
¿Qué hace que haya personas como yo, que sienten películas como Avatar como algo único y original, y otras a las que, en cambio, ni fu ni fa?
Creo de verdad, desde la objetividad, que Avatar es el mayor soplo de aire fresco para el cine desde Star Wars. En un arte entregado al realismo costumbrista, si de lo que se trata es de que los críticos más al uso lo flipen con las distintas y en su mayor parte desapercibidas propuestas que desfilan cada año sin pena ni gloria por salas cada vez más vacías; un arte en el que las alternativas más populares son propuestas cocinadas fugazmente, de consumo rápido, para el streaming, o «blockbusters» de tipo marveliano llenos de lugares comunes, que apenas pueden ya despertar la capacidad de asombro de los espectadores… en este panorama, Avatar ha supuesto algo nuevo. Algo diferente, nunca visto en el cine hasta ahora. Lo supuso hace 13 años, antes de que existiese el universo cinematográfico de Márvel, y lo ha vuelto a suponer tras él.
Avatar 2 se siente como un sueño hecho realidad. Es lo que el cine debería ser siempre, para nunca dejar de ser cine. Por desgracia, no todo el mundo tiene la sensibilidad para darse cuenta de esto. El principal fallo para esta desdicha (no ser capaz de disfrutar una película así es, sin duda, una desdicha) es la falta de perspectiva de una mente aletargada por tantísima oferta audiovisual.
En realidad, ya habíamos visto algo como Avatar, antes. Star Wars. Avatar está siendo para el cine lo mismo que en su día fue Star Wars. Una saga de ciencia ficción basada en la familia, con poderes basados en el misterio de la naturaleza, que puede ser usada tanto para el bien como para el mal.
En Avatar 2 vemos evolucionar el entramado de ciencia ficción cuya semilla fue plantada ya en la primera película, aunque en aquella pasase desapercibida para la mayoría. El espectador estándar no suele tener la sensibilidad o amor a la ciencia ficción suficientes para reparar en esos detalles. O, por el contrario, menos, pero de estos también los hay, es un grandilocuente esnob, que ni tan siquiera considera la posibilidad de que una película destinada al consumo masivo pueda albergar alguna profundidad.
En un nivel por debajo del argumento más aparente: la historia de amor del soldado rebelde con su pueblo con la princesa local en la primera; la venganza, la protección de la familia y la búsqueda de una identidad del que se siente ajeno en la segunda, reside un argumento más profundo, de verdadera ciencia ficción, expresada en forma de ópera espacial generacional, pero con un nivel de ciencia ficción en Avatar mayor que el que había en Star Wars. Lo cual vemos en el detallismo con que se ha diseñado el mundo de la luna Pandora.
Este argumento de fondo es tan sutil en la primera que pocos lo vieron, y crece y se hace más manifiesto en la segunda, de la mano del personaje Kiri, trasunto de Jedi, dentro de los arquetipos con los que juega James Cameron. Kiri nace concebida por el trasunto de la Fuerza que en Avatar es Eywa. Es Elegida, como su padre. Rara, se siente diferente y no encuentra su lugar en el mundo. Lo que vimos tanto en Anakin, como Luke, como Kylo, como Rey, en Star Wars.
Pero si Avatar solo fuese una imitación de Star Wars, Avatar no trascendería. El mérito de Avatar no es imitar a Star Wars. Es saber ser algo único y rompedor, aportando su propia idiosincrasia al mundo del cine en distintos niveles, tanto en lo referente a la tecnología que hace evolucionar las técnicas cinematográficas, como la capacidad y necesidad del espectador de identificarse con un mundo, historia y personajes que entran a formar parte del imaginario humano.
En fin, dicho por él mismo, el joven James Cameron decidió dedicarse al cine con 23 años, tras la experiencia que fue para él asistir al estreno de Star Wars, en 1977. Lo que siempre ha querido, en lo más hondo de él, ha sido crear una saga que fuese capaz de aportar ingredientes parecidos, pero de una forma nueva. Y esto es lo que es Avatar. De la misma forma en que sorprendió a la gente Star Wars en 1977, con un uso de la tecnología más precario y artesanal, sorprendió Avatar en 2009, con un uso de la tecnología digital que ya desde nuestro presente comienza a verse como algo artesanal. Tecnología usada de forma casi experimental.
En unos años en los que de momento Star Wars ha dejado de significarse desde una perspectiva cinematográfica (por mucho que me gusten algunas de sus series, estas no llegan al nivel de magia, misterio y maravilla que pueden conseguir las historias cuando son concebidas como sagas para la gran pantalla), Avatar ha llegado para llenar ese hueco. Aparentemente, no es Star Wars. Es otra cosa. Y justo por eso, es, en el fondo, más Star Wars que ninguna otra cosa.
Volviendo a la pregunta con la que abría esta entrada, creo que son las formas, lo superficial, lo que hace que mucha gente no entienda aún lo que significa Avatar, incluso mucha gente «freak» y amante de la ciencia ficción, aún no ha sido capaz de comprenderlo. ¿Se trata de algo genético, la predisposición a enamorarse de este tipo de historias, como me pasa a mí? ¿Es algo condicionado por el entorno, por la educación que recibimos de niños? ¿Es nuestra cultura? Es un poco de todo, en verdad.
Sea como fuere, estad preparados para muchas y cada vez mayores sorpresas, en el futuro de Avatar.
Cuando James Cameron dio el guión de Avatar 2 al estudio, estos se lo devolvieron con tres páginas de anotaciones. Cuando les dio el guión de Avatar 3, se lo devolvieron con una sola página de anotaciones. Bueno, parece que la cosa iba ya más rodada. Cuando les dio el guión de Avatar 4, le dieron una hoja en la que ponía, simplemente: «Holy Fuck».
Entonces, Cameron preguntó: «¿pero dónde están las notas?» Y le respondieron: «Esas son todas las notas». Porque todo se vuelve loco en el buen sentido, ¿verdad? Crees que sabes de qué se trata, y luego, oh no, no lo sabes… «Espero poder hacer esa película, es lo que estoy diciendo”. James Cameron.