Se podría escribir un cuento sobre un hechicero electrónico que un día, en lo más profundo de una nave espacial abandonada, descubrió una máquina capaz de hacer música, y que desde entonces ya no supo hacer música sin ella.
Sería un cuento de ficción, por supuesto, aunque a veces me de la sensación de que EON fue a la vez una apuesta transgresora, rupturista, futurista, y quizá demasiado valiente, como entrar a explorar esa nave abandonada, por parte de Jean Michel Jarre.
Porque ahora es inevitable pensar que estas cosas de sus últimos discos también estén generadas de forma aleatoria. Porque realmente la voluntad que debería adivinarse detrás de una estructura musical humana capaz de emocionarme yo no la encuentro en Oxymore. Al menos, no encuentro la diferencia.
Tiene algunas cosillas que sí, por unos segundos llegan a emocionarte. Pero luego no hay nada. No digo que esto sea así, que la música esté hecha de forma aleatoria, y aunque fuese así, reconozco el trabajo previo que habría en ello.
Al fin y al cabo, sería aleatoria a partir de un trabajo previo del artista. Y el arte en sí mismo, ligado aquí a lo tecnológico más que nunca, por lo que supongo que se resiente toda la música (aunque creo que quizá cabrían otros caminos).
En fin. Un álbum más, este Oxymore, del Jarre experimental y tecnólogo, y uno menos del Jarre que me hizo enamorarme de la música en general y de la electrónica en particular, y que me ayudó a aprender a amar la realidad. Ahí es nada.
Y sé que se trata de eso, de un disco experimental, cuyo contexto está en la música concreta francesa practicada por Pierre Schaeffer y Pierre Henry, bajo cuya dirección Jarre dio sus primeros pasos cuando era un joven que buscaba todavía su camino en la música. Pero yo creo que esa es la clave, que buscaba su camino en la música. No en la ciencia.
Oxymore sí me parece un disco muy interesante desde el punto de vista de la ciencia y la tecnología sonoras, de la innovación, e incluso desde una perspectiva de la ciencia ficción, por lo que trae consigo de querer ahondar en los mundos virtuales.
La música de Jarre me ayudó a amar la realidad. Pero no la virtual. Para mi gusto, se trata de un disco demasiado experimental y conceptual. Ha sacado tres seguidos así. Siento decir que apenas me transmiten nada. No son cosas que yo busque en la música.
A menudo me pregunto si debería dedicar el tiempo libre, que para mí es más precioso que el dinero, a escribir o a hacer música. Aunque siempre he querido escribir, a veces pienso que soy más feliz cuando me entrego a hacer música (que, no en vano, si es por tiempo, es en realidad a lo que he dedicado más tiempo libre a lo largo de mi vida). Me gustaría vivir 200 años, para que me diese tiempo a todo, pero, claro, eso no es posible. A veces hay que elegir, pero esa elección es muy difícil. Lo que debería ser una bendición, que se te de bien hacer dos cosas diferentes, a veces es una maldición, y creo que hasta que llegue a los 60 y deje mi trabajo, realmente no tendré tiempo para hacer las dos cosas bien. Bueno, tampoco me quedan tantos años, ya, para eso.
La música ha sido algo muy importante en mi vida. Para mí siempre ha tenido un significado muy parecido al de la literatura. Aunque el lenguaje de la música derive de las matemáticas, su uso no tiene nada que ver con ellas. Podríamos decir que la música es una forma de hacer literatura con elementos matemáticos, de forma intuitiva. Es el arte, además, con el que pintamos la realidad. Si la arquitectura, las obras del hombre en la naturaleza (y cuando digo hombre me refiero al ser humano, y, por tanto, también a la mujer, evidentemente), es el arte del espacio que perdura a lo largo de un tiempo dado, la música es el arte del tiempo, que perdura en un espacio dado.
La música solo puede sonar cuando hay atmósfera, es, en cierto modo, síntoma de vida, lo es, sin duda, de inteligencia, de civilización.
Cuando era pequeño, no entendía la industria discográfica. Era algo ajeno a mí, solo para «personas mayores». Había muchas cosas que me gustaban, que venían siempre de la televisión, o el cine, en menor medida de la radio. En mi casa no había una cultura musical. No se escuchaba música. Aunque heredé el buen gusto y muy buen oído de mi madre y la pasión por las cosas, también por la música (popular, de su tiempo, en su caso) de mi padre.
Llegó un momento en el que, por lo tan ajena a mí que era la industria musical, grababa la música de John Williams, de los títulos de crédito de las películas, en un radio cassette que grababa audio ambiente, para luego escucharlo, en esa ínfima calidad. Y para mí entonces era el no va más.
No tardé mucho, después de aquello, en descubrir la música de Jean Michel Jarre. Jarre y su discografía, hacia finales de 1991 fue lo que me abrió las puertas, como oyente, de la industria discográfica. Empecé a asociar, y ya tenían por entonces 16 años, que comprar un disco y disfrutar de la música eran todo uno.
A día de hoy, después de ser fan de Jarre durante la mayor parte de mi vida, ya no lo soy. Descubrir su discografía, desde 1977 a 1990 fue algo realmente maravilloso para mí, en el sentido más profundo de la palabra. (Hoy muchos dirían: «brutal», pero yo detesto ese adjetivo, el «pitufante» de nuestros días, que se usa para definirlo todo, en tiempos realmente brutales, que lo que menos necesitan es ese tipo de adjetivo como sinónimo de algo que ya tiene otras palabras mucho más adecuadas).
Aquellas eran músicas que me sonaban de toda mi vida. Una vez, incluso, lo había visto en la tele, en un programa de conciertos que daban en TVE los sábados por la tarde. Era el concierto en Houston, ofrecido meses, quizá un año después de que se celebrase. Yo no sabía quién era aquel músico que prestidigitaba música del futuro con rayos láser, y órganos de luz, bajo fuegos artificiales reflejados en rascacielos. Pero cuando me compré el recopilatorio de las navidades de 1991, descubrí quién era. Habían anunciado aquel disco en la tele. «Nunca nadie ha sabido poner mejor música a la imaginación», decía la locución. Y era cierto. De la mano de la música de Jean Michel Jarre, que escuché tantísimo durante aquellos años, y mucho, aún más años después, aprendí a amar la música más que nunca, y de la mano de esta, amé la realidad, las cosas, la arquitectura de mi tiempo.
También es cierto que siempre me habían atraído la ciencia ficción, el futuro, el espacio, y que yo me sentía como en casa, escuchando aquella música.
Hay muchísima IGNORANCIA, aún hoy, entre la gente, respecto a lo que es la música electrónica. Muchos la asocian a música dance, para bailar, con poco arte, o mérito, la asocian con lo programado, como contraposición a lo acústico, lo real, lo palpable. Por supuesto, no tienen ni jodida idea de lo que hablan. La música electrónica es la que más ligada está a la realidad, la más palpable y visceral que existe, cuando se hace bien. Porque está en todo. Es la más básica, la que se puede combinar con cualquier instrumento, voz, tendencia. Es, además, la manifestación musical del tiempo en que vivimos. Beethoven no hizo más que usar la tecnología más puntera de su tiempo, cuando componía, el piano, y Vivaldi hizo lo propio con el violín. No sería, pues, natural al músico de nuestro tiempo no hacer música con los instrumentos de nuestro tiempo. No sería natural anclarse en instrumentos del pasado, por miedo a salir de la zona de confort de la música.
En este sentido, Jean Michel Jarre ha sido siempre una mente inquieta, rompedora, sin miedo a experimentar con los instrumentos electrónicos. Fue uno de los pioneros, quizá el más importante, a la hora de popularizar esos sonidos, y acercarlos, a través de una música a caballo entre la clásica y la popular, al público general. Ha habido también otros muy importantes: Mike Oldfield, Vangelis (que se nos ha ido este año, aunque su obra perdure mientras lo haga la humanidad), y unos cuantos más. Aunque hoy la música electrónica como género ya casi no existe; sus sonidos están permeados en los demás géneros. Aunque sigue habiendo gente muy prometedora. Músicos sensacionales.
Hoy en día, ya no soy fan de Jarre. Su música ya no me emociona. Lo hizo durante muchos años, pero si miramos atrás desde hoy, en realidad faltan pocos años para que podamos decir que la parte buena de la carrera musical de Jarre ocupó tan solo un tercio de su vida. Así es, para mi gusto su último gran álbum fue Chronologie, en 1993. Tuve la inmensa suerte de que fuese el primer álbum suyo que descubrí ya siendo fan. Y la desgracia de que fue el último gran álbum suyo que descubrí como fan.
Su música, como digo, fue tan importante para mí, que durante años la renta del pasado fue suficiente para que yo siguiese amando lo que hacía. Pero esa renta, hoy, ya se ha agotado. Desde 1993 hasta hoy van casi 30 años. Su edad dorada abarcó 17 años, de 1977 a 1993. El Oxígeno 7-13, de 1997, para el que ya empezó a tardar más de la cuenta, tenía algunas cosas buenas, pero fue ya un peor disco. Metamorphoses fue un disco ya no digno del Jarre que yo había conocido, y luego cada disco posterior fue de mal en peor, hasta el doble álbum de colaboraciones, el Electronica, que nos hizo pensar que quizá Jarre volvía, pero que, visto y escuchado con retrospectiva, es un disco que apenas he tenido ganas de volver a escuchar. Hace tiempo que mis necesidades musicales las cubro con otros músicos y artistas. Sus últimos tres discos, Eon, Amazonia y Brutalism, ya no hay por dónde cogerlos. No hay nada de Jarre, de verdadera música, en ellos. Al menos no de lo que yo busco, he buscado siempre, en la música.
A lo largo de todos estos años he escuchado y disfrutado con muchos otros músicos, desde hace bastantes años, claro. Mencionaré algunos de los más significativos para mí:
Ya he mencionado a Vangelis y a Mike Oldfield, y a John Williams y las bandas sonoras de cine en general. También he disfrutado puntualmente con diferentes cosas de la música clásica, sobre todo con Beethoven, y sus sinfonías, especialmente la Novena. Aunque también Mozart, Vivaldi, y otros no tan conocidos.
También tuve mis momentos de música tradicional, sobre todo a través de Carlos Núñez. Y también música minimalista, a medio camino entre el cine y la clásica, como Michael Nyman, o Phillip Glass, Wim Mertens… aunque estos también solo de forma puntual.
Dentro de la música popular, me gustaron mucho Los Cranberries, La Oreja de Van Gogh (aún me gustan enormemente), algunas cosas de Amaral… Por regla general, el pop rock anglosajón siempre me ha aburrido soberanamente, al contrario que en literatura, donde lo anglosajón es siempre lo que más suele gustarme. El heavy ya no digamos. No entiendo los registros de ese género. Me parece ruidoso y de mal gusto. No digo que sea mala música, pero a mí me sobra toda la parafernalia estrambótica y exagerada de la que se rodea, y sin cuyos arreglos se quedaría a veces en cosas mucho más interesantes unas veces, y totalmente mediocres otras. Creo que la gente que es fan de la música heavy es porque en el fondo de sí es muy pasiva, y necesita esos sonidos fuertes, esas voces exageradas, para despertar. Mi caso es absolutamente el contrario. Necesito música que me tranquilice, pero a la vez que tenga belleza, significado, vitalidad. Emoción. Supongo que dependiendo de los gustos y necesidades de cada persona, lo de significado vitalidad y emoción lo buscamos todos, los que escuchamos música. Los que hacemos música. No encuentro casi nada de eso en Jarre hoy en día. Ni significado ni vitalidad ni emoción.
¿Lo que más me gusta, lo que más escucho hoy en día?
No son muchos nombres, pero son estos:
La Oreja de Van Gogh; Rone; L’Impératrice; Kid Francescoli; Au Revoir Simone (las descubrí, como muchos, en la genial nueva temporada de Twin Peaks); Hania Rani… bandas sonoras de cine, eso siempre… Y poco más.
Con estos cubro actualmente todas mis necesidades musicales, sin cerrar las puertas a algo que de nuevo me sorprenda.
En cuanto a conciertos a los que he ido:
Jean Michel Jarre: En Santiago de Compostela, 2 veces (en 1993 y 2010); Merzouga (Sáhara marroquí, en 2006); París (en un teatro, en 2008), Madrid y Valladolid (dentro de la misma gira, de conciertos pequeños, en salas, en 2009); Mónaco (2011); Roma (2016); y Liébana (2017).
Mención especial los conciertos de Santiago, en 1993, que fue vivir dentro de un sueño; Merzouga, toda una aventura, junto a un variopinto y estupendo grupo de amigos que nos conocimos para la ocasión; Mónaco, que fui solo hasta allí en autobús; París y Roma, en el que buena parte del grupo de amigos de Merzouga nos encontramos otra vez, en días que fueron realmente especiales.
La Oreja de Van Gogh: En Cádiz, Madrid, Ferrol, y Santander, hace años, con Amaia, y hace solo unos pocos días, por primera vez con Leire, en Madrid. No tengo palabras para decir lo buenos que son estos músicos en directo. El buen rollo y energía que transmiten, las versiones asombrosas que se curran de muchos de sus temas, los arreglos electrónicos que hacen, lo cercanos y humanos que se muestran. Seguramente sea en los conciertos suyos donde mejor me lo paso.
Sacaron su primer disco, «Dile al sol», coincidiendo con cuando me fui por primera vez de casa, a los 22 años. Fui destinado a Cádiz. Allí, en el primer barco en el que navegué, un patrullero que navegaba un montón por aguas del Estrecho sobre todo, tenía un oficial, en las guardias, que era super fan de aquel primer disco, que ponía a todas horas, y al que yo casi acabé cogiendo un poco de manía. Jajajaja. A partir del segundo ya me convertí en fan. Recuerdo una noche en una pequeña discoteca en el puerto, en Ceuta, en la que pusieron un single de su segundo disco. Fue una pasada.
Hay gente que todavía osa mirar por encima a la música de este grupo. Aquí la gente es muy de etiquetar y de generar prejuicios absurdos, basados en falsedades. Es el grupo español que más vende y actúa. Los números están ahí, y es por algo. Son unos músicos como la copa de un pino, que, aún siendo fieles a su esencia, han sabido evolucionar para ser cada vez mejores, de forma incansable. Sus directos transmiten una energía y un buen rollo difíciles de sentir y experimentar hoy en día.
De este grupo debo decir, además, que en noviembre de 2021, cuando estaba destinado en un pueblo de Castilla la Mancha, haciendo maquetas de temas para un nuevo proyecto musical, en mi tiempo libre, compartí uno de esos temas en Twitter, cuando me di cuenta del parecido que tenía con el estilo de LODVG. Mencioné al grupo. Fue antes de acostarme. Ellos estaban de gira por Estados Unidos, en Nueva York, en aquel momento. Creo que tocaban allí por primera vez. A la mañana siguiente vi que me habían respondido al tema. Pensé, al principio, que era una cuenta de fans, no oficial. Pero no, cuando me restregué las legañas de los ojos vi que era la cuenta oficial del propio grupo. Aquí:
Me excité tantísimo que me puse para ir a trabajar calcetines de colores, no los del trabajo, sin saber lo que hacía. Le compartí lo que me había pasado a mi compañera de trabajo, una chica que a la postre resultó ser fan de LODVG cuando era más joven, y que tenía gustos musicales y literarios similares a los míos, de la que, por otras causas, además, llegué a enamorarme, después de más de 12 años de no sentir nada así por nadie.
La cosa no salió bien, y casi, por primera vez en mi vida, acabo en depresión. Tuve que dejar el pueblo, pero no hubo mal que por bien no viniese, porque gracias a eso conseguí volver destinado a Madrid, donde mejor me siento viviendo. Al principio fue aún duro, pero volví a quedar con viejos amigos y conocí a gente nueva y majísima. Y, casi un año después, pude volver a escuchar a LODVG, y no solo eso, como digo, hace pocos días, fui a verlos en directo en el teatro de Príncipe Pío. El lugar no me gusta mucho, es pequeño y con mala acústica. Yo prefiero los conciertos al aire libre. Pero aún así, fue un concierto maravilloso. Hacía tiempo que no me lo pasaba tan bien en un concierto.
Y esto me lleva a recordar aquel tuit, que tanto me alucinó. ¡Un tema mío, le molaba muchísimo, a La Oreja de Van Gogh! Me los imaginé diciendo: «Eh, mira este pavo, nos ha mencionado diciendo que ha hecho un tema que se parece a nosotros» «A ver, ¿ponlo?» Todo esto, en un rato que tendrían muerto, de esos que deben tener los grupos, entre sus viajes y actuaciones, y: «Oye, ¿cómo mola, no?» Flipante.
He tenido otros momentos musicales inolvidables, en lo que a la música que hago se refiere, como cuando me seleccionaron un tema como demo destacada del mes en la revista, entonces aún en papel, Future Music (un abrazo a mi querido maestro de los sintes, José Antonio Álvarez); o cuando probando un workstation Yamaha en una tienda de Madrid noté que la gente disfrutaba de las cosas que estaba improvisando a partir de los inspiradores programas de aquella bestia. (El de la tienda dijo que le recordé a Klaus Schulze).
En marzo anterior, este mismo año, 2021, también disfruté muchísimo a L’Impératrice, el joven grupo francés, la primera vez que tocaban en Madrid. Otro grupo del que ya soy fan, con una energía y versiones alucinantes en directo, también humildes y dándolo todo. Se lo recomiendo a todo el mundo.
Aquí abajo, una foto que saqué al grupo, cuando estaban posando para dos jóvenes fans, que los pillé así casi nada más llegar al lugar de la sala del concierto…
Este verano fui a otro concierto, de Yann Tiersen y Hania Rani (Por separado, primero ella y depsués él). Fue en Las Noches del Botánico, en Madrid, en la Complutense. Ya había visto a Tiersen en Las Noches del Botánico, hacía unos ocho años, en un concierto magnífico, con su banda. Este de 2022 fue una completa decepción. Lo dije en su día en Twitter, y hubo gente que se hizo eco de mi opinión, mostrándose de acuerdo. Tiersen estuvo frío, distante, inexistente. Podría haber programado su música sin estar él presente, y el resultado habría sido el mismo. En cambio, Hania Rani fue una sensación. Un descubrimiento. Ya había escuchado cosas suyas en YT, pero su actuación hizo que aquel día realmente mereciese la pena.
De hecho, acercándome al recinto al aire libre donde era el concierto, que está muy bien pensado (da gusto ir a conciertos de Las Noches del Botánico), escuché una música electrizante, mientras aún ensayaban, que erróneamente asocié a Tiersen, pero era Hania Rani, pianista posmoderna. Era de esas músicas, secuencias electrónicas que empapan un lugar y lo transforman por un momento en algo diferente, lleno de hechizo, de fantasía. Es algo que sentí también en 1993, en O Monte do Gozo, escuchando los ensayos de Jean Michel Jarre, horas antes de entrar.
Otros conciertos a los que he ido:
Dos de Carlos Núñez, el primero de ellos en un recinto que era poco más que un garaje habilitado para la ocasión, muy cerca de la casa en la que vivía con mi familia por entonces en Ferrol.
Dos de Kraftwerk, uno en la sala La Riviera, en Madrid, hace bastantes años, y otro en el Guggenheim, en Bilbao, hace pocos años. No son unos músicos que evolucionen mucho. Con todos los años por en medio las dos actuaciones fueron bastante similares. Sobre todo el primero, fue muy especial para mí.
Uno de Bjork, en Madrid. Fue un poco insípido y decepcionante. Mucha parafernalia con los trajes, pero poco quedó en mi memoria de aquel concierto. Se notaba ya que a ella actuar no le gustaba. Dio lo justito.
Uno de Amaral, en una de las calles principales de Zaragoza. Todavía no habían sacado el disco con la canción «Hacia lo salvaje», tema suyo que más me fascina.
Tuve la entrada comprada para ir a uno de Mike Oldfield, pero al final no me apeteció ir a verlo, tenía que viajar de Ferrol a Madrid por aquel entonces. Quizá perdiese mi única oportunidad, porque ya no parece que se mueve mucho. Y casi fui también a uno de Franco Battiato, otro músico que me gustó bastante en su momento, y cuyos temas aún disfruto de vez en cuando.
Otra músico muy especial para mí, a la que no creo que nunca pueda ver en directo, porque no da conciertos, es Enya. Ella y el productor Nicky Ryan inventaron un nuevo género, de cuya etiqueta, «new age», Enya siempre ha huido. Y lo entiendo, porque eso que la gente suele llamar «New Age» nunca le hizo justicia a la música que Enya es capaz de regalarnos, cuando quiere. Escribí este artículo para la Future Music, en 2015, a raíz de la llegada del que hasta ahora es su último álbum.
Y en este rememorar de mis vivencias musicales… ¡creo que me está quedando ya una entrada demasiado larga!
Es hora de ir cerrándola. Es una paradoja, quizá, que pase tanto rato escribiendo, una de las dos cosas que más me gusta hacer en la vida, para querer expresar que, en esta etapa de mi vida, creo que me apetece volver a hacer música, seguir con aquellos temas que empecé el año pasado.
Pero eso es lo que voy a hacer.
Esta es la música que estoy haciendo, en estos días: