
Nací en 1975. Así que crecí rodeado de la magia de la trilogía original. Me recuerdo a mis nueve años, en casa, cuando los vídeos y los videoclubs eran algo tan novedoso e increíble (más, en realidad, claro) como hoy pueda ser tener plataformas de «streaming». Me recuerdo sosteniendo en mis propias manos una copia en VHS de «El Retorno del Jedi», que fue la primera película que vimos de Star Wars, en el cine.
Recuerdo el aura de legendaria que por aquellos años tenía la primera, «Una nueva esperanza», que era la más difícil de ver en la tele. Y cómo llegó a nuestra casa la copia en VHS de «El Imperio Contraataca», que era la que nos faltaba por ver de la trilogía, y cómo nos quedamos con ella, y la veíamos casi todos los sábados por la mañana, durante muchos meses, tanto que jugábamos a anticipar los diálogos.
En aquellos años, mientras yo iba creciendo, evocar la posibilidad de una nueva película de Star Wars era algo que seducía la imaginación de casi todos los fans, tan difícil de ver como una nueva Copa de Europa del Madrid, o un Mundial ganado por España. Recuerdo en especial una sitcom (no qué sitcom era), en la que alguien hacía una broma comparando algo con la posibilidad de que hubiera algún día una nueva película de Star Wars. E incluso algo así, tan pequeño, encendía mi imaginación.
A todo esto hay que añadir que en aquella época prácticamente nadie tenía Internet, en casa ni siquiera teníamos ordenador, y cualquier noticia nueva sobre algo llegaba a través de la televisión, la radio o la prensa.
Fue así como me enteré de que George Lucas estaba trabajando en nuevas películas de la saga. Serían precuelas, y contarían la historia de Anakin Skywalker antes de convertirse en el Señor Oscuro del Sith, Darth Vader.
Y yo lo entendí. Muchos otros, no. De hecho, poca gente lo entendió. Supe que estábamos ante una historia que iba a contarnos cómo y por qué un joven, que en la primera película solo era un niño inocente y algo díscolo, se convertiría en la personificación del mal que asombró a la gente en los cines a finales de los setenta.
No caí en presuposiciones, que es lo que suele hacer la gente impaciente y con poca imaginación. Disfruté de la novedad, de los alardes de sonido con que «La amenaza fantasma» llegaba a las salas de cine, lo cual coincidió con mis primeros años fuera de casa. Me dejé llevar por la historia y la disfruté, aunque muchos no entendieron nada.
Algunos acabaron entendiendo lo que quería contar George Lucas cuando vieron el Episodio III, «La Venganza de los Sith». Vistas desde hoy, no cabe duda de que aquellas películas dotaron de un sentido mucho más profundo al visionado de la trilogía original.
Fue triste, aunque no sorprendente, asistir a la estupidez de gran parte de los que vieron las precuelas, e igual de triste, y aún menos sorprendente (dije que pasaría exactamente eso antes de ver «El Despertar de la Fuerza»), ser testigos de la estupidez de los que odiaron las secuelas, estando incluso entre ellos jóvenes que amaron las precuelas.
La mayor parte de la gente aún no ha entendido las secuelas. No porque sea especialmente difícil comprenderlas, sino porque, sencillamente, no les ha dado la gana de hacerlo. Sus mentes son demasiado estrechas para abrirse a su historia.
Lo que nos propone la trilogía secuela es una historia de amor, al igual que la precuela, pero inversa a aquella. En los Episodios I, II y III asistíamos a la caída en la oscuridad de Anakin Skywalker. En los Episodios VII, VIII y IX somos testigos de cómo Ben Solo (Skywalker también, o a ver si es que en la lejana galaxia el padre importaba más que la madre para significar más un apellido que otro) se redime y vuelve a la luz, que es justo lo que vimos en la trilogía original con su abuelo. Se trata de una onda de luz y oscuridad, de valles y picos que se suceden a lo largo de las tres trilogías, con escenas, imágenes, estructuras especulares entre las tres trilogías.
Hay muchos (tontos) que han dicho que se fue improvisando a lo largo de las tres películas, pero no es así. Siempre hubo un plan maestro. Luego cada cineasta y cada guionista que participó en dar forma a la historia aportó su propia visión, ideas y cosas originales, pero siguiendo siempre ese plan maestro.
La gente apenas supo ver, prestando verdadera atención a la película, «El Despertar de la Fuerza». Tenía pistas que anticipaban casi todo lo que iba a pasar. Hablé y escribí sobre ellas antes de ver los Episodios VIII y IX, por cierto.
Esas pistas estaban, sobre todo, aunque no únicamente, en la secuencia en la que Rey «de Ningún Lugar» y Ben Solo dialogan por primera vez, mientras él la retiene prisionera, en la base Starkiller. Él ya está fascinado por ella, aunque no entiende por qué. Hay algo en ella que se le escapa. En esa secuencia, el sonido, al que casi nadie prestó atención (yo, insisto, escribí sobre ello en su día), es fundamental. A ella la escuchamos literalmente rugir, como un monstruo, el monstruo que lleva dentro, no algo necesariamente malvado (al estar imbuido por ella), sino una fuerza que Rey no entiende. Ni Ben, entonces, tampoco, y para la que desde luego no estaba preparado. Escuchamos al espíritu interior de Rey rugir, cuando Ben la acorrala con su poder de la Fuerza, cuando hurga en su mente. Ella se revuelve, el monstruo salta, y Ben retrocede, con el rabo entre las piernas.
La principal crítica, lo más inteligente que los hater fueron capaces de decir de esta película fue que era como «Una nueva esperanza», y sí, el paralelismo es evidente y está ahí, aunque se trataba de un parecido estructural bastante insignificante si se contrasta con los detalles importantes en la historia, donde las concomitancias que la vinculan más profundamente con otros aspectos de la saga fueron ignoradas.
La otra cosa «inteligente» por la que los haters protestaron fue porque un «negro» cogiese un sable láser, y además dijeron que Ben Solo era «maricón«, porque le vencía una «mujer«.
Un Ben Solo herido, contra un personaje, el de Rey, que (en una de las preparaciones anti deus ex machina más brillantes que yo recuerde haber visto en una película) había hecho retroceder acobardado, ya antes, a ese mismo contrincante en aquel duelo mental. Y esto siendo Ben Solo un poderoso usuario de la Fuerza entrenado en las sombras (eso aún no se sabía, pero se intuía) por el espíritu del defenestrado emperador Sheev Palpatine y aún antes por Luke Skywaker.
Era un poder, el de Palpatine, presente en ella, que Ben notó y temió, porque temía a su maestro, una encarnación del espíritu del emperador (algo muy tolkiniano, como casi todo en Star Wars).
Además, el propio Ben «DESPERTÓ» la Fuerza en Rey, en esa escena clave, con ella al borde del precipicio, cuando ella recuerda las palabras de Maz Kanata, un personaje tan longevo como el mismo Yoda (y del que es una lástima no saber más cosas en las pelis).
La segunda película, «Los Últimos Jedi», es el tour de force audiovisual para mi gusto más bello a la vez que original de las nueve películas, aunque algunos se cebaran en un microcosmos de falsedades producto de su desmesurada estupidez. Tiene escenas que aún hoy me ponen los pelos de punta, y otras que me siguen divirtiendo. Supo entretejer de forma genial los hilos de la trilogía precuela con lo ya planteado por Abrams en el Episodio VII, haciendo avanzar la trilogía (algo mucho más importante que los detalles intrascendentes y seguramente mal comprendidos del guion, que muchos le critican), y la historia de odio y amor entre Rey y Ben. Descubrimos cosas sobre el pasado de Ben, y el propio Luke sale también espantado de su encuentro con Rey, de nuevo el monstruo, la sombra de quien realmente es, después de que ella misma le hable sobre ese poder que siente dentro de ella, y que le da miedo. Como veis, de improvisación, no hay NADA.
Hay una escena muy chula, en la que, mediante ese nuevo poder de la Fuerza, por el que pueden sentirse uno al otro (gracias, entonces aún no lo sabemos, a las artes de Palpatine, que de nuevo, como en la precuela y en el Episodio VI, intenta usar el amor para incrementar su propio poder): vemos cómo caen gotas de lluvia sobre Rey a la vez que chispas de fuego sobre Ben. Hermosa metáfora, lo que pasa cuando ambos elementos se mezclan, que nos dice algo sobre su futuro.
Hay muchos paralelismos en este Episodio con toda la saga. La forma en que ella acude voluntariamente a él, al que cree redimible, metiéndose en la boca del lobo como lo hizo Luke en el Episodio VI, creyendo también a su padre redimible. Los ritmos no son los mismos, pero las formas sí.
Cuando empieza el Episodio IX ya el uno no puede vivir sin el otro. Están destinados a volver a encontrarse.
«El Ascenso de Skywalker» la he visto muchas menos veces de las que me gustaría, por la manía que tengo de querer ver las películas de una en una desde el principio, lo cual, claro, hago muy pocas veces a lo largo del año, porque son muchas, y hay muchas otras cosas que ver y leer. Tiene escenas fascinantes, como la de Rey en el desierto, esperando la llegada de Ben en su caza, y todo lo que pasa después. Por fin se revela la verdad sobre ella, la razón del monstruo que acecha en su interior. Al dejar que la alejaran de él, Palpatine cometió su mayor error. Ella es, fundamentalmente, más allá del monstruo interior que la acecha, ajeno a su verdadera psique, un espíritu libre. Un ser inocente. Y esa inocencia, esa ingenuidad, esa bondad, son la base de su poder. Algo muy poco maniqueo, por cierto, alguien con la sangre de Palpatine puede ser bueno. Mensaje profundo. No estamos predestinados. Podemos elegir nuestro futuro. En cierto modo, Ben, en el Episodio VIII, le dijo la verdad: No eres nadie. Sublime.
No he leído ninguna de las novelas de Star Wars, y no sé si en la trilogía de novelas «Consecuencias», que se escribieron a la par que los guiones de esta trilogía, se dice algo más acerca de los padres de Rey, pero hay una historia digna de ser contada en ellos, mucho más interesante que cualquiera de las series que está programando Disney a día de hoy, y que no se nos cuenta por cobardía de la propia Disney, que, por temor a los haters, prefiere contentar al «fandom» con productos mucho más «fanservice», como «El Mandaloriano», que en el fondo apenas tiene nada que contar, más allá de que Grogu mole.
Al final, Ben se Redime. Es redimido por ella, como Luke redimió a Anakin, en un nuevo paralelismo con el final de «El Retorno del Jedi».
Ella le había devuelto la vida a él mediante la Fuerza, y cuando él la cura a ella, en cierto modo se la devuelve. Demasiado débil, muere. Tras sonreír y ser feliz, por primera vez en toda la trilogía, Ben muere.
Rey es Rey Skywalker. Es quien le da la gana. «Haz lo que quieras», con lo difícil que es eso, como sabemos los lectores de Michael Ende: conseguir hacer tu verdadera voluntad.
Se podía haber contado esta trilogía de muchas formas distintas. Seguro que muchos fans descontentos, si se les diesen los medios necesarios, habrían sabido contar una historia mucho mejor. Nadie obliga a nadie a que le guste algo. Es lógico, que en esta era de redes sociales lleguen hasta nosotros opiniones de gente que nos importan un bledo, gente dictadora de cómo deben ser las cosas que su fanatismo posee, como un tesoro.