He terminado de ver Mr. Robot, la serie de Sam Smail, casi un año después de que se estrenase su última temporada. Es una serie que siempre ha estado ahí, desde que Netflix popularizó de forma definitiva las plataformas de streaming, pero que nunca me había decidido a ver. ¿Era ciencia ficción? No lo tenía claro, aunque sonaba a eso. ¿De qué iba?
He leído en algún medio que es una serie para freaks de los hackers… Bueno. Puede ser. Según Sam Smail, el guionista y director, hacer una serie que retratase de forma más fidedigna el mundo de los hackers a cómo lo hacía Hollywood fue uno de los motivos que le impulsaron a escribir Mr. Robot. Pero vamos, a mí el mundo de los hackers me deja indiferente. Me importa bastante poco, la verdad. Así que no, no creo que decir que sea una serie para freaks del hackeo sea una buena definición, porque es un titular bastante incompleto. Por encima de todo eso, Mr. Robot es una gran serie. Yo empecé a verla sin estar muy convencido, y sin que la temática terminase de atraerme del todo, pero no dejé de verla, sencillamente porque me pareció una gran serie.
¿Por qué?
Por un lado, por la forma en que se ambienta en un Nueva York realista a la vez que atípico, que se vive como original telón de fondo de la historia, lo cual tiene su mérito, siendo la ciudad más veces filmada en cualquier formato. Por otro, por la magnífica música original de Mac Quayle, así como por las demás canciones elegidas para la banda sonora. También porque está muy bien dirigida, con continuos toques de originalidad; se nota influenciada por grandes maestros, como Hitchcock, Stanley Kubrick (la escena final es puro 2001), David Lynch y Tarantino, los que yo noté más. Además, están los momentos de revival ochentero. Maravilloso lo de la música de El Coche Fantástico. La serie, en general, es una canción de amor al cine y a las series de televisión.
También, por supuesto, y lo más importante, por sus personajes y por cómo están interpretados. Porque me importa lo que les pasa, y llega ese momento en el que la serie me engancha y no puedo dejar de ver un episodio tras otro, quedando todo lo dicho anteriormente, que al final son detalles estéticos, en un segundo lugar.
En cuanto a su mensaje supuestamente anticapitalista, no lo es tanto, ni es tan simple. El guión es más maduro que eso. Aunque el autor dijo que la crisis del 2008 fue otro de los motivos que le inspiraron para escribir Mr. Robot, la serie está escrita con inteligencia, sin caer en la defensa de ideología alguna. Sin maniqueísmos. Parte de comprender el lienzo general del mundo en el que vivimos, para deformar de forma caricaturesca los detalles que más importan para la trama, pero sin querer dogmatizar ni sentar cátedra, y sí invitando a la reflexión a cualquiera que quiera pretender ver en ella el símbolo perfecto con que defender su ideología. Esto lo vemos en las continuas dudas del protagonista sobre si actúa bien o mal. Son más bien motivos estrechamente vinculados a su personalidad, forjada en los golpes de una infancia infeliz, los que le llevan a actuar como lo hace. Quizá lo que hace Elliot es inyectar algo de la anarquía con que se guía en la vida en el mundo que le rodea. El protagonista se rodea de distintos personajes reales y ficticios, a través de los cuales la serie amenaza desde casi el principio con querer traspasar la quinta pared, dejando todo perdido de miguitas de existencialismo, y de un nihilismo algo tramposo. Y aunque esas miguitas dibujan un camino a veces depresivo y lleno de ansiedad social y pensamientos suicidas (que parece ser experimentó el propio autor de la serie en alguna ocasión), Smail, lo que pretendía, según sus propias palabras, era hacer sentir que hay esperanza frente a la adversidad, pues “ahí es cuando las historias cobran vida”.
A medida que avanza la serie, cada vez son más frecuentes los atisbos de un posible escenario de ciencia ficción, que termine por explicarlo todo. Son sugerentes cuando son sutiles, hermosísimos en diversos momentos, en esa sugerencia, acompañados por la genial música electrónica de Mac Quayle. Son algo más torpes cuando dejan de ser sutiles. Si bien el final de la serie me gustó mucho, no creo que terminasen de explicarse bien del todo esos detalles más de ciencia ficción. No es que sea muy grave, ya que sirvieron bien a la trama, pero mi sensación tras ver la serie es que es muy fantástica. Es una fantasía urbana en la que el héroe/antihéroe es un hacker bipolar, en la que se vence a los malos y se desfacen entuertos para favorecer a la gente normal. Una fantasía. Y como tal fantasía, algunos de sus elementos más ficticios no terminan de estar bien rematados. Pero el viaje de Elliot comienza y termina en él mismo y en sus relaciones personales más cercanas, y de eso va toda la historia, al final, así que quizá lo demás no sea tan importante.
Hay también en Mr. Robot algo de esa filosofía sobre el hecho creador de los personajes, que aparece a veces en las mejores historias, como El Señor de los Anillos, o La historia interminable. El poder de la fantasía para transformar la realidad. Para ayudarnos a ser resilientes. Y esta serie, Mr. Robot, no deja de ser una fantasía, aunque esté ambientada en nuestro mundo real. De ahí nace esa sensación de la que hablé al principio, de ver Nueva York como algo nuevo, más bien parte de un mundo fantástico, que de la realidad.
¿Qué enfermedad sufre Elliot (si es que lo es, o es que tal vez todos estemos enfermos o necesitados de estarlo) un trastorno esquizoide de la personalidad? Puede ser, pero no importa demasiado. Solo es una excusa para crear a este moderno, a veces también hilarante (los momentos de humor son pocos, muchos menos que los de drama, pero hay algunos buenísimos en ciertos momentos) Don Quijote.
En este extracto del guión podemos ver ese poder de la fantasía para hacernos más fuertes, pues nos ayuda a tener nuevas perspectivas de las cosas, para así ser capaces de aguantar, y hasta transformar la realidad:
«Aunque nos vayamos, como dijo Mr. Robot, siempre formaremos parte de Elliot Alderson, y seremos la mejor parte, porque somos los que siempre han estado aquí, los que se quedaron, los que lo cambiaron. Quién no estaría orgulloso de algo así», dice alguien, con un fantástico panorama de Nueva York de fondo.
La fantasía forma parte de la realidad. Por eso son tan importantes las historias. Pero la fantasía, sin la realidad, deja de tener sentido. Elliot, como Bastian Baltasar Bux, también creador de sus propias historias y personajes, estuvo a punto de perderse en Fantasia. Pero supo regresar, gracias al amor.
Dejo aquí unas palabras de Michael Ende, el autor de La historia interminable, que vienen como anillo al dedo…
Cuando nos fijamos un objetivo, el mejor medio para alcanzarlo es tomar siempre el camino opuesto. No soy yo quien ha inventado dicho método. Para llegar al paraíso, Dante, en su Divina comedia, comienza pasando por el infierno. (···) Para encontrar la realidad hay que hacer lo mismo: darle la espalda y pasar por lo fantástico. Ése es el recorrido que lleva a cabo el héroe de La historia interminable. Para descubrirse a sí mismo, Bastián debe primero abandonar el mundo real (donde nada tiene sentido) y penetrar en el país de lo fantástico, en el que, por el contrario, todo está cargado de significado. Sin embargo, hay siempre un riesgo cuando se realiza tal periplo; entre la realidad y lo fantástico existe, en efecto, un sutil equilibrio que no debe perturbarse: separado de lo real, lo fantástico pierde también su contenido.