Hay una belleza sombría, pero llena de maravilla, en la Tierra Media, que han sabido recoger y mostrarnos en la serie de Los Anillos de Poder.
Como decía Tolkien, en su ensayo «Sobre los cuentos de hadas»: «Ancho y profundo es el Reino Peligroso, y lleno todo él de cosas diversas:
Hay allí toda suerte de bestias y pájaros; mares sin riberas e incontables estrellas; belleza que embelesa y un peligro siempre presente; la alegría, lo mismo que la tristeza, son afiladas como espadas. Tal vez un hombre pueda sentirse dichoso de haber vagado por ese reino (haciendo de la metáfora humana cuento, tal fue el caso de Beren), pero su misma plenitud y condición arcana atan la lengua del viajero que desee describirlo. Y mientras está en él le resulta peligroso hacer demasiadas preguntas, no vaya a ser que las puertas se cierren y desaparezcan las llaves».
Pues bien, este último capítulo de la primera temporada de la serie capta todo eso. Esa belleza y ese peligro que anidan en el corazón de la Tierra Media: Galadriel y Sauron. La Magia de los Anillos es indispensable para que la belleza de los Elfos no se extinga. Aunque lo combatan, los Elfos necesitan a Sauron, como la luz a la sombra, para poder existir en la Tierra Media. Por eso terminarán por irse, cuando Sauron sea vencido. Porque ya no tendrán un propósito en la Tierra Media. Y entonces la fantasía se diluirá en los detalles.
Al hilo de todo esto, y poniéndonos más prosaicos… Bien, dirán los puristas, ¿pero no era en forma de elfo llamado Annatar, que Sauron «engañaba» a los Eldar? Bueno, usemos la imaginación. Participemos de la obra de manera activa, y no pasiva. Esa es una versión de aquella historia, que ha llegado a nosotros. Pero, perteneciendo la Tierra Media al imaginario colectivo, este bien puede cambiarse por obra de esta serie, si esta impregna lo suficiente ese imaginario. ¿Qué habría pasado, que explique las dos versiones? Bien fácil… Los cronistas Elfos sin duda adornaron la historia, porque les avergonzaba que Sauron les hubiese engañado con la forma de un hombre desgreñado. «Adornémoslo un poco» se dijeron: «fue un Señor Elfo, lleno de gracia y belleza. Así es como pudo engañarnos».
No, los engañó porque lo necesitaban, tanto como él necesitaba a los Elfos, aunque al mismo tiempo los odiase. Todos participan de la misma canción. Sauron fue uno de los Maiar. No se trata de poderes antagónicos, sino complementarios. Tolkien es mucho menos maniqueo de lo que la gente piensa, y esta serie lo ha sabido ver muy bien.
Y el nombre vino marcado por los hechos: Nos dio unos regalos. Era el Señor Oscuro, pero el Señor de los Dones. Annatar. Así que las dos versiones son verdad, o acabarán siéndolo, en el imaginario colectivo.
Porque esta es ya una historia universal, creo yo. Y estoy seguro de que a Tolkien le habría gustado así.
Este texto lo escribí como respuesta en la video reseña del último capítulo de la temporada del canal de Youtube : «Un Delórean por Rivendel».
Ese momento que comentas que igual no gusta a los puristas es magistral, y una de las mejores cosas de un episodio espectacular, de una serie que será inolvidable. Yo leí ESdlA y El Silmarillion años antes de las pelis, tengo una copia numerada y que leí tb de Los Hijos de Hurin en su primera edición… soy además TS de Realización Audiovisual… vamos, que sé un poco de lo que hablo. Esta serie es muy profundamente respetuosa con la esencia de la obra de Tolkien. De Sauron dijeron los sabios, en su momento, que tras la derrota de Melkor volvió a ansiar el bien, si bien algunos pusieron en duda si esta era una intención real o lo hacía por miedo a la cólera de los Valar y de los Eldar. En este sentido, nunca la obra de Tolkien ha sido tan maniquea como muchos han querido ver, y creo que ese momento que alude al romance está magistralmente tocado por los showrunners. Lo hacen de forma elegante, sutil, pero muy potente. ¿Por qué no pudo haber esa invitación? La historia de la Segunda Edad apenas ha sido nunca contada. Nunca con la profundidad y ambición que pretende esta serie. Había pues, lógicamente, margen para la invención. Y se trata además de lenguaje audiovisual, no de una novela.
Pero es puro Tolkien todo lo que hemos visto. El Profesor estaría muy orgulloso de esta serie, no me cabe la más mínima duda. En cierto modo esta serie es mejor que la trilogía de Jackson, aunque deudora de sus logros audiovisuales. Pero da la sensación de que la trilogía se queda ya escasita, por lo poco detallada que resulta en muchos aspectos de la obra escrita, de la cual, según palabras de Ursula K. Le Guin, es apenas una sombra. (Le Guin habló bastante favorablemente en su día del guión de la primera película, pero en estos términos más despreciativos, años después, del conjunto de las tres películas).
La mayor parte de las críticas negativas a esta serie se han fundamentado siempre en la cerrazón y la ignorancia, cuando no directamente en la maldad. Otra cosa es que guste más o menos, allá los gustos de cada cual. pero cuando se ha tratado de atacarla, ahí se trata de simple maldad. Diré además, como ejemplo de esto, que en la página 440 del vol. 9 de La Historia de la Tierra Media, Christopher Tolkien rescata unas notas manuscritas de su padre, en las que Tolkien habla de la presencia de dos Istari ya en la Segunda Edad, para ayudar a la Tierra Media en su lucha contra Sauron. Los posiciona sobre todo en el Este, mientras Glorfindel aparecería en escena también (algo que parece solo mencionarse en esa nota) para ayudar en la guerra en Eriador contra Sauron, durante la Segunda Edad. Todo esto es ignorado por casi todos los fanáticos recalcitrantes que dicen hablar en nombre de Tolkien (no lo hacen, solo hablan en nombre del mal, de la estupidez, es decir, precisamente de todo lo que Tolkien quiso combatir con su obra).
Así, resulta que sí había Istari en la Segunda Edad. Aunque, en cualquier caso, fue también Ursula k. Le Guin quien hablando ex profeso de la adaptación de La Comunidad del Anillo, dijo que los cineastas no debían estar constreñidos por la versión escrita, que, al fin y al cabo, se trataba de lenguajes distintos, y a la postre de obras diferentes, aunque esencialmente una misma obra, contada de formas diferentes. El caso es que, si sí hubo Istari en la Sergunda Edad, ¿por qué no Gandalf? Incluso aunque él y nosotros, conocedores de su historia, solo hayamos sabido de él en la Tercera Edad, ¿no olvidó Gandalf casi quién era, cuando regresó resucitado como Gandalf el Blanco? ¿Cuánto más no habría olvidado haber participado en los hechos de la Segunda Edad? Y con esto estoy prácticamente seguro de que tendrá un final trágico en esta serie.
Yo siempre estuve abierto a dejarme sorprender por esta serie, que más allá de los prejuicios es genuinamente maravillosa, de un nivel rara vez visto, incluso en esta época de muchas buenas series de fantasía que estamos viviendo. Pero no ha dejado de sorprenderme cada vez más el nivel al que esta gente ha sido capaz de llegar. Nos han hecho disfrutar de la obra de Tolkien a un nivel que yo no recuerdo desde la lectura de El Señor de los Anillos. En fin… fui de los muy pocos que aventuró que esta serie, cuando se anunció, hace años, estaría ambientada en la época de la forja de los anillos, y lo dije en Twitter. La forma en que han sido capaces de enhebrar en la trama la necesidad de los Elfos de fabricar los Anillos, de que podamos comprender cómo pudieron ser corrompidos, engañados por Sauron… Uffffff…. MAGISTRAL. PD: No voy a contestar, ni siquiera leer, cualquier comentario de índole negativo a todo esto. No me gusta perder el tiempo. Por cierto, te ha dado el «Like» nº 300. La duda gorda que me queda a mí es si en las siguientes temporadas, en las que veremos la forja de los anillos de los enanos y de los hombres (antes de la forja del Único, of course), Sauron se presentará ante ellos también como Halbrand, para aprovechar el tirón del actor que ya conocemos, o será en otra forma, lo que estaría bien, porque de nuevo no tendríamos claro quién es Sauron.
No soy tan sabio como la mayor parte de la gente que opina a favor o en contra de esta serie en Internet. He aquí quizá la clave de la cuestión: esta serie, como sucedió con la última trilogía de Star Wars, ha polarizado a los seguidores entre personas más o menos normales y personas gilipollas.
Lo que está claro es que, si viésemos esta serie cambiando los nombres, para que no fuesen de la Tierra Media, sino de algún otro lugar, les parecería a todos los aficionados a la fantasía, y aun a las buenas series, una gran producción.
Los gilipollas son, por supuesto, todos aquellos que creen que la obra de Tolkien debería ser contada solo dentro de un museo, sin que nadie ose tocar una sola coma de los escritos del Profesor, para contar, recrear una historia basada en ellos. Entre sus más hondos argumentos en contra de esta recreación, su asimilación de que el hecho de que aparezcan elfos o enanos o hobbits de piel negra es algo político, y no lo que realmente es: un símbolo de los tiempos que vivimos, los cuales, paradójicamente, en ciertos aspectos son cada vez más cercanos al espíritu que emana de la obra de Tolkien. Tolkien mismo, se reiría hoy con ganas, después de quitarse la pipa de la boca, de todas estas mamarrachadas de los que pretenden ser más tolkinianos que nadie, y ven fantasmas ideológicos en todas partes.
Pues una de las intenciones profundas de todo lo escrito por Tolkien es calmar el anhelo por las especies desconocidas u olvidadas, que habitaron y habitarán los bosques intemporales junto a lo humano. Ya ves, como para enfadarse porque un elfo tenga la piel negra. Putos ridículos.
Otra cosa que los mamarrachos estos le critican a la serie es que osen que Galadriel (¡joder, GALADRIEL, uno de los personajes más poderosos jamás concebidos por el escritor inglés!) sea tan preponderante. Y en base a esto se inventan a un Tolkien construido a su imagen y semejanza, un ídolo misógino que es un insulto a su memoria. Ursula K. Le Guin, una de las mejores escritoras de fantasía de la historia, de crecientes convicciones feministas a lo largo de su vida y obra, fue admiradora de Tolkien hasta el último de sus días, y hubiera llamado cuatro cosas a estos mamarrachos.
Pero centrémonos en la serie. Yo ya dije, cuando se anunció en 2017, que solo tendría algún sentido si se ambientaba en la Segunda Edad. Era algo que prácticamente nadie vio entonces, excepto los propios showrunners, que todavía no existían como tales, y yo mismo. Tengo lo que escribí por aquellas fechas en Twitter, para atestiguarlo.
El caso es que la Segunda Edad solo se describe por encima, en cualquier escrito de Tolkien, a través de pinceladas. Pinceladas magníficas, pero pinceladas.
Desde luego, para mí, poco interés habría tenido hacer spin offs de los personajes ya conocidos de la trilogía de novelas luego adaptadas por Peter Jackson. Pero eso es lo que la práctica totalidad de la gente imaginó que sería esta serie, cuando se anunció.
Para ponerse a describir esas historias esperando ser contadas de la Segunda Edad, creo que los showrunners finalmente elegidos (elegidos por tener precisamente esa intención, fresca y ambiciosa a la vez) J. D.Payne y Patrick McKay han demostrado tener una sensibilidad muy profunda sobre lo que es la Tierra Media. A un nivel audiovisual asistimos a un espectáculo totalmente deudor del lenguaje cinematográfico que en cierto modo tanto hizo evolucionar Peter Jackson, en lo que se refiere a cómo debe ser contada una gran aventura de fantasía épica. En cuanto a las historias, son las que que siempre hemos intuido y querido conocer, sobre la forja de los Anillos de Poder, el auge y caída de Numenor y la última Gran Alianza entre los Pueblos Libres de la Tierra Media.
La sombra de Peter Jackson es tan alargada como la del mismo Tolkien, en la recreación de esta Tierra Media audiovisual. Palpita en los decorados, el vestuario, las tomas aéreas y de paisajes inmensos, el uso de la música y hasta en la inflexión del tono de voz de los actores. Pura Tierra Media, en lo que se refiere a lo audiovisual. Una vez asumido esto, recordemos que una autora tan admiradora de Tolkien como lo fue Ursula K. Le Guin, le puso muy buena nota, en un artículo escrito para la ocasión, a la película de «La Comunidad del Anillo» de Peter Jackson.
La historia que se nos cuenta aquí es una que ya desde el inicio va adentrándose en la oscuridad desde la luz, pero de una forma abordable gracias al notable desarrollo de los personajes protagonistas, incluidos hobbits (pelosos llamados aquí, por cuestiones de derechos, aunque digo yo que bien podrían haberlos llamado «medianos»… aunque, en fin, a mí lo de pelosos me gusta), de los que no muchos llegaron alguna vez a creer que pudieran existir en edades anteriores a la tercera . Yo, nuevamente, sí, y también había escrito sobre ello. Así que es fácil imaginar que me siento MUY CÓMODO dentro de la visión de la Segunda Edad que nos proponen J. D.Payne y Patrick McKay.
No voy a eternizarme repitiendo cosas obvias sobre los dos primeros episodios de la serie, que ya se ha dicho de todo, y casi todo bueno. Diré, eso sí, que estoy de acuerdo con todo eso bueno que se ha dicho. En cuanto a los gilipollas, son legión. Llama la atención cómo en ciertas webs entran a votar y dar una sola estrella, intentando con ello, y lográndolo, joder la media de una votación en la que la gente normal (o quizá deberíamos decir, con una inteligencia sensible mayor, mucho mayor) vota lo que de verdad le ha parecido, entre «5» y «10», predominando los dieces.
A mí, estos gilipollas (cuando me refiero a ellos con este calificativo no está en mi intención insultarles, ojo, sino usar la definición del diccionario que más se adecúa a su forma de actuar), me recuerdan a los habitantes del pueblo ese de habitantes herederos de hombres que se aliaron con Morgoth, y a la escena de cuando llega una de ellos, Bronwyn, y les dice: «que los que quieran vivir partan al alba a la torre vigía elfa». Los gilipollas son los que no parten al alba. Los que no creen. Los que viven en el odio y la oscuridad. Los que quieren poseer lo que codician, solo para ellos.
Solo poder ser testigos de esa llegada a Valinor y de la duda de Galadriel, que rechaza la luz por combatir una oscuridad que pocos más que ella se atreven a mirar, y cómo se prepara todo eso en la historia desde el inicio, a lo largo del primer episodio… esa llegada a Valinor, aderezada con acontecimientos que pasan en otras partes del mundo, con testigos como los ents… joder… joder…qué belleza. Solo desde la atrofia mental, un fan puede denigrar algo así.
Y me refiero aquí a los fans. Luego hay otra clase de crítico: El que siempre ha odiado la obra de Tolkien (y mayormente la fantasía en general) y se disfraza entre los fans recalcitrantes de Tolkien, como si fuese uno más de ellos, para intentar verter su mierda sobre esta serie. Pero se los pilla al momento.
Tras ver los dos primeros episodios, me ha pasado una cosa que nunca me había pasado antes con NINGUNA serie: en esta era de plataformas, y de decenas de series nuevas cada mes, siempre me he limitado al «streaming». Lo único que tengo guardado en el ordenador son las películas de las trilogías de Star Wars, y Avatar. Pues bien. Hoy he descargado para tener guardados en el ordenador los dos primeros episodios de «Los Anillos de Poder».
En cuanto a la música de Bear McCreary, es el mismo autor de la música de la magnífica serie de la Fundación, en Apple TV+(si damos por hecho que aquella serie se inspira, más que basarse en las novelas de Asimov, lo cual al principio a mí me costó un poquito). Y hay algunos pasajes en los que McCreary echa mano de forma sutil de la melodía de la potente intro de Fundación. Howard Shore firma la música de la intro.
En fin… Hay muchos tipos posibles de fantasía épica. Estoy disfrutando enormemente también «La Casa del Dragón», serie igual de fantástica, aunque más terrenal, que parece atraer más a gente a la que normalmente no gusta la fantasía, lo cual está bien. Esa gente debería recordar que personas como yo conocimos las novelas de George R. R. Martin muchos años antes de que existiese el rumor de que iba a haber una serie llamada Juego de Tronos (como el título del primer libro). Yo compré y leí Juego de Tronos, en su primera edición, a principios de los años 2000.
La evolución del género cuyas bases sentó Tolkien (bebiendo a su vez de otras fuentes, como Lord Dunsany) pasó por otros autores, más concretamente Tad Williams y su saga de novelas de Osten Ard, antes de llegar a Martin. Pero todas ellas, aunque con diferentes registros, lenguajes y perspectivas más modernas o más clásicas, pertenecen a un mismo género, el de la fantasía épica. Querer establecer un marco comparativo en el que se favorezca una de las series por denigrar la otra sería un poco tonto, la verdad. Cierto es que cada una tiene su tono particular, que en el caso de estos primeros episodios de «Los Anillos de Poder», magistralmente dirigidos por J. A. Bayona, tiene momentos de un cierto aire a cine clásico, pero dentro del contexto grandioso a la vez que detallista de las cosas, aprendido de Peter Jackson; y todo ello no exento de la propia firma personal de Bayona.
Como digo, yo me siento afortunado de poder ser testigo en un mismo periodo de tiempo de dos series tan distintas y a la vez tan cercanas. Y de disfrutar por igual de ambas. Por cierto, ambas series se basan en libros que cuentan cosas que pasaron antes en sus respectivas historias fantásticas.
En el Caso de «Los Anillos de Poder», es curioso darse cuenta de que lo que se nos cuenta en esta serie era lo que se contaba en el prólogo de las películas de Peter Jackson, y que a su vez el prólogo de esta serie nos retrotrae a la Primera Edad, la lucha contra Morgoth (del que Sauron solo es su principal lugarteniente) y la forja de los Silmarils. Así que tened por seguro de que algún día tendremos una nueva serie o películas que nos cuenten una historia todavía más grande y más épica, ambientada en el imaginario tolkiniano. Su prólogo nos llevará aún más atrás en el tiempo de la historia. Pero todo eso, solo si los gilipollas nos dan permiso, claro. O, bueno, también sin él. Después de todo, ¿quién va a hacer caso a un gilipollas?
PD: Quizá alguien piense que soy un poco duro de más con los críticos negativos de esta serie. No. Ese es el estilo de este blog. Cuanto más necias sean las críticas a algo, más duro soy yo con los críticos de ese algo. Este blog no nació para ser políticamente correcto.
Muchas cosas se han dicho sobre esta serie, y la mayor parte de ellas malas, antes siquiera de que empezase. Críticas a cual más negativa, nacidas de cosas como el aburrimiento, la estupidez, la intolerancia y el cinismo.
Yo, más práctico, más sensato que todas esas cosas, he preferido esperar para ver y opinar por mí mismo… O para ver lo que opinan los que Ya han visto algo. (Los dos primeros episodios).
Ha habido varias paradas, en el camino hasta esta «premiere» de los dos primeros episodios de la serie. Desde aquel día del anuncio de esta producción, por parte de Amazon Prime video, punto de salida hacia esta nueva plasmación audiovisual de la fantasía de Tolkien, en el que, lo dejé escrito en Twitter, aunque no me acuerdo de la fecha, yo aventuré que la época en la que debía estar ambientada la nueva serie era la de la forja de los Anillos de Poder.
Luego vino el anuncio de que, efectivamente, la serie estaría ambientada en la Segunda Edad, durante la forja de los Anillos.
Después llegó la primera imagen. Muy poca cosa, pero era una imagen con la que cualquier fan de Tolkien podría haber soñado.
Hace poco los primeros trailers cortos, o teasers (que se le llena la boca a uno de vocablos extranjeros siempre con estas cosas, pues suya es la cultura predominante en estos tiempos en los que lo cinematográfico ha crecido como nuevo arte total, claro, de qué nos extrañamos). Y hace nada el tráiler más largo, y todo lo visto ha ido convenciéndome, vídeo tras vídeo, de que estábamos ante algo grande. No por las cifras o el marketing, que a mí me dan igual. Sino por mis sensaciones. Bien podría ser que esas sensaciones me llevasen a equívoco, aunque no suele pasarme. Antes de ver El Señor de los Anillos, Avatar o las nuevas películas de Star Wars, sabía que iba a flipar. Y flipé.
Creo que este va a ser también el caso. Pero para los que todavía no andan muy convencidos, dejo por aquí algunas de las primeras reacciones de esa premiere.
Estas son algunas de las críticas:
“Un hermoso espectáculo visual. El más grande que he visto en televisión. Se siente muy diferente y fresco. Una nueva visión de la Tierra Media que no te dejará indiferente. Necesito mucho más”.
«Es excelencia cinemática. La escala de esta historia nunca se ha hecho antes, lo que hace que cada momento sea épico e impresionante«.
«Es un logro en la narración cinematográfica que redefine lo que es posible para la televisión. Inmersivo y épico, los mundos interconectados de Tolkien se sienten grandiosos y completamente realizados. Absolutamente fascinante.»
«Es una obra maestra. El equipo visionario detrás de esto ha producido una epopeya que se sumerge en sus raíces y ofrece una historia como ninguna otra. Su producción es incomparable, orquestando magistralmente la mitología de Tolkien. ¡Bravo!«
«Todo sobre esta serie es increíble. Desde la cinematografía al diseño de vestuarios o la calidad de los escenarios. Y, por supuesto, los intérpretes. Estad preparados para algo especial.»
«Han hecho una serie de «El Señor de los Anillos» que se siente como «El Señor de los Anillos«.
Pero a mí, lo que más me ha gustado leer es lo que piensan los propios «showrunners» de lo que se traen entre manos con esta serie.
Así, ante una de las principales críticas que, de la mano de la ignorancia, se le estaba haciendo a la serie, esto es, que tendría poco que ver con lo escrito por Tolkien (que estaba vagamente conectada con Tolkien), estos dijeron:
«Solo quiero objetar lo de ‘vagamente conectado’. No lo sentimos así. Sentimos que las raíces profundas de esta serie están en los libros y en Tolkien. Y si no lo sintiéramos así, estaríamos aterrados de estar aquí sentados.«
Y, OJO, que esto me encanta:
«Sentimos que esta historia no es nuestra. Es una historia que estamos administrando y que estaba aquí antes que nosotros y que estaba esperando en esos libros para estar en la Tierra. No nos sentimos «vagamente conectados». Nos sentimos muy, muy conectados con esa gente y trabajamos cada día para estar aún más conectados. Así es como realmente lo pensamos.«
Bueno, aquí lo dejo. Que conste que el primer capítulo de «La Casa del Dragón», en HBO, me ha parecido excepcional, de lo que más me ha hecho vibrar, de cuanto he visto en los últimos tiempos. Pero caben muchos registros, aun dentro de la fantasía épica. Es un género inagotable, y puede ser algo maravilloso, cuando las cosas se hacen bien. El poder, en el antiguo Egipto, invirtió grandes riquezas para dejar plasmadas sus historias en sus templos y monumentos. Era la forma que tenían de contar historias grandiosas, de manifestar su sentimiento de grandeza de las cosas. Hoy, tenemos nuestra propia manera, más popular, más democrática, acorde a la tecnología de nuestro tiempo. Lo cual admite, con paciencia, pero seguridad en sus logros, cuando de verdad están ahí, toda clase de comentarios.
Si los elfos son una subcreación del ser humano (y Tolkien no está seguro de que lo sean, es decir, de que no estén ahí al margen de nosotros), y Dios (sea lo que sea Dios) creó al ser humano (y no tiene por qué ser la visión bíblica, sino que, yo creo, debemos entender a Dios como metáfora de lo inaprensible a la mente humana, como cura esencial de humildad), entonces, Dios creó a los elfos. Y la consecuencia de todo esto es que llegará un día en el que la realidad y el Reino de Fantasía se fusionen en una misma cosa. Mientras, solo una mente sana, que siga el método científico, podrá disfrutar, y, es más, necesitará de la existencia de los cuentos de hadas para poder tener una correcta perspectiva de las cosas de la realidad, y de nuestro lugar dentro del orden de las cosas, de forma que nos demos cuenta de que la realidad, y todo lo que contiene, no nos pertenece. Los cuentos de hadas responden a la profunda necesidad humana de explorar las infinitas posibilidades del tiempo y el espacio, así como a la necesidad de estar en comunión con otros seres, no necesariamente semejantes a nosotros. Son una bofetada en la cara del que por mor de la confianza, que tanto asco da, a todo le quita su misterio y su magia. Son un soplo de aire fresco a la realidad de todo cuanto nos rodea. Una droga del espíritu que nos permite ver lo viejo como nuevo.
Son evasión también, por supuesto, pero, ¿no es deber del que está preso, intentar escapar?
Por todo esto, los cuentos de hadas no están dirigidos a los niños (no más que el álgebra pensada como introducción a los niños, o las clases de inglés cantadas pensadas para los niños), sino a los adultos, y no pueden ser comprendidos por cualquier adulto, sin embargo, sino tan solo por aquellos libres de prejuicios, por las personas de esencia humilde, que afronten la realidad sin cinismo, con ilusión e inocencia hacia el misterio y la belleza de la Naturaleza.
Este ensayo del Maestro Tolkien sobre los cuentos de hadas y, podríamos decir, la importancia de la fantasía, es atrevido, visionario y transgresor. Dice cosas que yo hace tiempo que venía intuyendo por la conjunción en mi imaginación de muchas obras vividas, pero que leer de su pluma, de hace 50 años, hace que se te graben a fuego en el alma. Este libro, en general, es la semilla de todo lo mejor que escribió Michael Ende.
Que sí, no es decir poco. Este libro, en general, es la vuelta de tuerca de las ideas más ambiciosamente humanas de la ciencia ficción actual, un viaje a ese lugar donde las fronteras entre la ciencia ficción y la fantasía se desdibujan. Contiene la esencia de lo fantástico. Y además, de paso, da una lección a todos los imbéciles de este mundo.
El ensayo «Sobre los cuentos de hadas» viene recogido en los apéndices del libro que recopila los principales cuentos del autor inglés: «Cuentos desde el Reino Peligroso». Entre ellos, me han gustado especialmente «Hoja de Niggle» y «El herrero de Wootton Mayor»; me han resultado especialmente memorables.
Baste con decir que creo con gran convencimiento, tras haberlos leído, que el primero fue la semilla de la que surgió Momo, de Michael Ende, y que del segundo, y esto es aún más evidente, nació la otra gran obra del genial escritor alemán afincado durante un tiempo en Italia: «La historia interminable».
Hoja de Niggle lo escribió Tolkien a partir de un sueño que tuvo, en el que él era un pintor obsesionado con terminar de pintar toda su obra, centrada alrededor de un gran árbol al que iba añadiendo hojas hechas cada vez con más detalle, de tal modo que, por centrarse tanto en los detalles, quizá nunca conseguiría acabarla, cercado además por toda clase de deberes mundanos, que se interponían entre él y su obsesión por dar cabida en el lienzo a todo un bosque, una realidad insospechada que va surgiendo de ese solo árbol inicial.
En el cuento el propio pintor entra a formar parte de la obra a la que ha dado forma. Se trata de ese Otro Lugar, donde los vicios del pasado, las quejas sobre cosas que antes se hacían un mundo; en fin, el rencor, o la posesión, no tienen cabida: » Se rieron. Se rieron, y las montañas resonaron con su risa».
Es un cuento sobre la obsesión por terminar una obra, en consonancia con un Tolkien que entonces luchaba por dar forma publicable a «El Silmarillion», algo que finalmente no consiguió, aunque su hijo, con ayuda de Guy Gavriel Kay, llegase a publicarla después de la muerte de su padre, aún sin una calidad literaria del todo a la altura. Pero acaso sea mucho más importante lo que Tolkien, más allá de la gran mitología que reinventa y que se recoge en «El Silmarillion», nos cuenta en estos breves cuentos llegados desde «El Reino Peligroso». Intuiciones profundas sobre la esencia de la realidad, ligadas a actos y emociones humanas sencillos.
Pero en su derecho estaba Christopher, hijo pequeño de Tolkien, que fue epistolar cómplice del avance de los capítulos de «El señor de los Anillos», la más importante obra de fantasía nunca habida, tanto por su significación como por su calidad literaria, en cartas que le iba escribiendo su padre.
Y el Silmarillion sigue siendo de una importancia capital por lo que cuenta, aunque no por cómo lo cuenta. Para eso ya están «El Hobbit», y, sobre todo, «El Señor de los Anillos».
«Ancho, alto y profundo es el Reino Peligroso, y lleno todo el de cosas diversas: hay alli toda suerte de bestias y pajaros; mares sin riberas e incontables estrellas; belleza que embelesa y un peligro siempre presente; la alegria, lo mismo que la tristeza, son afiladas como espadas. Tal vez un hombre pueda sentirse dichoso de haber vagado por este reino, pero su misma plenitud y condicion arcana atan la lengua del viajero que desee describirlo. Y mientras esta en él le resulta peligroso hacer demasiadas preguntas, no vaya a ser que las puertas se cierren y desaparezcan las llaves.»
Extracto del ensayo «Sobre los cuentos de hadas», de J. R. R. Tolkien.
Y qué gran frase, esa última: «Y mientras está en él le resulta peligroso hacer demasiadas preguntas, no vaya a ser que las puertas se cierren y desaparezcan las llaves». Creo que es una alegoría contra el cinismo, contra el descreimiento, contra los que se creen que están del vuelta de todo, en esta realidad nuestra, y matan continuamente el misterio, porque se creen que lo saben y lo poseen ya todo, como el viejo cocinero Nokes, en Wootton Mayor.
A esta obra, claro está, no puedo darle nota alguna. Solo cabe decir que es lectura imprescindible para cualquier aspirante a cuentista que se precie.