Hay una belleza sombría, pero llena de maravilla, en la Tierra Media, que han sabido recoger y mostrarnos en la serie de Los Anillos de Poder.
Como decía Tolkien, en su ensayo «Sobre los cuentos de hadas»: «Ancho y profundo es el Reino Peligroso, y lleno todo él de cosas diversas:
Hay allí toda suerte de bestias y pájaros; mares sin riberas e incontables estrellas; belleza que embelesa y un peligro siempre presente; la alegría, lo mismo que la tristeza, son afiladas como espadas. Tal vez un hombre pueda sentirse dichoso de haber vagado por ese reino (haciendo de la metáfora humana cuento, tal fue el caso de Beren), pero su misma plenitud y condición arcana atan la lengua del viajero que desee describirlo. Y mientras está en él le resulta peligroso hacer demasiadas preguntas, no vaya a ser que las puertas se cierren y desaparezcan las llaves».
Pues bien, este último capítulo de la primera temporada de la serie capta todo eso. Esa belleza y ese peligro que anidan en el corazón de la Tierra Media: Galadriel y Sauron. La Magia de los Anillos es indispensable para que la belleza de los Elfos no se extinga. Aunque lo combatan, los Elfos necesitan a Sauron, como la luz a la sombra, para poder existir en la Tierra Media. Por eso terminarán por irse, cuando Sauron sea vencido. Porque ya no tendrán un propósito en la Tierra Media. Y entonces la fantasía se diluirá en los detalles.
Al hilo de todo esto, y poniéndonos más prosaicos… Bien, dirán los puristas, ¿pero no era en forma de elfo llamado Annatar, que Sauron «engañaba» a los Eldar? Bueno, usemos la imaginación. Participemos de la obra de manera activa, y no pasiva. Esa es una versión de aquella historia, que ha llegado a nosotros. Pero, perteneciendo la Tierra Media al imaginario colectivo, este bien puede cambiarse por obra de esta serie, si esta impregna lo suficiente ese imaginario. ¿Qué habría pasado, que explique las dos versiones? Bien fácil… Los cronistas Elfos sin duda adornaron la historia, porque les avergonzaba que Sauron les hubiese engañado con la forma de un hombre desgreñado. «Adornémoslo un poco» se dijeron: «fue un Señor Elfo, lleno de gracia y belleza. Así es como pudo engañarnos».
No, los engañó porque lo necesitaban, tanto como él necesitaba a los Elfos, aunque al mismo tiempo los odiase. Todos participan de la misma canción. Sauron fue uno de los Maiar. No se trata de poderes antagónicos, sino complementarios. Tolkien es mucho menos maniqueo de lo que la gente piensa, y esta serie lo ha sabido ver muy bien.
Y el nombre vino marcado por los hechos: Nos dio unos regalos. Era el Señor Oscuro, pero el Señor de los Dones. Annatar. Así que las dos versiones son verdad, o acabarán siéndolo, en el imaginario colectivo.
Porque esta es ya una historia universal, creo yo. Y estoy seguro de que a Tolkien le habría gustado así.
Este texto lo escribí como respuesta en la video reseña del último capítulo de la temporada del canal de Youtube : «Un Delórean por Rivendel».
Ese momento que comentas que igual no gusta a los puristas es magistral, y una de las mejores cosas de un episodio espectacular, de una serie que será inolvidable. Yo leí ESdlA y El Silmarillion años antes de las pelis, tengo una copia numerada y que leí tb de Los Hijos de Hurin en su primera edición… soy además TS de Realización Audiovisual… vamos, que sé un poco de lo que hablo. Esta serie es muy profundamente respetuosa con la esencia de la obra de Tolkien. De Sauron dijeron los sabios, en su momento, que tras la derrota de Melkor volvió a ansiar el bien, si bien algunos pusieron en duda si esta era una intención real o lo hacía por miedo a la cólera de los Valar y de los Eldar. En este sentido, nunca la obra de Tolkien ha sido tan maniquea como muchos han querido ver, y creo que ese momento que alude al romance está magistralmente tocado por los showrunners. Lo hacen de forma elegante, sutil, pero muy potente. ¿Por qué no pudo haber esa invitación? La historia de la Segunda Edad apenas ha sido nunca contada. Nunca con la profundidad y ambición que pretende esta serie. Había pues, lógicamente, margen para la invención. Y se trata además de lenguaje audiovisual, no de una novela.
Pero es puro Tolkien todo lo que hemos visto. El Profesor estaría muy orgulloso de esta serie, no me cabe la más mínima duda. En cierto modo esta serie es mejor que la trilogía de Jackson, aunque deudora de sus logros audiovisuales. Pero da la sensación de que la trilogía se queda ya escasita, por lo poco detallada que resulta en muchos aspectos de la obra escrita, de la cual, según palabras de Ursula K. Le Guin, es apenas una sombra. (Le Guin habló bastante favorablemente en su día del guión de la primera película, pero en estos términos más despreciativos, años después, del conjunto de las tres películas).
La mayor parte de las críticas negativas a esta serie se han fundamentado siempre en la cerrazón y la ignorancia, cuando no directamente en la maldad. Otra cosa es que guste más o menos, allá los gustos de cada cual. pero cuando se ha tratado de atacarla, ahí se trata de simple maldad. Diré además, como ejemplo de esto, que en la página 440 del vol. 9 de La Historia de la Tierra Media, Christopher Tolkien rescata unas notas manuscritas de su padre, en las que Tolkien habla de la presencia de dos Istari ya en la Segunda Edad, para ayudar a la Tierra Media en su lucha contra Sauron. Los posiciona sobre todo en el Este, mientras Glorfindel aparecería en escena también (algo que parece solo mencionarse en esa nota) para ayudar en la guerra en Eriador contra Sauron, durante la Segunda Edad. Todo esto es ignorado por casi todos los fanáticos recalcitrantes que dicen hablar en nombre de Tolkien (no lo hacen, solo hablan en nombre del mal, de la estupidez, es decir, precisamente de todo lo que Tolkien quiso combatir con su obra).
Así, resulta que sí había Istari en la Segunda Edad. Aunque, en cualquier caso, fue también Ursula k. Le Guin quien hablando ex profeso de la adaptación de La Comunidad del Anillo, dijo que los cineastas no debían estar constreñidos por la versión escrita, que, al fin y al cabo, se trataba de lenguajes distintos, y a la postre de obras diferentes, aunque esencialmente una misma obra, contada de formas diferentes. El caso es que, si sí hubo Istari en la Sergunda Edad, ¿por qué no Gandalf? Incluso aunque él y nosotros, conocedores de su historia, solo hayamos sabido de él en la Tercera Edad, ¿no olvidó Gandalf casi quién era, cuando regresó resucitado como Gandalf el Blanco? ¿Cuánto más no habría olvidado haber participado en los hechos de la Segunda Edad? Y con esto estoy prácticamente seguro de que tendrá un final trágico en esta serie.
Yo siempre estuve abierto a dejarme sorprender por esta serie, que más allá de los prejuicios es genuinamente maravillosa, de un nivel rara vez visto, incluso en esta época de muchas buenas series de fantasía que estamos viviendo. Pero no ha dejado de sorprenderme cada vez más el nivel al que esta gente ha sido capaz de llegar. Nos han hecho disfrutar de la obra de Tolkien a un nivel que yo no recuerdo desde la lectura de El Señor de los Anillos. En fin… fui de los muy pocos que aventuró que esta serie, cuando se anunció, hace años, estaría ambientada en la época de la forja de los anillos, y lo dije en Twitter. La forma en que han sido capaces de enhebrar en la trama la necesidad de los Elfos de fabricar los Anillos, de que podamos comprender cómo pudieron ser corrompidos, engañados por Sauron… Uffffff…. MAGISTRAL. PD: No voy a contestar, ni siquiera leer, cualquier comentario de índole negativo a todo esto. No me gusta perder el tiempo. Por cierto, te ha dado el «Like» nº 300. La duda gorda que me queda a mí es si en las siguientes temporadas, en las que veremos la forja de los anillos de los enanos y de los hombres (antes de la forja del Único, of course), Sauron se presentará ante ellos también como Halbrand, para aprovechar el tirón del actor que ya conocemos, o será en otra forma, lo que estaría bien, porque de nuevo no tendríamos claro quién es Sauron.
No soy tan sabio como la mayor parte de la gente que opina a favor o en contra de esta serie en Internet. He aquí quizá la clave de la cuestión: esta serie, como sucedió con la última trilogía de Star Wars, ha polarizado a los seguidores entre personas más o menos normales y personas gilipollas.
Lo que está claro es que, si viésemos esta serie cambiando los nombres, para que no fuesen de la Tierra Media, sino de algún otro lugar, les parecería a todos los aficionados a la fantasía, y aun a las buenas series, una gran producción.
Los gilipollas son, por supuesto, todos aquellos que creen que la obra de Tolkien debería ser contada solo dentro de un museo, sin que nadie ose tocar una sola coma de los escritos del Profesor, para contar, recrear una historia basada en ellos. Entre sus más hondos argumentos en contra de esta recreación, su asimilación de que el hecho de que aparezcan elfos o enanos o hobbits de piel negra es algo político, y no lo que realmente es: un símbolo de los tiempos que vivimos, los cuales, paradójicamente, en ciertos aspectos son cada vez más cercanos al espíritu que emana de la obra de Tolkien. Tolkien mismo, se reiría hoy con ganas, después de quitarse la pipa de la boca, de todas estas mamarrachadas de los que pretenden ser más tolkinianos que nadie, y ven fantasmas ideológicos en todas partes.
Pues una de las intenciones profundas de todo lo escrito por Tolkien es calmar el anhelo por las especies desconocidas u olvidadas, que habitaron y habitarán los bosques intemporales junto a lo humano. Ya ves, como para enfadarse porque un elfo tenga la piel negra. Putos ridículos.
Otra cosa que los mamarrachos estos le critican a la serie es que osen que Galadriel (¡joder, GALADRIEL, uno de los personajes más poderosos jamás concebidos por el escritor inglés!) sea tan preponderante. Y en base a esto se inventan a un Tolkien construido a su imagen y semejanza, un ídolo misógino que es un insulto a su memoria. Ursula K. Le Guin, una de las mejores escritoras de fantasía de la historia, de crecientes convicciones feministas a lo largo de su vida y obra, fue admiradora de Tolkien hasta el último de sus días, y hubiera llamado cuatro cosas a estos mamarrachos.
Pero centrémonos en la serie. Yo ya dije, cuando se anunció en 2017, que solo tendría algún sentido si se ambientaba en la Segunda Edad. Era algo que prácticamente nadie vio entonces, excepto los propios showrunners, que todavía no existían como tales, y yo mismo. Tengo lo que escribí por aquellas fechas en Twitter, para atestiguarlo.
El caso es que la Segunda Edad solo se describe por encima, en cualquier escrito de Tolkien, a través de pinceladas. Pinceladas magníficas, pero pinceladas.
Desde luego, para mí, poco interés habría tenido hacer spin offs de los personajes ya conocidos de la trilogía de novelas luego adaptadas por Peter Jackson. Pero eso es lo que la práctica totalidad de la gente imaginó que sería esta serie, cuando se anunció.
Para ponerse a describir esas historias esperando ser contadas de la Segunda Edad, creo que los showrunners finalmente elegidos (elegidos por tener precisamente esa intención, fresca y ambiciosa a la vez) J. D.Payne y Patrick McKay han demostrado tener una sensibilidad muy profunda sobre lo que es la Tierra Media. A un nivel audiovisual asistimos a un espectáculo totalmente deudor del lenguaje cinematográfico que en cierto modo tanto hizo evolucionar Peter Jackson, en lo que se refiere a cómo debe ser contada una gran aventura de fantasía épica. En cuanto a las historias, son las que que siempre hemos intuido y querido conocer, sobre la forja de los Anillos de Poder, el auge y caída de Numenor y la última Gran Alianza entre los Pueblos Libres de la Tierra Media.
La sombra de Peter Jackson es tan alargada como la del mismo Tolkien, en la recreación de esta Tierra Media audiovisual. Palpita en los decorados, el vestuario, las tomas aéreas y de paisajes inmensos, el uso de la música y hasta en la inflexión del tono de voz de los actores. Pura Tierra Media, en lo que se refiere a lo audiovisual. Una vez asumido esto, recordemos que una autora tan admiradora de Tolkien como lo fue Ursula K. Le Guin, le puso muy buena nota, en un artículo escrito para la ocasión, a la película de «La Comunidad del Anillo» de Peter Jackson.
La historia que se nos cuenta aquí es una que ya desde el inicio va adentrándose en la oscuridad desde la luz, pero de una forma abordable gracias al notable desarrollo de los personajes protagonistas, incluidos hobbits (pelosos llamados aquí, por cuestiones de derechos, aunque digo yo que bien podrían haberlos llamado «medianos»… aunque, en fin, a mí lo de pelosos me gusta), de los que no muchos llegaron alguna vez a creer que pudieran existir en edades anteriores a la tercera . Yo, nuevamente, sí, y también había escrito sobre ello. Así que es fácil imaginar que me siento MUY CÓMODO dentro de la visión de la Segunda Edad que nos proponen J. D.Payne y Patrick McKay.
No voy a eternizarme repitiendo cosas obvias sobre los dos primeros episodios de la serie, que ya se ha dicho de todo, y casi todo bueno. Diré, eso sí, que estoy de acuerdo con todo eso bueno que se ha dicho. En cuanto a los gilipollas, son legión. Llama la atención cómo en ciertas webs entran a votar y dar una sola estrella, intentando con ello, y lográndolo, joder la media de una votación en la que la gente normal (o quizá deberíamos decir, con una inteligencia sensible mayor, mucho mayor) vota lo que de verdad le ha parecido, entre «5» y «10», predominando los dieces.
A mí, estos gilipollas (cuando me refiero a ellos con este calificativo no está en mi intención insultarles, ojo, sino usar la definición del diccionario que más se adecúa a su forma de actuar), me recuerdan a los habitantes del pueblo ese de habitantes herederos de hombres que se aliaron con Morgoth, y a la escena de cuando llega una de ellos, Bronwyn, y les dice: «que los que quieran vivir partan al alba a la torre vigía elfa». Los gilipollas son los que no parten al alba. Los que no creen. Los que viven en el odio y la oscuridad. Los que quieren poseer lo que codician, solo para ellos.
Solo poder ser testigos de esa llegada a Valinor y de la duda de Galadriel, que rechaza la luz por combatir una oscuridad que pocos más que ella se atreven a mirar, y cómo se prepara todo eso en la historia desde el inicio, a lo largo del primer episodio… esa llegada a Valinor, aderezada con acontecimientos que pasan en otras partes del mundo, con testigos como los ents… joder… joder…qué belleza. Solo desde la atrofia mental, un fan puede denigrar algo así.
Y me refiero aquí a los fans. Luego hay otra clase de crítico: El que siempre ha odiado la obra de Tolkien (y mayormente la fantasía en general) y se disfraza entre los fans recalcitrantes de Tolkien, como si fuese uno más de ellos, para intentar verter su mierda sobre esta serie. Pero se los pilla al momento.
Tras ver los dos primeros episodios, me ha pasado una cosa que nunca me había pasado antes con NINGUNA serie: en esta era de plataformas, y de decenas de series nuevas cada mes, siempre me he limitado al «streaming». Lo único que tengo guardado en el ordenador son las películas de las trilogías de Star Wars, y Avatar. Pues bien. Hoy he descargado para tener guardados en el ordenador los dos primeros episodios de «Los Anillos de Poder».
En cuanto a la música de Bear McCreary, es el mismo autor de la música de la magnífica serie de la Fundación, en Apple TV+(si damos por hecho que aquella serie se inspira, más que basarse en las novelas de Asimov, lo cual al principio a mí me costó un poquito). Y hay algunos pasajes en los que McCreary echa mano de forma sutil de la melodía de la potente intro de Fundación. Howard Shore firma la música de la intro.
En fin… Hay muchos tipos posibles de fantasía épica. Estoy disfrutando enormemente también «La Casa del Dragón», serie igual de fantástica, aunque más terrenal, que parece atraer más a gente a la que normalmente no gusta la fantasía, lo cual está bien. Esa gente debería recordar que personas como yo conocimos las novelas de George R. R. Martin muchos años antes de que existiese el rumor de que iba a haber una serie llamada Juego de Tronos (como el título del primer libro). Yo compré y leí Juego de Tronos, en su primera edición, a principios de los años 2000.
La evolución del género cuyas bases sentó Tolkien (bebiendo a su vez de otras fuentes, como Lord Dunsany) pasó por otros autores, más concretamente Tad Williams y su saga de novelas de Osten Ard, antes de llegar a Martin. Pero todas ellas, aunque con diferentes registros, lenguajes y perspectivas más modernas o más clásicas, pertenecen a un mismo género, el de la fantasía épica. Querer establecer un marco comparativo en el que se favorezca una de las series por denigrar la otra sería un poco tonto, la verdad. Cierto es que cada una tiene su tono particular, que en el caso de estos primeros episodios de «Los Anillos de Poder», magistralmente dirigidos por J. A. Bayona, tiene momentos de un cierto aire a cine clásico, pero dentro del contexto grandioso a la vez que detallista de las cosas, aprendido de Peter Jackson; y todo ello no exento de la propia firma personal de Bayona.
Como digo, yo me siento afortunado de poder ser testigo en un mismo periodo de tiempo de dos series tan distintas y a la vez tan cercanas. Y de disfrutar por igual de ambas. Por cierto, ambas series se basan en libros que cuentan cosas que pasaron antes en sus respectivas historias fantásticas.
En el Caso de «Los Anillos de Poder», es curioso darse cuenta de que lo que se nos cuenta en esta serie era lo que se contaba en el prólogo de las películas de Peter Jackson, y que a su vez el prólogo de esta serie nos retrotrae a la Primera Edad, la lucha contra Morgoth (del que Sauron solo es su principal lugarteniente) y la forja de los Silmarils. Así que tened por seguro de que algún día tendremos una nueva serie o películas que nos cuenten una historia todavía más grande y más épica, ambientada en el imaginario tolkiniano. Su prólogo nos llevará aún más atrás en el tiempo de la historia. Pero todo eso, solo si los gilipollas nos dan permiso, claro. O, bueno, también sin él. Después de todo, ¿quién va a hacer caso a un gilipollas?
PD: Quizá alguien piense que soy un poco duro de más con los críticos negativos de esta serie. No. Ese es el estilo de este blog. Cuanto más necias sean las críticas a algo, más duro soy yo con los críticos de ese algo. Este blog no nació para ser políticamente correcto.
Muchas cosas se han dicho sobre esta serie, y la mayor parte de ellas malas, antes siquiera de que empezase. Críticas a cual más negativa, nacidas de cosas como el aburrimiento, la estupidez, la intolerancia y el cinismo.
Yo, más práctico, más sensato que todas esas cosas, he preferido esperar para ver y opinar por mí mismo… O para ver lo que opinan los que Ya han visto algo. (Los dos primeros episodios).
Ha habido varias paradas, en el camino hasta esta «premiere» de los dos primeros episodios de la serie. Desde aquel día del anuncio de esta producción, por parte de Amazon Prime video, punto de salida hacia esta nueva plasmación audiovisual de la fantasía de Tolkien, en el que, lo dejé escrito en Twitter, aunque no me acuerdo de la fecha, yo aventuré que la época en la que debía estar ambientada la nueva serie era la de la forja de los Anillos de Poder.
Luego vino el anuncio de que, efectivamente, la serie estaría ambientada en la Segunda Edad, durante la forja de los Anillos.
Después llegó la primera imagen. Muy poca cosa, pero era una imagen con la que cualquier fan de Tolkien podría haber soñado.
Hace poco los primeros trailers cortos, o teasers (que se le llena la boca a uno de vocablos extranjeros siempre con estas cosas, pues suya es la cultura predominante en estos tiempos en los que lo cinematográfico ha crecido como nuevo arte total, claro, de qué nos extrañamos). Y hace nada el tráiler más largo, y todo lo visto ha ido convenciéndome, vídeo tras vídeo, de que estábamos ante algo grande. No por las cifras o el marketing, que a mí me dan igual. Sino por mis sensaciones. Bien podría ser que esas sensaciones me llevasen a equívoco, aunque no suele pasarme. Antes de ver El Señor de los Anillos, Avatar o las nuevas películas de Star Wars, sabía que iba a flipar. Y flipé.
Creo que este va a ser también el caso. Pero para los que todavía no andan muy convencidos, dejo por aquí algunas de las primeras reacciones de esa premiere.
Estas son algunas de las críticas:
“Un hermoso espectáculo visual. El más grande que he visto en televisión. Se siente muy diferente y fresco. Una nueva visión de la Tierra Media que no te dejará indiferente. Necesito mucho más”.
«Es excelencia cinemática. La escala de esta historia nunca se ha hecho antes, lo que hace que cada momento sea épico e impresionante«.
«Es un logro en la narración cinematográfica que redefine lo que es posible para la televisión. Inmersivo y épico, los mundos interconectados de Tolkien se sienten grandiosos y completamente realizados. Absolutamente fascinante.»
«Es una obra maestra. El equipo visionario detrás de esto ha producido una epopeya que se sumerge en sus raíces y ofrece una historia como ninguna otra. Su producción es incomparable, orquestando magistralmente la mitología de Tolkien. ¡Bravo!«
«Todo sobre esta serie es increíble. Desde la cinematografía al diseño de vestuarios o la calidad de los escenarios. Y, por supuesto, los intérpretes. Estad preparados para algo especial.»
«Han hecho una serie de «El Señor de los Anillos» que se siente como «El Señor de los Anillos«.
Pero a mí, lo que más me ha gustado leer es lo que piensan los propios «showrunners» de lo que se traen entre manos con esta serie.
Así, ante una de las principales críticas que, de la mano de la ignorancia, se le estaba haciendo a la serie, esto es, que tendría poco que ver con lo escrito por Tolkien (que estaba vagamente conectada con Tolkien), estos dijeron:
«Solo quiero objetar lo de ‘vagamente conectado’. No lo sentimos así. Sentimos que las raíces profundas de esta serie están en los libros y en Tolkien. Y si no lo sintiéramos así, estaríamos aterrados de estar aquí sentados.«
Y, OJO, que esto me encanta:
«Sentimos que esta historia no es nuestra. Es una historia que estamos administrando y que estaba aquí antes que nosotros y que estaba esperando en esos libros para estar en la Tierra. No nos sentimos «vagamente conectados». Nos sentimos muy, muy conectados con esa gente y trabajamos cada día para estar aún más conectados. Así es como realmente lo pensamos.«
Bueno, aquí lo dejo. Que conste que el primer capítulo de «La Casa del Dragón», en HBO, me ha parecido excepcional, de lo que más me ha hecho vibrar, de cuanto he visto en los últimos tiempos. Pero caben muchos registros, aun dentro de la fantasía épica. Es un género inagotable, y puede ser algo maravilloso, cuando las cosas se hacen bien. El poder, en el antiguo Egipto, invirtió grandes riquezas para dejar plasmadas sus historias en sus templos y monumentos. Era la forma que tenían de contar historias grandiosas, de manifestar su sentimiento de grandeza de las cosas. Hoy, tenemos nuestra propia manera, más popular, más democrática, acorde a la tecnología de nuestro tiempo. Lo cual admite, con paciencia, pero seguridad en sus logros, cuando de verdad están ahí, toda clase de comentarios.
Con el estreno en noviembre en Amazon Prime de la primera temporada (segunda ya confirmada) de La Rueda del Tiempo, estamos ante la primera de las dos nuevas series basadas en sagas de fantasía épica clásica que nos traerá esa plataforma en los próximos tiempos, siendo la otra El Señor de los Anillos (pero en la época narrada en el Silmarillion de la forja de los Anillos de Poder).
Si hay una serie que significó una ruptura y un modelo a seguir, tanto en su vertiente audiovisual, como serie propiamente dicha, como en su calidad literaria, como saga de fantasía (a día de hoy inacabada), esa fue Juego de Tronos, basada en la saga de George R. R. Martin, cuyo primer libro, Juego de Tronos, veía la luz a finales del siglo pasado. A España llegó casi nada más comenzar el milenio, y yo estuve entre los que compraron la primera edición de aquel libro, cuando por aquí prácticamente nadie sabía nada de esa saga, ni de la existencia de Martin.
De muchas series y sagas han dicho desde entonces que eran la nueva «Juego de Tronos», tal fue la forma en que aquellos libros cambiaron, revolucionaron, o, más bien, hicieron evolucionar el género. En lo audiovisual es una serie magnífica de principio a fin, en la que los fanáticos se cebaron en críticas injustas, faltas de perspectiva, y que no tuvieron en cuenta el hecho evidente de que los showrunners se quedaron sin novelas en las que basarse, al superar la serie a las novelas en su relato de los hechos. Aclaro aquí que los que esperen las novelas (cuando sea que lleguen, algunos han perdido la fe) como agua de mayo, para que reivindiquen justamente las cosas que no les gustaron del final de la serie, pueden irse olvidando. La serie se terminó según las instrucciones dadas por Martin, y este ha dicho que lo que pase en las novelas no diferirá mucho de lo contado en el final de la serie, salvo por los detalles lógicos que las novelas nos desvelarán con profusión. La forma más clásica de afrontar el relato de los hechos, basada en una aproximación más convencional al guión televisivo, problema lógicamente derivado de no tener ya libros que sirviesen como modelo, fue el otro motivo que los fans no supieron tener en cuenta, y que mermó su impresión de lo que en líneas generales fue una serie brillante hasta su último minuto.
En cuanto a lo puramente literario, Canción de hielo y fuego es conocida por haber marcado el inicio de una nueva etapa dentro del género de la fantasía épica. Hoy en día es común encontrar articulitos escritos en medios generalistas; hoy mismo he leído uno de sos artículos de mierda en La Vanguardia, de esos destinados a contentar al lector mediocre, que no quiere invertir más de dos minutos en saber algo sobre cualquier tema con un poco de profundidad. En él se habla de Juego de Tronos, en su vertiente literaria, como revolución en el género que dejó atrás el género fundado por Tolkien (que bebió de las fuentes mitológicas y de autores como Lord Dunsany), y se refiere a las sagas de fantasía épica que llegaron después de Tolkien como novelas con argumentos donde «un Elegido debía llevar a cabo una Misión que le llevaría enfrentarse a un villano que encarnaba el Mal absoluto. Ese Elegido, además, vivía en una tierra en la que había criaturas fantásticas, magia, elfos, dragones y donde el Bien siempre acababa triunfando».
Esta es una visión pueril del tema, que demuestra un profundo desconocimiento del mismo.
Se han escrito sagas inspiradas por Tolkien, con su propio carácter, no exentas de una gran calidad literaria e interés. Entre ellas yo destacaría la obra de Ursula K. le Guin: Historias de Terramar, así como las sagas de Tad Williams y Robert Jordan, las cuales menciono específicamente para centrarme en ellas en este breve artículo. Aquí os dejo un enlace a esas obras de fantasía épica, en su mayor parte más clásicas, que merece mucho la pena tener en cuenta: https://www.vix.com/es/arte-cultura/61730/10-escritores-de-fantasia-contemporaneos-que-tienes-que-conocer
Si quiero centrarme en las sagas de Tad Williams: Añoranzas y Pesares (le dedicaré una entrada propia un día) y de Robert Jordan: La Rueda del Tiempo, es por ser dos de las principales, y por haber sido parte fundamental de la evolución del género fantástico… pero esas son las cosas que los mentecatos que escriben articulitos como el que menciono arriba, en La Vanguardia, ignoran por completo.
Así, la pregunta es ¿cómo surgió Canción de hielo y fuego? No por arte de magia. Esas sagas ninguneadas y denostadas por los que en el fondo desprecian y no entienden la obra de Tolkien, aunque lo digan con la boca pequeña, son en cierto modo el eslabón fundamental en la cadena que va de Tolkien a Martin. Sí, sin duda, la obra de Martin no existiría sin la de Tolkien, pues, pese al cambio en el estilo, provocado por la lógica evolución de los años, costumbres y gustos, por eso que llamamos «moda», los ingredientes que hay en Westeros son esencialmente los mismos que ya existían en la Tierra Media. Lo que cambia es la forma en que se nos cuenta el mismo tipo de historia, historias que forman parte del alma, de la psique humana. Pero para llegar a esos nuevos estilos, hemos de transitar primero por esas otras sagas. En el caso de Añoranzas y Pesares («Memory, Sorrow and Thorn», en el original, que jugaba con el nombre de tres espadas legendarias y con el significado de las palabras), el propio Martin ha reconocido muchas veces que fue la obra que le inspiró la escritura de su propia saga de fantasía. Hay incluso huevos de pascua ocultos en las páginas de Canción de hielo y fuego, que toma nombres de personajes importantes de la obra de Williams y se los pone a algunos personajes secundarios suyos, a modo de homenaje. Añoranzas y Pesares es una obra que siempre recomiendo encarecidamente leer a cualquier fan de Tolkien y de Martin, pues junto a esas otras forma parte de un tríptico de sagas de fantasía épica, si se me permite usar la expresión, en las que vemos cómo el género nace y evoluciona, sobre todo estilísticamente. Así, aunque en Añoranzas y Pesares partimos del clásico viaje del héroe, nos enfrentamos a lo largo de sus tres (cuatro, ya que el último volumen fue dividido en dos en algunas ediciones) libros clásicos a una multitud de puntos de vista y lugares, a elementos propios de nuestra historia que adornan la fantasía, que anticipan claramente lo hecho por Martin. Es imposible comprender bien Canción de hielo y fuego sin leer El Señor de los Anillos y Añoranzas y Pesares, que la precedieron.
En cuanto a La Rueda del Tiempo, yo aún no la he leído; estoy por fin con el primer libro, que quiero terminar antes de que llegue la nueva serie. Para animaros a leerla, lo mejor que puedo hacer es compartir este gran artículo, que enumera sus muy atractivos logros: http://imagigantes.blogspot.com/2017/04/la-rueda-de-tiempo-analisis-de-la.html
Ha sido en realidad a raíz de leer ese artículo, y la forma en que justifica la lectura de La Rueda del Tiempo, como queriéndose excusar por su estilo anticuado para el gusto del lector de fantasía de hoy en día, que he sentido la necesidad de escribir esta entrada del blog. Porque en eso no estoy de acuerdo. No creo, para nada, que el estilo de Tolkien, Tad Williams o Robert Jordan haya quedado desfasado, sino que forma parte del tiempo en el que se escribieron sus obras, y eso no las hace ni mejores ni peores. Creo que es también lo que viene a querer decir el autor del artículo que recomiendo, no obstante. Las obras de los autores de hoy no existirían sin los de ayer. Criticar a las de ayer por no estar «a la moda», como hacen otros en sus artículos de mierda, es tan poco sabio que no voy a gastar más las teclas insistiendo en ello.
Todo género es como un árbol, que se va ramificando, terminando en nuevos subgéneros, relacionados pero distintos entre sí. Así, de la inspiración de la obra Tolkien brotaron muchas otras, mejores y peores, entre ellas las dos citadas aquí. De la rama de Tad Williams brotó la de Martin, que por importancia se convirtió en un nuevo árbol en sí mismo, y de la cual surgen a su vez otras ramas, que son las que están de moda hoy en día. Pero no todas las cosas en boga hoy en día siguieron el mismo camino.
Así, la obra de Brandon Sanderson se entiende como evolución, ramificación, igual de importante, de la de Robert Jordan, pero desembocó en otras obras que nunca llegaron a formar parte de la moda de la fantasía oscura. Eso no quiere decir que no haya elementos oscuros en La Rueda del Tiempo. Vemos cosas en ella, ya en su primer libro, que estoy leyendo justo ahora, que evocan tanto a Tolkien como a Sanderson, por citar los dos ejemplos más evidentes, y entre los que se ubica en el tiempo. Y la oscuridad en Tolkien ya era real y genuina, sin que hubiera necesidad de usar para ello un estilo diferente al que él empleó. Y lo mismo puede decirse de Sanderson, que, aún con su propio estilo, denosta los elementos de fantasía oscura que están tan de moda hoy en día, lo cual lo convierte por derecho propio (destacable pese a ello) en uno de los, para mi gusto -junto a Patrick Rothfuss-, mejores escritores de fantasía de la actualidad.
Brandon Sanderson fue no en vano el escritor, ya consagrado por entonces, elegido por la viuda y editora de Jordan, para terminar la saga de La Rueda del Tiempo a la muerte del autor, gracias a las notas dejadas por este para el último libro, que a la postre el prolífico Sanderson convirtió en toda una trilogía final de verdaderos tochos. Fueron un total de 14 libros para la saga de La Rueda del Tiempo, y es esa descomunal longitud una de las principales cosas que siempre me ha desanimado a emprender su lectura. Pero, la verdad, ahora que ya están todos escritos y que viene la primera temporada de la serie, creo que ya va siendo hora de ir resolviendo esta asignatura pendiente. Porque La Rueda del Tiempo es una de las sagas de fantasía épicas más importantes jamás escritas, y ningún freak que se precie puede ir por ahí presumiendo de serlo sin haberse puesto con estos libros.
Aunque hay cosas diferentes en la obra de Sanderson respecto a la de Jordan, que marcan diferencias entre las obras de fantasía más clásicas y muchas de las actuales. La Rueda del Tiempo está ambientada en un planeta Tierra fantástico, de la misma forma que la Tierra Media y, posiblemente, el Osten Ard de Añoranzas y Pesares (y también, claro, la Shannara de Terry Brooks), Roshar, el mundo de El Archivo de las Tormentas, es un planeta alienígena colonizado por la humanidad, en un universo de ficción propio, el Cosmere, ideado por Brandon Sanderson. Y lo mismo puede decirse del mundo de Canción de hielo y fuego, que por sus características climatológicas también parece pertenecer a un sistema solar extraño. Sin embargo, son estos detalles cosméticos, no esenciales de lo fantástico que comparten todas estas obras. Al final todas ellas comparten lo mismo con la de Tolkien, y la suya con las cosas que le precedieron, antes incluso de Lord Dunsany, de que la literatura moderna fuese capaz de articular la necesidad del espíritu humano de estas obras. Como intuyó Michael Ende (otro fuertemente inspirado por Tolkien), y como subraya la filosofía detrás de La Rueda del Tiempo, todas estas historias forman parte de una misma historia interminable. Las obras se suceden unas a otras, desde las fábulas mitológicas y los libros de caballerías y el mito de Arturo, hasta Dunsany, Tolkien, C.S. Lewis y su Narnia, hasta las últimas ramificaciones de la fantasía, como la trilogía de los Magos de Lev Grossman, que brota entre otras cosas de Harry Potter (que a su vez brotó de Historias de Terramar y de Tolkien, aún, quizá, pese a la propia ignorancia de su autora sobre ello) y de Narnia. Nunca serán suficientes, porque nunca nos cansaremos de esas historias, pues siempre necesitamos aproximarnos a nuestra propia realidad desde nuevas perspectivas, imposibles de encontrar en las obras más realistas. Como se desprende del artículo que he compartido arriba, para animarnos a leer La Rueda del Tiempo, que una obra sea de fantasía no significa que no sea realista. A veces, como decía Ursula K. Le Guin, sobre todo cuando es fantasía de la buena, el genero fantástico es capaz de dar lecturas más certeras, profundas, sobre nuestra propia realidad que cualquier otra obra. No deberíamos despreciar a la ligera aquellas que no conozcamos bien, solo porque ya tengan unos años. Al contrario, ese debería ser un motivo para fijarnos más en esos libros.
Por tanto, por todo esto, no es solo que La Rueda del Tiempo sí tenga cabida en el panorama de la fantasía épica actual. Es que es parte de ella. Además, ahora la serie de Amazon Prime puede hacer que se ponga «de moda».
No hay vieja o nueva fantasía. Solo hay buena o mala fantasía.
A principios de los años cuarenta del siglo XX, un joven escritor de origen ruso que había emigrado con su familia a los Estados Unidos cuando el pequeño contaba tres años de edad, y se había licenciado en ciencias químicas, gracias al dinero que ganaba su padre con una tienda de golosinas y revistas, comenzó a publicar por entregas en las revistas especializadas de ciencia ficción una serie de relatos. Aquellos acabarían conformando una saga de tres libros y algo más de quinientas páginas, la trilogía original de La Fundación, con los títulos: «Fundación», «Fundación e Imperio» y «Segunda Fundación». El joven Asimov, todo un portento, publicó la saga antes de los treinta años. La trilogía de la Fundación fue premiada años después, en los años sesenta, con el premio Hugo a la mejor saga de ciencia ficción de todos los tiempos, merecimiento que, a mi juicio, todavía es justo. Lo merece por su trascendencia, similar en la ciencia ficción a lo que supuso Tolkien para la fantasía.
No faltan, sin embargo, voces contemporáneas que se alzan, desde los púlpitos de lo ventajista y lo políticamente correcto, a arengar en contra de la obra de Asimov, por el pecado de haber sido escrita según el punto de vista de un hombre de su tiempo. Son críticas mojigatas y pusilánimes, de tontos que protestan porque un árbol no les deja ver el bosque. Críticas que no se dan cuenta de que la esencia de todo lo que nos cuenta Asimov es atemporal, universal, y que trasciende cualquier noción de género o color de la piel. Así lo entendieron los productores de la serie, que la han remozado, poniendo a actrices de ascendencia africana en papeles protagónicos que en la obra literaria correspondían a hombres blancos caucásicos. Y debo decir que me parecería tan estúpido criticar estas decisiones como menospreciar desde el punto de vista de hoy la obra de Asimov por pertenecer a un hombre de su tiempo. A mí la decisión de Apple TV+ me parece muy acertada: dotar a la serie de una pátina de modernidad en ciertos elementos que no son realmente fundamentales, sino puramente accesorios, para que lo esencial, su mensaje, y el sentido de la maravilla que destila la saga literaria, puedan llegar a la audiencia de nuestro tiempo con la menor distorsión posible.
Cabe preguntarse cómo han afrontado los productores la plasmación en la pantalla de la obra de Asimov, más allá de estos detalles. Isaac Asimov escribió tres sagas de novelas bien diferenciadas, las novelas de la Fundación constan de la trilogía original, ya citada, así como de los libros añadidos después, escritos en los años ochenta, pocos años antes de su muerte en 1992, cuando contaba solo 72 años. (murió porque en 1983, en una época en la que apenas aún se sabía lo que era el SIDA, le hicieron una transfusión de sangre por motivo de una intervención quirúrgica en el corazón, tras haber sufrido un infarto, y la sangre de la transfusión tenía el virus del SIDA. Esto no se contó hasta bastantes años después de su muerte).
Las novelas de la Fundación escritas en los 80 son: «Los límites de la Fundación» y «Fundación y Tierra», a modo de secuelas, y «Preludio a la Fundación» y «Hacia la Fundación», a modo de precuelas. Para mi gusto no son tan buenas como la trilogía original, pero no por eso dejan de ser buenas, y de lectura más que recomendable para cualquier fan de la saga, o de la ciencia ficción clásica en general.
En cuanto a sus otras sagas, una de ellas es la del Imperio: «En la arena estelar», «Las corrientes del espacio» y «Un guijarro en el cielo». Esta trilogía de novelas autoconclusivas hace de puente entre las novelas de robots y la saga de la Fundación. Es decir, nos cuenta historias ambientadas en un imperio galáctico del futuro humano en la galaxia, del futuro de la Tierra, pero mucho tiempo antes de los relatos que se narran en las novelas de la Fundación.
Al principio eran series de libros más o menos independientes, que Asimov unió con su trabajo en los años 80. Así, en las novelas de la Fundación de los 80 aparecen personajes sacados de sus novelas de robots, uniendo las dos sagas. Además, en los 80 escribió también otras dos novelas de robots, «Los robots del amanecer» y «Robots e Imperio», que, como el título de esta última indica, unieron su saga de los robots con la del Imperio. Es decir, con sus novelas de los años 80, las cuatro nuevas de La Fundación y las dos de robots, sus tres grandes sagas quedaron inextricablemente entrelazadas, en un solo universo de ficción. (Los títulos de las novelas de robots clásicas son: «Yo robot», colección de relatos de robots, «Las bóvedas de acero» y «El sol desnudo»).
Es ahora cuando podemos hacernos una idea del inmenso acervo de historias que los guionistas tienen para hincar el diente, y para hacer una serie tan extensa como ambicioso sea su planteamiento y exitosa la serie. Además, al contrario que el propio escritor, los showrunners parten con la ventaja de tener una visión global de la obra desde el principio. Así, y al contrario de lo que sucedía en la trilogía original de la Fundación, pueden introducir desde un comienzo personajes robóticos, una especie de pastores de la humanidad, que han estado guiándola desde hace miles de años. De hecho, uno de los protagonistas que veremos en esta primera temporada es un robot humaniforme (Asimov prefería usar esa expresión al término «androide»), pero no diré quién, para aquellos que vean la serie de forma totalmente «virgen», sin saber nada de las novelas.
Por otra parte (por si hace falta recordarlo), esto no será la saga literaria. Será una reinterpretación audiovisual en clave moderna, esperemos que lo más respetuosa posible con la esencia de la obra del neoyorquino, pero en ella los productores serán libres de añadir sus propios ingredientes, y de manejar los tiempos y las formas a su manera. Una de las cosas que más llama la atención de los tráileres es el tema de los emperadores-clones de Cleon (vemos en los tráileres al Cleon niño, al Cleon maduro y al Cleon anciano, además de varios «Cleon» en estado embrionario, en una de las escenas). En las novelas esa idea no existía, que yo recuerde. No había clones. Esto de los emperadores clónicos, por otra parte, podría recordarnos a Star Wars, cuando, de hecho, en general es lo contrario, por supuesto. Las novelas de Asimov fueron uno de los pilares sobre los que se levantó Star Wars. En La Fundación hay parte de la magia de Star Wars. No en vano, Asimov creció deleitándose con el mismo tipo de novelas de ciencia ficción pulp que tanto influyeron en George Lucas, si bien Asimov hizo evolucionar el género, junto a Arthur C. Clarke y Heinlein, hacia eso que hoy llamamos ciencia ficción clásica. Pero los viajes en naves espaciales, los imperios opresores, las disputas comerciales entre mundos, las órdenes religiosas, los contrabandistas… todo eso está ahí, en La Fundación. Aunque no con tantas batallas y aventuras como lo que es típico en Star Wars, las novelas de la Fundación, algo más sesudas y asentadas en el interés del autor por la sociología, la ciencia, la historia y la economía, no dejan de ser, esencialmente también, historias de aventuras, ciencia ficción clásica de exploración de mundos en naves espaciales, aún alejada de la corriente de la ciencia ficción «hard», (mucho más sesuda) que llegaría después. Se manejan en ellas ideas que luego vemos en las películas de Lucas, como Trantor, el planeta capital del imperio galáctico, que es todo él una gran ciudad, un mundo de metal, donde apenas hay zonas verdes a la vista. Solo que en la Fundación no hay Jedis, sino psicohistoriadores. En cualquier caso, en lo audiovisual es evidente la influencia de Star Wars en esta serie.
La Fundación es una de las adaptaciones a la pantalla más esperadas de todos los tiempos. Hace muchos años que se viene especulando con esta adaptación, manejada y postergada por diferentes estudios, hasta haber cristalizado por fin en esta propuesta de Apple TV+, para la que se convertirá, muy seguramente, en la serie que de renombre a la plataforma. Con propuestas bastante logradas ya, como la comedia Mythic Quest (sobre las desventuras de los jefes de una empresa de un videojuego multijugador online), o The Morning Show, serie realista sobre cómo afecta a los empleados de un típico show mañanero de la televisión estadounidense el problema del acoso sexual en el marco del «Me too», pasando por la adaptación en formato serie de La Costa de los Mosquitos, en Apple TV+ han demostrado tener unos estándares de calidad muy altos, con un buen gusto y calidad audiovisual entre los mejores de todas las plataformas actuales.
Fundación se estrenará el 24 de septiembre, cuando podremos ver los tres dos primeros capítulos de los 10 8 de que constará la primera temporada. Si tiene éxito, si los guionistas lo han hecho bien, ya hemos visto que hay material para muchísimo más. Quizá haya sido capricho del destino que se vaya a estrenar en TV casi a la vez que el Dune de Villeneuve en los cines. Personalmente, espero también mucho de la película de Villeneuve, aunque, en cuanto a las novelas, me quedo antes con las de Asimov, sin dudarlo ni un segundo. En un panorama audiovisual en el que muchos estábamos sedientos de grandes propuestas de ciencia ficción, apenas valiendo los últimos experimentos de Star Trek y otras series para saciar esa necesidad (mencionaría por mi parte a Rising by Wolves, The Expanse y The Mandalorian como los mejores, únicos, escasos logros del género últimamente), creo que somos afortunados de vivir en este tiempo en el que la tecnología permite plasmar por fin historias que hacía mucho tiempo que necesitaban ser contadas con algo más que con palabras, para entrar con nueva fuerza en el imaginario colectivo de la humanidad.
Post Data: ¿Dónde están los extraterrestres?
En la galaxia del Imperio y la Fundación de Asimov no hay seres de civilizaciones extraterrestres. Esto es lo que en mayor medida la diferencia (más estéticamente que conceptualmente) de cosas como Star Trek y Star Wars (por citar los universos de ficción galácticos más populares) más allá del estilo. ¿Pero por qué no los hay?
Bueno, principalmente, porque Asimov no los necesitaba para contar la historia que quería contar. Si se quiere buscar un motivo, hace bastante que leí las novelas, y ahora mismo no me acuerdo de si se justifica en algún momento de ellas esa ausencia. ¿Simplemente es que no existen seres inteligentes más allá de la humanidad? Me suena la idea de que los robots humaniformes, pastores de la humanidad que tejen su destino en las sombras, a modo de dioses, fueron preparando el camino humano a través de la galaxia de forma que la humanidad nunca se topase con civilizaciones extraterrestres, pero, la verdad, no sé hasta qué punto esta idea es más bien mía propia, influenciada por diversas cosas que he leído, o si en verdad Asimov llegó a plasmar tal cual esta idea en algún rincón de alguna de sus novelas ochenteras de la Fundación o los robots.
Pero para leer algo que tenga que ver con otros seres no humanos en la obra de Asimov, tenemos «Los propios dioses», que junto a la novela «El fin de la eternidad» son sus dos obras imprescindibles más allá de las otras citadas aquí. Tampoco en la saga de Dune de Frank Herbert (que yo sepa, porque solo conozco el primer libro), hay civilizaciones extraterrestres. Eso no quiere decir que la cualidad de lo extraterrestre no esté presente en la obra de ambos autores, encarnada en diversos elementos, aunque no de forma obvia como en otras ficciones futurísticas. Así, los propios robots y la sensación a veces casi divina que se esconden detrás de la psicohistoria tiene ese matiz más allá de lo humano en Asimov, y lo mismo podría decirse de los gusanos de arena y los mitos que maneja Herbert en Dune. Si nos aproximamos a este asunto desde otra perspectiva, podríamos decir que, dado que para cualquier posible civilización que pudiese existir en el universo, más allá de la humana, el ser humano sería una civilización ajena, en realidad estos autores no necesitan nada más ajeno que lo propiamente humano. Los «extraterrestres» somos nosotros. Y en la búsqueda de lo verdaderamente humano están todas las respuestas. Podría ser que, en este contexto, la civilización humana aún no se haya topado con otras civilizaciones avanzadas (ya sea por azar, ya por la intervención de los robots).
Como curiosidades: En cuanto a Star Trek, mencionada aquí, Isaac Asimov trabajó como asesor para la serie original. Y en cuanto a Star Wars, Ralph Mcquarrie, responsable de los dibujos que diseñaron todo el aspecto visual de Star Wars, fundamentales para que los jefes de Twenty Century Fox diesen el sí a George Lucas para realizar la película, se lo recomendaron años después a Asimov, para que el artista dibujase las portadas de las reediciones de sus libros de robots, así como unas magníficas ilustraciones interiores en blanco y negro. (Esas son las ediciones que yo leí, en formato bolsillo, a principios de los noventa).
He terminado de ver Mr. Robot, la serie de Sam Smail, casi un año después de que se estrenase su última temporada. Es una serie que siempre ha estado ahí, desde que Netflix popularizó de forma definitiva las plataformas de streaming, pero que nunca me había decidido a ver. ¿Era ciencia ficción? No lo tenía claro, aunque sonaba a eso. ¿De qué iba?
He leído en algún medio que es una serie para freaks de los hackers… Bueno. Puede ser. Según Sam Smail, el guionista y director, hacer una serie que retratase de forma más fidedigna el mundo de los hackers a cómo lo hacía Hollywood fue uno de los motivos que le impulsaron a escribir Mr. Robot. Pero vamos, a mí el mundo de los hackers me deja indiferente. Me importa bastante poco, la verdad. Así que no, no creo que decir que sea una serie para freaks del hackeo sea una buena definición, porque es un titular bastante incompleto. Por encima de todo eso, Mr. Robot es una gran serie. Yo empecé a verla sin estar muy convencido, y sin que la temática terminase de atraerme del todo, pero no dejé de verla, sencillamente porque me pareció una gran serie.
¿Por qué?
Por un lado, por la forma en que se ambienta en un Nueva York realista a la vez que atípico, que se vive como original telón de fondo de la historia, lo cual tiene su mérito, siendo la ciudad más veces filmada en cualquier formato. Por otro, por la magnífica música original de Mac Quayle, así como por las demás canciones elegidas para la banda sonora. También porque está muy bien dirigida, con continuos toques de originalidad; se nota influenciada por grandes maestros, como Hitchcock, Stanley Kubrick (la escena final es puro 2001), David Lynch y Tarantino, los que yo noté más. Además, están los momentos de revival ochentero. Maravilloso lo de la música de El Coche Fantástico. La serie, en general, es una canción de amor al cine y a las series de televisión.
También, por supuesto, y lo más importante, por sus personajes y por cómo están interpretados. Porque me importa lo que les pasa, y llega ese momento en el que la serie me engancha y no puedo dejar de ver un episodio tras otro, quedando todo lo dicho anteriormente, que al final son detalles estéticos, en un segundo lugar.
En cuanto a su mensaje supuestamente anticapitalista, no lo es tanto, ni es tan simple. El guión es más maduro que eso. Aunque el autor dijo que la crisis del 2008 fue otro de los motivos que le inspiraron para escribir Mr. Robot, la serie está escrita con inteligencia, sin caer en la defensa de ideología alguna. Sin maniqueísmos. Parte de comprender el lienzo general del mundo en el que vivimos, para deformar de forma caricaturesca los detalles que más importan para la trama, pero sin querer dogmatizar ni sentar cátedra, y sí invitando a la reflexión a cualquiera que quiera pretender ver en ella el símbolo perfecto con que defender su ideología. Esto lo vemos en las continuas dudas del protagonista sobre si actúa bien o mal. Son más bien motivos estrechamente vinculados a su personalidad, forjada en los golpes de una infancia infeliz, los que le llevan a actuar como lo hace. Quizá lo que hace Elliot es inyectar algo de la anarquía con que se guía en la vida en el mundo que le rodea. El protagonista se rodea de distintos personajes reales y ficticios, a través de los cuales la serie amenaza desde casi el principio con querer traspasar la quinta pared, dejando todo perdido de miguitas de existencialismo, y de un nihilismo algo tramposo. Y aunque esas miguitas dibujan un camino a veces depresivo y lleno de ansiedad social y pensamientos suicidas (que parece ser experimentó el propio autor de la serie en alguna ocasión), Smail, lo que pretendía, según sus propias palabras, era hacer sentir que hay esperanza frente a la adversidad, pues “ahí es cuando las historias cobran vida”.
A medida que avanza la serie, cada vez son más frecuentes los atisbos de un posible escenario de ciencia ficción, que termine por explicarlo todo. Son sugerentes cuando son sutiles, hermosísimos en diversos momentos, en esa sugerencia, acompañados por la genial música electrónica de Mac Quayle. Son algo más torpes cuando dejan de ser sutiles. Si bien el final de la serie me gustó mucho, no creo que terminasen de explicarse bien del todo esos detalles más de ciencia ficción. No es que sea muy grave, ya que sirvieron bien a la trama, pero mi sensación tras ver la serie es que es muy fantástica. Es una fantasía urbana en la que el héroe/antihéroe es un hacker bipolar, en la que se vence a los malos y se desfacen entuertos para favorecer a la gente normal. Una fantasía. Y como tal fantasía, algunos de sus elementos más ficticios no terminan de estar bien rematados. Pero el viaje de Elliot comienza y termina en él mismo y en sus relaciones personales más cercanas, y de eso va toda la historia, al final, así que quizá lo demás no sea tan importante.
Hay también en Mr. Robot algo de esa filosofía sobre el hecho creador de los personajes, que aparece a veces en las mejores historias, como El Señor de los Anillos, o La historia interminable. El poder de la fantasía para transformar la realidad. Para ayudarnos a ser resilientes. Y esta serie, Mr. Robot, no deja de ser una fantasía, aunque esté ambientada en nuestro mundo real. De ahí nace esa sensación de la que hablé al principio, de ver Nueva York como algo nuevo, más bien parte de un mundo fantástico, que de la realidad. ¿Qué enfermedad sufre Elliot (si es que lo es, o es que tal vez todos estemos enfermos o necesitados de estarlo) un trastorno esquizoide de la personalidad? Puede ser, pero no importa demasiado. Solo es una excusa para crear a este moderno, a veces también hilarante (los momentos de humor son pocos, muchos menos que los de drama, pero hay algunos buenísimos en ciertos momentos) Don Quijote.
En este extracto del guión podemos ver ese poder de la fantasía para hacernos más fuertes, pues nos ayuda a tener nuevas perspectivas de las cosas, para así ser capaces de aguantar, y hasta transformar la realidad:
«Aunque nos vayamos, como dijo Mr. Robot, siempre formaremos parte de Elliot Alderson, y seremos la mejor parte, porque somos los que siempre han estado aquí, los que se quedaron, los que lo cambiaron. Quién no estaría orgulloso de algo así», dice alguien, con un fantástico panorama de Nueva York de fondo.
La fantasía forma parte de la realidad. Por eso son tan importantes las historias. Pero la fantasía, sin la realidad, deja de tener sentido. Elliot, como Bastian Baltasar Bux, también creador de sus propias historias y personajes, estuvo a punto de perderse en Fantasia. Pero supo regresar, gracias al amor.
Dejo aquí unas palabras de Michael Ende, el autor de La historia interminable, que vienen como anillo al dedo…
Cuando nos fijamos un objetivo, el mejor medio para alcanzarlo es tomar siempre el camino opuesto. No soy yo quien ha inventado dicho método. Para llegar al paraíso, Dante, en su Divina comedia, comienza pasando por el infierno. (···) Para encontrar la realidad hay que hacer lo mismo: darle la espalda y pasar por lo fantástico. Ése es el recorrido que lleva a cabo el héroe de La historia interminable. Para descubrirse a sí mismo, Bastián debe primero abandonar el mundo real (donde nada tiene sentido) y penetrar en el país de lo fantástico, en el que, por el contrario, todo está cargado de significado. Sin embargo, hay siempre un riesgo cuando se realiza tal periplo; entre la realidad y lo fantástico existe, en efecto, un sutil equilibrio que no debe perturbarse: separado de lo real, lo fantástico pierde también su contenido.