo que pueda esperarnos en toda esa inmensidad. Es indudable, para mí lo es, que mientras escribo estas líneas, o mientras las lees (aunque el tiempo es relativo, por supuesto), imperios galácticos están alzándose o cayendo por doquier, los primeros expatriados de un sistema solar en una galaxia ignota están colonizando un mundo infestado por una flora alienígena letal, o colonias olvidadas sobreviviendo en una precaria edad de la piedra son revisitadas por exploradores de los mundos más avanzados de su rehecha civilización. Si estas cosas no nos afectan lo más mínimo, es porque pasan MUY LEJOS. (Tanto en el tiempo como en el espacio, o las dos cosas). Si apenas nos afecta la muerte de Beethoven, o un atentado que sucede lejos de nuestro país, si no implica a nadie cercano, ya ves cómo habría de afectarnos lo que sucede en sistemas solares o incluso galaxias más lejanos. Pero eso no significa que esas cosas no estén pasando. En tanta inmensidad, Seguro que están pasando. Es prácticamente como si no existiesen, porque jamás las veremos, pero vivimos en un mundo cuya tecnología y cultura invitan a cada vez más gente a pensar e imaginar cosas así. Pero jamás las experimentaremos, lo mismo que no podemos viajar al pasado, ni visitar realidades alternativas. Estas cosas solo podemos imaginarlas.
Si los seres humanos sobrevivimos a nuestra infancia en la Tierra, si somos capaces de salir al espacio antes de extinguirnos, nos espera una ingente cantidad de cosas asombrosas, maravillosas, terroríficas, excitantes, bellísimas, conmovedoras, alucinantes, extraordinarias, nunca vistas antes… (bueno, creo que veis por dónde voy), de cosas por vivir. Nuestros descendientes serán testigos de cosas que no podemos imaginar, aunque hagamos bien en intentarlo. Es nuestro deber intentar imaginarlas, soñar con ellas, porque en buena medida, la imaginación, y ese es el mayor poder de la ciencia ficción, ayuda a dar forma al futuro, si no, al menos, a prepararnos lo mejor posible para afrontarlo.
El caso es que en cierto modo es desolador darse cuenta de todo eso. Salir en la madrugada tranquila a la terraza, mirar hacia arriba, y pensar en todo lo que hay más allá, y que no podremos experimentar nunca.
Y en cambio la mayor parte de la historia la literatura se ha centrado exclusivamente en lo que hay aquí abajo, sin ver más allá. Vale, es cierto que es lo que experimentamos a diario, y que la mente humana es algo en sí mismo asombroso, maravilloso, terrorífico, excitante, bellísimo, conmovedor, alucinante, extraordinario… Pero hay personas que no pueden evitar sentir ese anhelo de lo que jamás veremos. Aquí el papel de la literatura, tanto la de ciencia ficción como la de fantasía, es fundamental. La de ciencia ficción de forma más directa, nos intenta anticipar ese futuro para que podamos vivirlo, nos permite viajar a futuros posibles que quizá puedan ser. La fantasía de forma más indirecta, a través de la metáfora, y no imagina tanto el tiempo futuro como el pasado y los universos alternativos. Pero en lo fundamental ambas, fantasía y ciencia ficción, son una misma cosa.
No es casualidad que Bethesda sacase al mercado uno de los principales videojuegos de rol de fantasía de la historia, y que ahora, durante años, hayan estado trabajando en un nuevo videojuego de rol, esta vez de exploración espacial. En él experimentaremos uno de los mundos más vastos, por no decir el que más, entre todos los videojuegos de rol jamás publicados, con la posibilidad de explorar cien sistemas solares y mil planetas.
Esto es algo con lo que ya nos hizo soñar la magnífica trilogía Máss Effect, de Bioware. Mass Effect fue uno de los juegos que mejores ratos me han hecho pasar. Aunque la idea de la exploración solo se materializaba en Mass Effect de forma bastante limitada, apoyada más bien en la perspectiva romántica que el juego, muy bien construido y ambientado, lograba transmitirnos. Aunque esas cosas sigan estando también en el juego de Bethesda, Starfield es otra cosa.
Una de las cosas que más me sorprendió de Elder Scrolls Oblivion, fue que, sin dejar de ser un videojuego de rol, era también un sandbox, con amplísimas zonas que visitar, y en el que el jugador podía perderse libremente haciendo sus propias misiones secundarias, enrollándose todo lo que quisiera, al margen de la misión principal. Por su ingente cantidad de detalles, su atmósfera, parecía un mundo vivo. Los Mass Effect, una joya en cuanto a su aspecto rolero, apenas dejaban margen real a la exploración, fuera de la misión principal.
Imaginaos que existiese un juego que fuese una suerte de mezcla perfecta entre Mass Effect, Skyrim y No Man’s Sky, pero con una tecnología algo más avanzada, y en el que sus desarrolladores se hayan volcado durante muchos años como la nueva franquicia estrella de su estudio. Un juego que promete responder a todas esas necesidades de jugar un buen juego de rol, por un lado, con más de 200.000 (doscientas mil) líneas de diálogo, así como a la necesidad de explorar nuestra propia galaxia, imaginada a través del marco de una aventura de ciencia ficción con tintes de ópera espacial, misterio y horror espacial.
Starfield no es un simulador espacial, es, ante todo un videojuego de rol, como lo es Skyrim. Pero con las características propias de esos juegos de Bethesda, «lo sandbox» de su exploración, aplicadas a la exploración espacial.
Para ello, el juego ha tomado prestadas algunas ideas geniales introducidas por No Mans Sky, que, de forma contraria pero a la vez complementaria a Starfield, es un simulador espacial con tintes roleros. Así, en Starfield podremos diseñar nuestras propias naves y estaciones espaciales, escanear flora y fauna y minerales en los planetas que descubramos, y todas esas cosas. Aunque no será con tanta profundidad como en juegos como en No Man´s Sky, a cambio la experiencia de la historia será mucho más potente, lo que en conjunto seguramente lo haga, junto a la tecnología empleada, mucho más inmersivo.
Aunque debo decir que No Man’s Sky es muy inmersivo, gracias a su estupendo diseño artístico, que, al margen de qué tipo de gráficos se usen, y qué tecnologías, y junto a las ideas y conceptos novedosos que se introducen en el mundo de los videojuegos, siempre es lo más importante en un videojuego. Pero seguramente dedique una entrada aparte a No Man’s Sky, un juego sorprendente.
No es casual que haya elegido como primera imagen para esta entrada del blog la que he puesto arriba. Dicen los desarrolladores, sobre su deseo de hacer un juego como Starfield: «Pero no teníamos el hardware, la tecnología ni la experiencia», comentado sobe una imagen del juego, en unos de los vídeos oficiales de Bethesda promocionando su nuevo videojuego.
¿Hasta dónde podrán llevarnos los videojuegos? Si todo va bien (si seguimos progresando como especie, si somos capaces de salir ahí fuera, primero minando asteroides del sistema solar, asentándonos en Marte, la Luna y otras bases, primero unos pocos pioneros, y poco a poco más y más gente, a medida que el comercio y tecnología humanos expandan nuestra vida y nuestra cultura más allá de los precarios y sobre explotados límites de nuestro planeta-nido), quizá llegue un momento de paradoja, en el futuro, un tiempo en el que la capacidad de procesamiento de ordenadores cuánticos sea capaz de ofrecernos posibilidades hoy apenas imaginables en el mundo de los videojuegos y la realidad virtual. Un futuro donde lo virtual y lo real sean apenas distinguibles. Después de todo, quién hubiera dicho hasta dónde llegarían, desde el primer videojuego de unos pocos píxeles jugando al ping pong.
No viviremos para ver tantas cosas. Pero al menos tenemos el arte y la tecnología de nuestro tiempo. La capacidad de imaginarlas. Y de jugarlas.
